Reforma de telecomunicaciones: espectáculo y desengaño

25/03/2013 - 12:01 am

Apreciado lector de SinEmbargo: visualiza en tu cinema interior un escenario majestuoso, tipo arena, donde no cabe ya ni un alfiler. Escuchas un enérgico redoble y al centro del escenario danzan los reflectores. Aparece una atractiva señorita portando un bikini rosa mexicano; sus medidas son estándar y la iluminación permite destacar su bronceado perfecto. Va envuelta en una banda con la leyenda: “Reforma en telecomunicaciones del Pacto por México”. Al verla, los tres jurados –antes avinagrados y en desacuerdo permanente– asienten complacidos y se felicitan dándose la mano con efusividad. Ante la expectación general, se enciende un letrero luminosos que dicta al público: ¡Aplausos!

   Y TODOS APLAUDEN

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Salmodia el espíritu de los antiguos: ¿De quién es el aire, el agua y el cielo? ¿A quién debemos las potencias y fragilidades de la naturaleza? ¿Cuántos milagros se agolpan en todo lo que florece sin cuidados, como la anatomía de una ola o la cautelosa precisión de un ínfimo insecto? Nos remontan con su palabra sobre una balsa de aceite al momento originario en que todo es veneración y encanto. La sabiduría de esas cosmologías –por imprecisas parecen tan familiares– radica en el reconocimiento del don común, la naturaleza entorno.

Los sacerdotes de ésta época son los economistas. Wall Street es La Meca, y por efecto, el capitalismo es Dios, por sus atributos de ubicuidad, juez para la salvación o la condena, promesa y sentido del mundo mercantilizado. Su poder es soberbio: puede derribar cualquier templo y erigirlo nuevamente en menos de tres días. Ese Dios triunfó sobre los falsos ídolos de la economía planificada y puede responder con mayor precisión a las dudas antes místicas: el aire es un vertedero para las fábricas (Chen Guangbiao y sus latas de aire tibetano para Beijing son una broma profética), el agua es de Suez y Vivendi, así como el cielo pertenece a las grandes compañías de telecomunicaciones, que obran sobre lo sutil: el espectro radioeléctrico.

Como ocurre con otros bienes intangibles, hablar del espectro radioeléctrico produce la impresión de que nos adentramos en mundos esotéricos, es decir, sistemas donde gobierna lo oculto y reservado, que es impenetrable para la comprensión ordinaria. ¿Exagero? Desde la experiencia pedagógica y didáctica en la mesa de Democratización de Medios del movimiento #Yo soy 132, puedo asegurar que todos ponemos la misma cara de Ola K Ase –¿sonriendo cándidamente como llama o Ke ase?– cuando nos lo explican por primera vez. De inicio, comprendemos con relativa facilidad que el espectro es el medio en el que se propagan las ondas electromagnéticas empleadas para transmitir información. “Es una carretera de datos por donde circulan señales de radio, televisión por aire, telefonía celular, etc.”. Todo bien.

Cuando profundizamos, se vuelve pertinente saber qué es la radiación electromagnética –fenómeno producido por la combinación de campos eléctricos y magnéticos oscilantes, que se propaga a través del espacio en todas direcciones, en forma de ondas electromagnéticas que llevan energía de un lugar a otro– y por tanto, hay que tener claro de qué van esas ondas electromagnéticas. Nos familiarizamos con términos como frecuencia y longitud de oscilaciones, Hertzios (Kilo, Mega y Giga), apagón analógico y digitalización, etc. Luego de un par de horas, ya saturados, nos enterarnos de que el espectro no se extingue y que pertenece a todos, de acuerdo al artículo 27, que se refiere en su párrafo cuarto al dominio directo de la nación sobre el “espacio situado sobre territorio nacional” –que es el espacio aéreo– en donde se difunde el espectro radioeléctrico del que ya hablamos.

Tras el recorrido, uno se convence de su importancia. Es un bien público, inalienable e imprescriptible, que puede ser concesionado, pero cuyo uso apunta hacia fines de uso común. ¡Zaz! Empiezan las preguntas:

¿Entonces Televisa se enriquece desde hace medio siglo por la explotación del espectro, que es de todos? ¿Cuánto dura una concesión? ¿Se puede revocar? ¿Qué beneficio económico obtenemos colectivamente por el uso que hacen de él? ¿Por qué no son legales entonces las radios comunitarias? ¿A qué se debe que tengamos tan pocos canales públicos?

Etc. Etc. Etc.

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El primer paso en una rebelión –personal o social– llega cuando somos golpeados por una irritante sospecha, que insinúa que hay una gran mentira al fondo de lo aparentemente absurdo. La “santa indignación” es percatamos vivamente que no sufrimos por un orden irracional, sino perverso. Para el caso, resulta que el duopolio usa un bien colectivo para recetarnos Laura en América, La vida es una canción y La Rosa de Guadalupe; que las licitaciones son monumentos de corrupción y discrecionalidad; que se ha descapitalizado sistemáticamente a la televisión pública y que entre Televisa y TV Azteca acaparan 95% de las concesiones comerciales (la primera con el 56%, equivalente a 257 frecuencias y la segunda con 39%, es decir, 180 frecuencias) en el país. Además de los datos duros, debemos considerar el papel de ambas empresas como industrias de la conciencia, que son instancias de producción simbólica para consolidar creencias y promover tipos ideales, valores y ritmos sociales. Me refiero a cadenas intergeneracionales que comparten códigos suministrados sin ingenuidad.

No asumo que somos golems o que funcionamos como ancas de rana galvanizadas, respondiendo mecánicamente a estímulos medidos…pero, ¿quién no sonríe de forma automática cuando escucha risas grabadas, sin pensarlo? El punto es que subsiste una corriente dominante que se identifica con esa disciplina en los contenidos, velocidades y ejércitos de significantes. Es una tendencia general que  produce hegemonía y se apoya para propagarse en los medios de comunicación masiva como los conocemos en México.

Finalizo. Si hablamos de comunicación, debemos tener en cuenta que la palabra proviene de communicatio, -onis, que significa poner en común, hacer partícipe. Común se remonta a su vez a communis, que es lo que no es privativo de nadie, es decir, que pertenece o se extiende a varios. La comunicación y lo común vienen de la mano en una república, por definición. ¿Cuándo nos harán partícipes de lo que nos pertenece a todos, en materia de telecomunicaciones? Coff coff…

¿Y otorgar una parte proporcional del espectro para el sector social-comunitario en la reforma de Telecomunicaciones, apá?

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Posdata: ¡¡¡ESCÁNDALO!!! Luego de su presentación triunfal, resulta que “Miss Telecomunicaciones” tenía dentadura postiza, usaba peluca y puso relleno al sujetador. Y TODOS SE INDIGNAN. “Definitivamente ya  no se puede confiar en la industria del espectáculo”.

César Alan Ruiz Galicia
en Sinembargo al Aire

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