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Jorge Alberto Gudiño Hernández

25/07/2015 - 12:03 am

Oferta y demanda

No soy experto en economía ni mucho menos. A decir verdad, apenas entiendo algunos de sus conceptos más elementales. Eso no me impidió participar de una conversación la semana pasada. Varios padres de familia de la escuela de mi hijo, reunidos en una fiesta infantil, comenzaron a platicar de esquemas de inversión.             Uno de […]

No soy experto en economía ni mucho menos. A decir verdad, apenas entiendo algunos de sus conceptos más elementales. Eso no me impidió participar de una conversación la semana pasada. Varios padres de familia de la escuela de mi hijo, reunidos en una fiesta infantil, comenzaron a platicar de esquemas de inversión.

            Uno de ellos, entusiasmado por un libro que acababa de leer, nos compartió lo aprendido: el chiste es invertir. Ponía un ejemplo del libro: cuando los bienes inmuebles bajan de precio, es importante comprar. Un terreno, ejemplificaba el autor. Él mismo lo había hecho. Compró una propiedad muy grande, sacó una hipoteca. Luego, vendió una parte de dicho terreno a un precio mucho mayor. Con lo que le pagó el comprador pudo liquidar la hipoteca. Así, sin necesidad de tener dinero, se hizo de una propiedad y varios miles de dólares. La clave estaba en generar dinero a partir de una deuda. Él apenas había invertido.

            Planteado así, sonaba por demás atractivo. Los problemas pronto saltaron a la vista. Uno de los papás dijo que, en nuestro país, eso era casi imposible: vender una parte de una propiedad hipotecada. No había forma. Se discutió un rato sobre los problemas técnicos que conllevaba dicho esquema. Tras unos minutos, pregunté desde mi ingenuidad: ¿cuándo fue la última vez que vieron que bajaran los precios de algo? El silencio fue abrumador.

            No me refería, claro está, a las rebajas de temporada. Ésas están diseñadas para eliminar los inventarios de los almacenes. Me refería a que el mercado se comportara como, en efecto, se supone que debería hacerlo: a partir de las leyes de la oferta y la demanda.

            Si hacemos a un lado los descuentos eventuales (que siguen siendo descuentos y no obedecen a dichas leyes), es poco probable ver que algo baje de precio en nuestro país. Bueno, baja el precio internacional del petróleo, pero la gasolina sigue aumentando. Y eso pasa casi con todos los productos que consumimos. Si acaso, algunos bienes de la canasta básica. A veces los limones suben de precio y los jitomates bajan. Sólo eso.

            Hasta donde alcanza mi memoria de consumidor, nunca un bien ha bajado de precio. Pienso en una televisión, en una computadora, en una pluma o hasta en una cartulina comprada en la papelería. Lo común es que suban, pese a que se dice que la inflación está controlada.

            La plática se plagó de recuerdos. Algunos padres recordaron el costo de algunas cosas. Hubo quien se remontó un par de décadas. Otros se referían al año pasado, a lo que les habían costado un par de tenis para los niños, al precio de las entradas del cine, a la colegiatura misma. De nuevo, salvo por promociones y descuentos ocasionales, nadie recordaba que las cosas bajaran de precio.

            Es casi seguro que nuestro muestreo fuera deficiente. A fin de cuentas, no lo hacíamos a partir de datos duros, sino de nuestra memoria. Pero la memoria tiene un fuerte impacto que se sintetiza en algunas certezas con las que salimos de esa fiesta infantil. La primera es que no podremos volvernos inversionistas como los que plantea el libro. La segunda es que la ley de la oferta y la demanda no es aplicable a nuestra realidad cotidiana. La tercera, ay, es que nos volvemos viejos. Y con los años llega la certeza de que las cosas no mejoran nada. Todo lo contrario. La última se vistió de paradoja: pese a ser un país pobre con una clase media bastante maltratada y una clase baja que crece de forma alarmante, los precios aquí son mucho más altos que en otros lugares mucho más prósperos. Las razones ya las podrán dar los especialistas. Nosotros, mientras tanto (de nuevo, ay), tendremos que resignarnos a que una ley que suena a máxima, nunca aplique para nuestras compras.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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