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Benito Taibo

25/05/2014 - 12:00 am

Tiempos violentos

Cuatro muchachitos de secundaria en Victoria, Tamaulipas, le hacen el “columpio” (tomarlo de brazos y pies, y azotarlo contra el suelo) a un compañero, frente a la maestra que no interviene. Y muere hace unos días por las lesiones producidas. El supervisor de la zona escolar, consolando a los padres del chico fallecido, les dice: […]

Cuatro muchachitos de secundaria en Victoria, Tamaulipas, le hacen el “columpio” (tomarlo de brazos y pies, y azotarlo contra el suelo) a un compañero, frente a la maestra que no interviene. Y muere hace unos días por las lesiones producidas. El supervisor de la zona escolar, consolando a los padres del chico fallecido, les dice: “estaban jugando”.

El lunes pasado por la noche, un policía federal mata de dos tiros en una esquina de la ciudad de México, a un limpiaparabrisas, aparentemente porque le rompió un vidrio del auto en el que viajaba. El policía argumentó a su favor que “lo quiso agredir con un palo”.

El miércoles, en San Bartolo Ameyalco, el gobierno del DF hace un operativo policiaco sin precedentes. Envía a más de mil granaderos para convencer a los habitantes del lugar acerca de la importancia de una obra hidráulica en curso, y a la que se oponían desde hace meses. Termina en encarnizada batalla campal en medio de una lluvia de piedras. El Jefe de gobierno, después de recibir el parte de guerra y contabilizar a más de cien policías lesionados (algunos graves) dijo: “al parecer esto tiene que ver con un manantial”. Pero la mejor declaración, que recoge el diario La Jornada, es, para tranquilidad de todos, cuando “descartó que la policía capitalina haya sido rebasada”.

Hace unos días, un imbécil (y perdonarán que no encuentre otra palabra mejor para describirlo; antisocial me parece suave, criminal, tibio, y salvaje puede resultar discriminatorio) quemó vivos a unos cachorritos y subió las fotos de su hazaña a las redes sociales.

Vivimos sin duda en tiempos violentos, de sinrazón, oscuros.

Y también incomprensibles.

Por lo menos yo no entiendo nada.

¿Ha desaparecido la otredad? Esa capacidad humana que nos permite vernos reflejados en la mirada del otro, reconocerlo como distinto a nosotros y sin embargo, necesario para asumir nuestra propia identidad.  Necesario, punto.

Esos jovencitos de Ciudad Victoria que según el supervisor escolar “estaban jugando”,  han arrebatado una vida y tendrán que vivir con eso para siempre, y pagarlo de alguna u otra manera. No sólo han destrozado una familia y puesto a temblar a la colectividad entera. Han roto la frágil proporción de aquello que nos hace humanos y que en palabras de Aristóteles nos determina como “seres sociales”, esto es, que pueden vivir en sociedad. Y el vivir en sociedad implica, por supuesto, no matar a los semejantes, de entrada.

Hay muchas teorías que rechazan la idea de que la violencia sea un instinto humano innato. Y afirman, a su vez, que no es más que un fenómeno adquirido dentro de un contexto social, expuesto a factores externos, y llevado al punto de ebullición por causas ajenas al propio comportamiento habitual.

Así, las sociedades contemporáneas, miran a la violencia irracional que salta una y otra vez a las páginas de los diarios y a las angustiantes pantallas de la televisión, como fenómenos aislados y no como una alarmante anomalía que crece y se multiplica en todos los rincones de la tierra.

Y contra toda lógica, no hacen planes para inhibirla, para contenerla, para evitarla. En un mundo inequitativo, injusto, donde la justicia brilla por su ausencia y las autoridades “dialogan” mandando a los granaderos por delante, el panorama es cada vez más desolador.

Tal vez estemos presenciando el principio del fin, en alta definición y full color.

¿Cuántas víctimas más a causa del bullyng necesitamos para que se tomen acciones directas y definitivas contra ello?

¿Cuántas mujeres desaparecidas, asesinadas?

¿Cuántos limpiaparabrisas?

¿Cuántos cachorros quemados vivos?

Violencia de género, intrafamiliar, sexual, escolar, gubernamental, sicológica, racial, laboral, política, económica, social. Es muy probable que tarde o temprano, cualquiera de ellas nos alcance.

El científico austriaco Konrad Lorenz (1903-1989), ganador de un premio Nobel, creador de la etología (estudio del comportamiento animal) y especialista en violencia, hizo en su momento un vaticinio estremecedor:

“El ser humano amenaza con hacer precisamente lo que de otro modo casi nunca les sucede a los sistemas vivos, es decir: sofocarse a sí mismo”.

Son estos, sin duda, tiempos violentos.

Tenemos todos, gobiernos, sociedades, personas, una misión entre las manos, exhibir el fenómeno en justa proporción, erradicar el mal, sus orígenes y sus causas.

Y muy poco tiempo, antes que la profecía de Lorenz se cumpla.

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