La caída de un “Jefe de Jefes”: Manual de supervivencia desde Juárez

25/02/2014 - 12:00 am

Los primeros líderes mafiosos en Ciudad Juárez fueron Pablo “El Pablote” González y su esposa Ignacia “La Nacha” Jasso. Tomaron el control de la plaza allá por 1930 cuando, armados, expulsaron a la mafia china que controlaba la región desde inicio del siglo XX.

El narcotráfico llegó a Juárez con el ferrocarril. La locomotora vino desde Dallas y Los Ángeles y salió con rumbo al Distrito Federal; ella trajo a los obreros asiáticos que aligeraban sus largas jornadas con opio y heroína, drogas a las que después se sumó la morfina, preferida por la milicia estadounidense para calmar el sufrimiento de los veteranos de la primera gran guerra que se concentraban en Fort Bliss.

En aquella época, la plaza importante no era Juárez, sino El Paso; Sam Hing era el cabecilla del tráfico de estupefacientes con su principal punto de distribución ubicado en las calles Oregón y Paisano, justo en el centro de la ciudad, algo así como la esquina de Madero y Eje Central en el DF. El Jefe Sam instaló su sucursal juarense a cargo de varios paisanos suyos.

Cuenta la leyenda que, a mediados de la década de los 20s, “El Pablote” González, lugarteniente de la plaza aquí, organizó una gran pandilla con su segundo al mando, “El Veracruz” y en una sola noche asesinaron a 11 chinos cuyos cuerpos posteriormente arrojaron en el desierto y el Río Bravo. El día siguiente había un nuevo jefe controlando el barrio de Bellavista, un territorio de 100 manzanas cercanas a la frontera. Los adictos norteamericanos cruzaban por el puente de la avenida Juárez, y se dirigían a los centros de venta o picaderos perfectamente ubicados y tolerados.

El 11 de octubre de 1931, ebrio y bravucón, “El Pablote” perdió la vida en una especie de duelo vaquero contra un policía de apellido Robles. Al día siguiente, su viuda, “La Nacha” Jasso, asumió el control del territorio y ejerció su poder solidaridamente con las familias pobres de Bellavista, convirtiéndose en la madrina monetaria de cientos de niños nacidos en aquel barrio limítrofe.

Durante su mando no permitió disidencia alguna, mantuvo el monopolio de la venta y administración del narcotráfico en Juárez. Ahora en día, quien fue su socio en El Paso es considerado un benefactor de la ciudad norteamericana; incluso donó un gran terreno para el famoso parque que lleva su apellido: Ascarate.

La viuda dominó hasta la década de los sesentas, cuando debido a su avanzada edad pasó el mando de la plaza a su nieto Héctor González, “El Árabe”. La fórmula de la sucesión fue establecida con toda eficiencia por ella: compró la protección de las autoridades con dinero o amenazas cumplidas cuando fue necesario y después hizo lo mismo para legitimar el cambio de poder a su nieto.

Aunque existía la venta y consumo de drogas en Juárez, era un fenómeno social marginal y principalmente de exportación; la mayoría de los clientes eran soldados norteamericanos. Con ellos en sus viajes y nosotros en casa con nuestras familias, trabajos y escuelas, los juarenses vivíamos sin sustos ni alarmas.

Las cosas cambiaron en los 70s, cuando el Gobierno norteamericano descubrió que su juventud se drogaba con sustancias traficadas por México y financió la primera gran campaña de combate al narco, centrándola en la destrucción de los campos de amapola en el sur de Chihuahua. Más adelante ésta se convirtió en la “Operación Cóndor” y dio origen a los grandes capos vinculados al Gobierno. El centro de distribución más importante de Juárez se ubicó en el penal local, con la anuencia del presidente Municipal.

Unos años después, a finales de la década, llegó a Chihuahua la primera gran narco organización, comandada desde Guadalajara y Tijuana por Pedro Avilés, Miguel Ángel Guajardo, Ernesto Fonseca Carrillo, y Rafael Caro Quintero. El grupo estableció en el estado, colindando con el campo militar Santa Gertrudis, el mayor sembradío de mariguana imaginable; a la manera de los grandes campos de cultivo sinaloenses de tomate, tenían a cientos de trabajadores agrícolas ocupados en tareas de siembra, cosecha, empaquetado y despachado en tráileres. A partir de ese momento, fue indispensable terminar con los vendedores locales, lo que le costó la vida al “Árabe”, al primo de éste, “Nati Jr.” y unos diez vendedores más de la zona.

