Julieta Cardona
25/07/2015 - 12:00 am
Perdóname, padre
La primera borrachera de mi vida me vino a los quince. La tengo muy nítida no porque haya sido la primera sino porque ha sido la peor. Por aquellos tiempos, mis padres estaban en el cogollo de su separación definitiva y yo los veía, con el alma también púber, como un par de mamíferos insensibles […]
La primera borrachera de mi vida me vino a los quince. La tengo muy nítida no porque haya sido la primera sino porque ha sido la peor. Por aquellos tiempos, mis padres estaban en el cogollo de su separación definitiva y yo los veía, con el alma también púber, como un par de mamíferos insensibles que no se liaban lo suficiente conmigo: mi padre estaba liado con una mujer muy joven y mi madre estaba liada con ella misma.
Mi mejor amiga de aquel momento, Viridiana, había preparado una fiesta, además iría Jorge –el muchachito estrella del momento–, entonces, yo a los quince seguía creyendo que era heterosexual y, lo que está más gracioso: que ser heterosexual me daba un plus ante el mundo.
La cosa es que mi padre, como buen padre que se las huele enteras, me dijo que a él no le importaba si todo comenzaba a las ocho, que él pasaría por mí a las diez de la noche. Yo, haciendo lo único apenitas bien que he hecho toda mi vida –que es cuestionar–, le cuestioné la hora, pero él no dio marcha atrás: llegó por mí en punto.
Viridiana y Jorge me llevaron cargando hasta el auto donde me esperaban mis padres tal como se le carga a los borrachos de los brazos que entrelazan el cuello del más sobrio.
Discutimos. Le grité. Me gritó. Volví a gritarle. Volvió a gritarme. Envalentonada por causa del alcohol, le dije que lo necesitaba, que era un idiota, un mal padre y todo un cúmulo de ofensas freudianas y repetitivas.
Mientras, mi madre sollozaba en silencio aprovechando mi insensatez para llorar por su padre muerto que ese mismo día cumplía tres años de difunto y, también mientras, mis hermanos observaban divertidos desde sus alcobas: chiquitos, nunca pude ni me esforcé lo suficiente en ser un buen ejemplo por ser la mayor; al contrario mío que yo de ellos sí copio todo.
Ya pasaron trece años de aquel día y por fin comprendo que entre más creces, más consciente (nunca definitivo, sí más probable), pero entre más vieja, más miserable (comprobado).
Pobre de mi padre, qué sentirá ante la responsabilidad de ser el hombre más bueno del mundo; qué pensará de mí si le digo que todavía lo necesito.
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