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Jorge Alberto Gudiño Hernández

24/11/2018 - 12:02 am

Corrupción

Sé que la propuesta es ridícula. No imagino que, tras la toma de protesta, un sujeto que se pasó el alto decida que es mejor pagar la multa y dejar que su coche sea llevado al corralón sólo por el ejemplo del que ha abrevado segundos atrás.

“Si el sujeto infractor del semáforo se da cuenta de que en el asiento trasero lo observan su hija y dos de sus amigas, quizá decida educar con el ejemplo y mostrarles que las acciones tienen consecuencias y, en este caso, todos tendrán que soportar el complicado trance de asumirlas, aunque ya no lleguen a tiempo a la fiesta que se les invitó”. Foto: Diego Simón Sánchez, Cuartoscuro.

De todas las promesas de campaña que hizo Andrés Manuel López Obrador, la que siempre me generó más inquietud es la que se relacionaba con la corrupción. A decir de él, ésta se acabaría en cuanto él tomara posesión del Gobierno, toda vez que su ejemplo bastaría.

No me detendré a analizar los alcances en el campo de los significados del término porque me queda claro que, cuando se habla de la corrupción como uno de los factores que más afectan la vida de este país y su desarrollo, nos estamos refiriendo a la corrupción ligada al ejercicio del poder. Es decir, a la corrupción política: la práctica que consiste en utilizar las funciones o medios al alcance de un poderoso para sacar provecho, desde algo tan concreto como lo económico hasta la abstracción que puede acarrear beneficios sutiles o meramente anecdóticos.

Sé que la propuesta es ridícula. No imagino que, tras la toma de protesta, un sujeto que se pasó el alto decida que es mejor pagar la multa y dejar que su coche sea llevado al corralón sólo por el ejemplo del que ha abrevado segundos atrás. Tal vez sea ingenuo. Sin embargo, estoy convencido de que la erradicación de tal práctica requiere tiempo y trabajo. Sobre todo, en el campo de la educación. Ahí es donde puede funcionar el ejemplo. Si el sujeto infractor del semáforo se da cuenta de que en el asiento trasero lo observan su hija y dos de sus amigas, quizá decida educar con el ejemplo y mostrarles que las acciones tienen consecuencias y, en este caso, todos tendrán que soportar el complicado trance de asumirlas, aunque ya no lleguen a tiempo a la fiesta que se les invitó.

Esta educación, cuando masiva, consiste en hacer ver que la sociedad vale más que el individuo justo para proteger a cada uno de éstos. Como sobre el papel esto sigue pareciendo un tanto ingenuo, el segundo elemento esencial para abatir la corrupción es un aparato de impartición de justicia que funcione. Para todos y hacia todos lados.

Desarrollando más a nuestro personaje, es probable que el mismo automovilista, habiéndose pasado un alto por equivocación en Estados Unidos, escuche con paciencia al policía que lo aleccionará para arrancarle la promesa de que manejará cown más cuidado, sin sanciones ni intercambio de dinero. Haciéndole ver la importancia de las leyes que bien sirven para proteger a la comunidad.

Mi ejemplo es mínimo, hay quienes podrían considerarlo ridículo. Pese a ello, funciona como un punto de partida. Porque su escalamiento es el que nos lesiona como sociedad y país. Corromper a un policía de tránsito, a todos ellos, a los inspectores sanitarios, a quienes organizan licitaciones, a médicos que deben administrar medicamentos caducos, al sistema mismo, se convierte en una bola de nieve que arrastra todo lo que está enfrente.w

De ahí que no crea que todo vaya a cambiar en cosa de una semana. No en términos de corrupción. Mucho menos si, atendiendo a las entrevistas que ha dado el Presidente electo, aceptamos que será él quien decida cuál es la corrupción que se debe perseguir. La pasada, la futura, la de determinados montos… da igual. Su intromisión en el aparato de justicia no es un buen anuncio.

Tampoco lo era su promesa. Ahora, sin embargo, está sugiriendo que buena parte de lo prometido no tendrá efecto porque él sólo mira hacia el futuro. Enhorabuena. Pero él no es el único parámetro ni la única ley (de hecho, no lo es). Su trabajo debería consistir, entonces, en garantizar que el sistema de justicia funcione de la mejor manera posible y si, para ello, para dar ese manotazo sobre la mesa, es necesario encontrar a los grandes responsables para dar un ejemplo, que lo haga. Ése es el verdadero ejemplo, no el de su presunta moralidad a toda prueba.

Piénsese si no en la manida anécdota del turista mexicano en otras tierras, donde nunca se atrevería a tirar basura a la calle. No es que haya cambiado en cuanto cruzó la frontera, tampoco que haya seguido el ejemplo de los millones de habitantes de ese país o de su presidente. No lo hace porque teme a las consecuencias. Y éstas se basan en el ejemplo: ahí sí se castiga lo que está mal. Acá deberíamos hacerlo.

Como dice un buen amigo, “los símbolos están bien pero no se puede gobernar sólo con ellos”. Completo, es necesario que las acciones vayan de la mano del discurso. Las puras palabras (y vaya que me dedico a ellas) de poco valen a la hora de pretender cambiar a un país.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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