Desde entonces el negocio creció y el poder empezó a residir en los vínculos con el Gobierno, bajo la consigna de “El que persigue, protege”. Durante el periodo se hicieron notables muchos nombres hasta que consolidaron su fuerza los primeros tres grandes capos: Gilberto Ontiveros, “El Greñas”; Rafael Aguilar y Rafael Muñoz. Cada sucesión de cabecilla implicaba la muerte de él y sus más cercanos colaboradores, preferiblemente a la sombra y en la soledad de la noche y el desierto.

A principios de los 90s, Amado Carrillo (sobrino de Fonseca Carrillo) sustituyó al zar de Ojinaga, Pablo Acosta, y otra vez la sucesión fue tersa. Los rivales no presentaban un problema, porque reconocían al jefe que contara con la protección de las altas esferas políticas y sólo eliminaban a los inevitables. Con el mismo método Amado hizo encarcelar a Gilberto Ordoñez y mandó a mejor mundo a Rafael Aguilar en Cancún; sólo le faltaba acabar con Rafael Muñoz cuando lo sorprendió la muerte en una clínica de cirugía plástica.

Estaba por entrar el nuevo siglo y otra vez funcionó el proceso legitimador, Vicente Carrillo Fuentes heredó la plaza. Con la tolerancia de las policías mexicanas y, tal vez hasta de los gobernadores y presidentes municipales, secuestraron a Rafael Muñoz, lo asesinaron en privado y limpiaron con poco ruido a los cercanos de este hombre. Durante este último periodo de transición sólo hubo dos eventos alarmantes en Juárez: los asesinatos de clientes en el Max Fim y el Geronimo’s, dos bares de renombre.

Para el inicio del milenio teníamos un máximo capo dueño de la plaza que formó su cuerpo de seguridad con jefes de las unidades policiacas, con las que fundó aquí “La Línea”, que por 2006 hizo alianza con “Barrio Azteca” de El Paso y en esas estábamos, cuando al parecer Vicente Carrillo perdió el apoyo de las altas esferas políticas del centro del país. Se generó una guerra entre dos de sus pandillas, los “Aztecas” y los “Mexicles”, y se dividieron sus comandantes, 20 con él y alrededor de otros 20 con “El Chapo”; para 2007 ya había dos narco ejércitos, con sus respectivos mandos, listos para la guerra.

Tal vez Vicente Carrillo no supo leer los signos de los astros o, como cada gobernador actuaba a manera de Señor Feudal, sintió que podía enfrentar a las fuerzas federales pese a que Guzmán Loera estaba al acecho. “La Línea” finalmente no entregó la plaza, el método tradicional no funcionó, y en el 2007 vino la guerra, casi exterminadora, de los narco ejércitos que suma ya más de 11 mil 500 muertos. Si esto hubiera sucedido en el DF y su zona metropolitana hablaríamos de 125 mil víctimas.

Narcolecciones

Hemos aprendido que el método de cambio entre “Jefe de jefes” debe contar con fuertes apoyos gubernamentales, que en México ningún negocio puede funcionar sin el consabido permiso, legal o ilegal, de los que mandan, que hubo una primavera de reinados feudales; ahora parece que esto se va acabando.

El manual para los hombres y mujeres de bien es no saber ni querer saber quién otorga el permiso, pero sí saber que éste es indispensable en todo el país. Los ciudadanos debemos poder dedicarnos a nuestras familias, nuestros trabajos, nuestros nietos y nuestros sueños. Los problemas del comercio y la competencia en muchas áreas, televisión, aviación, internet, narcotráfico, comunicaciones, gran mercado de energía,  son facultades del Gobierno y este debe ser eficaz.

Problema aparte es la gran cantidad de delincuentes solitarios que se quedan repentinamente sin empleo y sin dirección y que incrementarán la violencia común que suele hacer más daño a los ciudadanos que las acciones directas del narcotráfico, esa se combate con prevención, ya les contaré que estamos haciendo en Juárez para reducirla,

Ayer fui con un amigo a tomar una cerveza a un bar y buena parte de los parroquianos celebraban la caída de “El Chapo”, literalmente ofrecían rondas por su cuenta. Nos retiramos pronto de ahí con la misma reflexión: La caída de Guzmán Loera no significa que la suerte haya cambiado para Vicente Carrillo. Las cosas están cambiando, pronto veremos caer gobernadores y subir nuevos mandatarios, sería una verdadera tontería que los que hoy mandan en México no supieran aplicar el método, probado y aprobado, donde “nada es personal”.

Hay que recobrar la calma, someter a los gobernantes y narcotraficantes locales al poder central y dejar pasar, dejar pasar, dejar pasar… y ojalá y se dejen.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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