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Tomás Calvillo Unna

25/07/2018 - 12:00 am

Cómo hablar de aquello que está aquí y se fuga

Podríamos decir que el tiempo ya se nos fue, el vértigo de la era tecnológica incrustada en la mente avasalla el sentido mismo de la existencia.

“Junto al mar”. Pintura: Tomás Calvillo.

 

En Paz

La espada reposa en la tierra

el canto asciende y nos reúne

 

Ojalá no olvidemos este día

que estamos juntos

ni la historia que nos precedió

entre los espejismos del mundo.

De “Pausada Tinta”

Podríamos decir que el tiempo ya se nos fue, el vértigo de la era tecnológica incrustada en la mente avasalla el sentido mismo de la existencia.

Las imágenes no solo se agolpan como los relatos virtuales, sus secuencias absorben el paso de las cosas, del mundo.

Solo nos queda como potencia y reserva el espacio, que expresado en encarnación, es el lugar, la expresión del alma, la identidad como referente de la existencia misma. Estos términos, el sonido y la palabra, los moldean, los habitan.

La política tiene que ver con ello, “aquí estamos, aquí estoy”. La política nombra una comunidad, antes de desligarse y divagar de sus orígenes, la política nombra la experiencia de vida compartida entre muchos, hoy millones.

El gobierno, la representación, la distribución y la confianza, quedan enterrados bajo las leyes, los intereses, los excesos, la descomposición atribuidos al poder y su ejercicio.

La fractura está en la conciencia, en la comprensión de la fugacidad. Hay una amnesia cultural implícita en nuestra cotidianidad de gadgets y globalización, se puede incluso afirmar que vivimos la exacerbación de los sentidos, para olvidar la brevedad de nuestro pasaje.

Estamos absortos en todo y en nada. Los dioses se han vuelto infieles, sería la metáfora de estos tiempos, engreídos como ellos, nos confundimos en la ilusión que nos refleja exponencialmente.

En este aturdimiento conceptual, la guerra anida en la elaboración exigida de nuestros egos. La política está atrapada en ello, incapaz de de tener horizonte o de intentar reinventarse permitiendo al silencio y la compañía (el abrazo, el acompañamiento, la comprensión, lo que en otros lugares se nombra “compasión”: saber llevar) recuperar la palabra que nombra y acompaña, que evita el insulto y el atropello, que convoca y advierte, que invita y comparte, esa palabra que nos permite estar y reconocernos.

En la fugacidad desechada, ocultada, y trastocada, demeritamos nuestra capacidad de encontrarnos, apreciando el balance de nuestras diferencias y  exigimos en su lugar el estallido de lo unívoco.

Es el olor de la Guerra, no el aroma de la Paz.

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