La otra cara de Grey’s Anatomy

25/05/2012 - 12:02 am

Para alguien muy especial, más Luna y Pérez

 

Si usted es de aquellos que se enamoró de George Clooney en ER, o que vive apasionadamente las aventuras románticas de Meredith Grey con el Dr. McDreamy, o es un declarado fan de Dr. House, por favor lea a continuación.

No quiero sonar amarillista. El título es ciertamente una visión parcial y subjetiva sobre las vicisitudes y peripecias del día a día de un residente. No sé cuántos de ustedes tengan algún amig@ médico. Sí, aquel que probablemente no ves muy seguido, porque generalmente está exhaust@ y en sus tiempos libres quiere dormir. Yo hablo por una amiga y mis padres, que conste.

La cosa de la medicina va así. Ahí va el chamaco o chamaca, recién salido de la preparatoria, ciertamente con vocación de servicio a embarcarse en la carrera de su vida.

En México dura la friolera de 16 años, esto si te lo echas de corrido. Como paquete “vacacional”, esto incluye licenciatura, internado, servicio, especialidad y sub especialidad. Más los que repruebes.

Después de los primeros cuatro años, eliges la especialidad, para lo que deberás aprobar el examen nacional. El temido examen nacional. Sí, se puede comprar, sí, hay casos de corrupción muy sonados. Pero el que lo hace, lo hace a conciencia. Curso intensivo estilo aprendizaje de chino mandarín, más cuatro horas nalga diarias.

La espera de saber si saliste en listas o no. Que no es un indicador de inteligencia, hay que decir. Es una ecuación bananera que sólo refleja que no hay cupo, que no hay capacidad de acoger a los abanderados de la salud. Que genera frustraciones en algunos casos y retos en otros. Si no lo pasan, pueden volver a tomar el examen las veces que les alcance el ánimo, para entrar a la especialidad de sus sueños. El detalle es que si no pasas tienes que elegir otra cosa. O sea ¿cómo? ¿De pronto ahora tienes que hacerte proctólog@ o ginecólog@ o pediatra? Dios nos libre de aquel que no tenga un interés particular por los niños y termine ahí.

Pero vamos para atrás. En los primeros años, el estudiante se desmaya la primera vez que abre una rana, que huele el olor de un cuerpo en la morgue o entra en pánico porque no sabe si se equivocó y mató al paciente al hacer una incisión demasiado profunda en la ratita sobre la que está ensayando.

En el servicio lo mandan a cualquier lejano pueblo, donde enfrenta problemas de la realidad nacional, entre ellas, el machismo –caso verídico– donde un buen hombre logró que su mujer llegara al punto de la sepsis o infección generalizada porque no olía a mujer, y decidió aplicar un remedio demasiado grotesco para describir en este espacio para que esta pobre tuviera ese olor a mujer (vaya usted a saber qué era lo que el susodicho tenía en mente) y que la llevó al punto de la muerte. Repito, caso verídico.

La especialidad. Esto significa que eres un orgulloso residente y que experimentarás, entre otras cosas, las guardias AB, o ABC Es decir: de 24, a 48 horas sin dormir. ¡Joder! ¿Qué tal que se le cierran los ojos por tres segundos y cose mal los intestinos? Las AB son ilegales. Pero me consta que siguen aplicándolas.

Súmele los regaños tipo mamá, las malas comidas, el enorme reto de ganarse a las enfermeras y encima, tener que comprar tus propios instrumentales porque es común que le digan al médico: “Noooo, doctora, pos no hay de esas. Se nos acabó y no nos han surtido”, cual tiendita de abarrotes.

Los residentes no tienen las herramientas para afrontar a aquellos que los tratan como despojo humano de vez en cuando. En el mejor de los casos los mandan por las tortas, y de a grapa. Yo ahí les sugiero que ya lo acepten porque ese es el mejor de los males, ya que lo que sigue es una serie de eventos donde en ocasiones los someten a humillaciones, maltrato psicológico, acoso sexual y un sinfín de sucesos que atentan contra los derechos humanos.

Sé que no es el tema de las muertas de Juárez o los de Cadereyta, pero ciertamente es preocupante. Son miles de jóvenes que empiezan una carrera con toda la nobleza de su corazón. Probablemente el trabajo de cualquiera de nosotros es demandante y estresante, pero ellos tienen, literalmente, la vida de otras personas en sus manos. Otros oficios afrontan crisis y conllevan dificultades, pero aquí se trata de la salud.

¿Cómo es posible que le digan a un Residente de Primer Grado (RI), entusiasta e inocente, que “lo van a hacer llorar sangre”? ¡Qué esto se lo diga su jefe, un adulto que pasó por lo mismo! ¿Qué tipo de mensaje quiere comunicar este payaso?

El tema se remite a tiempos inmemorables. Deriva de las siempre presentes relaciones de poder que se crean entre los individuos. En el minuto que eres R1, empiezas siendo comprensivo. Hasta que ves que tu nombre es responsable de la firma de los papeles post-operatorios te tienes que poner un poco más duro con tus internos. Con suerte, alguno comprende lo que está viviendo y se esfuerza por aprender. Pero si te encuentras con un flojillo, o que tiene problemas en casa o de lana, de pronto tu paciencia se evapora y terminas siendo una persona que no querías ser.

Que incluso Lupita, aquella enfermera que te prometió advertirte cuando te convirtieras en monstruo, así parecida a la Dra. Gómez, aquella que te odia con odio jarocho sin razón, ya no se acerca ni a ofrecerte un taco de frijol, porque te tiene miedo.

Estos médicos tienen los problemas comunes de la vida diaria, más la presión de estudiar, más el miedo de ser el de abajo de la cadena jerárquica y la resonancia constante de que sólo el más fuerte sobrevive.

Y para rematar existen idiotas que se encargan de que efectivamente, sólo el más fuerte sobreviva y se ensañan en hacer de esto una realidad. De tronarlos con el “loable” propósito de comunicarles que lo hacen por su bien, porque siempre ha sido así.

¿Es que no se puede cuestionar las formas y métodos?

 

Si crees que la enseñanza es cara, prueba con la ignorancia.

Anónimo

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