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Jorge Alberto Gudiño Hernández

25/10/2014 - 12:02 am

El tamaño del castigo

Soy un consumidor de ficción y, por eso, a veces creo que las cosas pueden ser diferentes. Basta con unas cuantas películas norteamericanas, con alguna serie o, incluso, con cualquiera de las decenas de novelas que se acumulan en los estantes de las librerías de los aeropuertos, para hacerse una idea del tamaño de las […]

Soy un consumidor de ficción y, por eso, a veces creo que las cosas pueden ser diferentes. Basta con unas cuantas películas norteamericanas, con alguna serie o, incluso, con cualquiera de las decenas de novelas que se acumulan en los estantes de las librerías de los aeropuertos, para hacerse una idea del tamaño de las reivindicaciones posibles cuando existen crímenes en los que están involucrados la corrupción y quienes se supone cuidan de los ciudadanos.

No exagero: he visto la imagen de un presidente obligado a dimitir, la de un gobernador preso, la de agentes policiacos capturados por tráfico de influencias o por hacer de forma mediocre su trabajo. En la mayoría de estos casos, las razones que llevan a la caída de los poderosos están más relacionadas con delitos abstractos que con algo tan grave como el asesinato o la desaparición de personas. Y no es que crea que los políticos de otros países son probos pero me da la impresión de que existen personas en la estructura del poder que sí lo son. O, tal vez, sucede que el grupo opositor hace lo que puede con tal de ganar el espacio que no le pertenece durante ese periodo del gobierno. En otras palabras: quienes detentan el poder no lo pueden todo, por raro que esto suene.

Es cierto, podría asegurarse que las motivaciones que llevan a encarcelar a un alcalde, a un alguacil o a un congresista no son siempre bien intencionadas. No importa, mi imaginario ficcional permite, al menos, que exista esa extraña forma de justicia.

Una justicia que no se acerca, ni por mucho, a la que hay en nuestro país. Al margen de todos los análisis y preguntas que se han hecho en torno a los casos de violencia e impunidad que se acumulan en nuestro territorio, lo cierto es que nunca pasa a mayores para los responsables. Me da la impresión de que no sólo no hay gente justa dentro del gobierno sino que, además, a la oposición tampoco le interesa denunciar los abusos, toda vez que la existencia de todos los grupos políticos ha sido negociada de antemano.

Hemos oído y seguiremos oyendo cosas como que un gobernador renuncia o que es apresado un líder sindical y no basta. Sobre todo, porque tras una dimisión viene un sustituto que, difícilmente, hará las cosas de otro modo. Los castigos que se dan en nuestro país a los responsables directos o indirectos son muy lejanos a los que nos muestra la ficción. El problema no es sólo ése. Cuando se lee de política internacional, también se encuentran casos en los que los castigos han sido ejemplares pero eso no pasa aquí.

Por eso uno se va quedando con un mal sabor de boca. El trago amargo de las tragedias se suma al regusto acedo por sus consecuencias. Pese a lo que se dice, me parece improbable acostumbrarse a tal sabor, a que las cosas sigan siendo de otro modo. A fin de cuentas, muchas historias nos han hecho saber que sí es posible que el tamaño del castigo sea acorde al tamaño de las faltas.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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