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Darío Ramírez

24/10/2013 - 12:00 am

La falsa benignidad diplomática

La diplomacia internacional tiene su arte. La codificación de los mensajes entre naciones pasa por los canales secretos así como con las versiones públicas. Ambas igual de relevantes. La nueva diplomacia priista se ve lenta, pesada, ineficaz, por lo menos en lo que respecta a todo el tema del espionaje de la Agencia de Seguridad […]

La diplomacia internacional tiene su arte. La codificación de los mensajes entre naciones pasa por los canales secretos así como con las versiones públicas. Ambas igual de relevantes. La nueva diplomacia priista se ve lenta, pesada, ineficaz, por lo menos en lo que respecta a todo el tema del espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos contra México.

El domingo pasado, el semanario alemán Der Spiegel publicó un extenso reportaje sobre el sistema de espionaje que la agencia NSA ha utilizado para extraer información política, económica, comercial, militar y de seguridad, a través del correo electrónico, mensajes de texto y llamadas telefónicas. El importante y responsable reportaje da cuenta de cómo, de manera sistémica, se ha espiado por años al gobierno mexicano. Inclusive, gracias al material aportado por Edward Snowden, da cuenta de los programas de espionaje que la agencia estadunidense utiliza para espiar a los personajes más relevantes de nuestra política.

Lo revelado por el semanario alemán no se puede tomar de ninguna manera a la ligera, como sugiere Vicente Fox: “Todos los gobiernos espían y tienen aparatos de inteligencia, ¡yo no sé cuál es el descubrimiento! Antes se decía que nos espiaban desde Marte… Este es el mundo del futuro y más vale que nos vayamos acostumbrando”. Me disculpo por citar al señor Fox, no busco darle ningún peso en sí a sus mentecatos dichos. Pero sírvanse tan incoherentes afirmaciones para analizar una pieza clave de todo este affair. ¿Qué tan grave es que Estados Unidos espíe a las ciudadanos mexicanos y obtenga información privilegiada de diferentes órdenes? No es ociosa la pregunta porque tanto Fox como Estados Unidos han afirmado que es la práctica común de todos los países.

Para la Presidenta Dilma Rousseff es inaceptable que Estados Unidos espíe a sus socios. En su diplomacia directa, la Presidenta ha dejado claro a la opinión internacional que le pondrá el umbral muy alto al país del norte para que reponga y repare el daño que ha hecho. Rousseff entendió dos cosas: la primera, que debía de mostrar que Brasil no era un país pequeño al cual se le pudiese arrinconar y someter fácilmente; la segunda, al elevar el costo político a Estados Unidos, tenía mayor ventaja para las negociaciones diplomáticas que buscaran calmar los ánimos y reencausar las relaciones entre ambas naciones.

Han pasado cuatro meses desde que O’Globo publicó información sobre el ilegal espionaje de Estados Unidos contra Brasil y México. Y las reacciones de ambos países son diametralmente distintas. La tibieza con la que México ha reaccionado contrasta con lo enérgico de Brasil, y me parece que esta comparación es prudente para entender el sometimiento en política exterior de México con Estados Unidos.

A lo publicado por Der Spiegel, la cancillería mexicana optó por sacar un tibio, pusilánime y escueto comunicado de prensa que dice: “en relación con presuntas acciones de espionaje realizadas por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, el Gobierno de México reitera su categórica condena a la violación de la privacidad de las comunicaciones de instituciones y ciudadanos mexicanos. Esta práctica es inaceptable, ilegítima y contraria al derecho mexicano y al derecho internacional”. El lugar común del comunicado es evidente, excepto la peculiar afirmación sobre las “presuntas acciones de espionaje”. Las acciones no son presuntas, están documentadas periodísticamente, sin embargo, esta aseveración se conecta con la investigación que el gobierno mexicano ha pedido (ilusamente desde mi punto de vista) a Estados Unidos. La petición es francamente ridícula, toda vez que el espionaje de la NSA es con toda la anuncia del Estado norteamericano. Es decir, es un espionaje de Estado. Por lo tanto, pedir una investigación sobre el espionaje resulta grosero para la sociedad mexicana. ¿O qué esperaría el gobierno mexicano, que se autoincrimine el director de la NSA y el Presidente Obama?

El silencio del gobierno mexicano por días fue lacerante. Nadie daba la cara por la nación. Nadie reaccionaba por lo menos con las acciones básicas del manual de la buena diplomacia. Fue el Secretario Meade, después de tres días de la publicación alemana, quien decidió hablar del tema desde Ginebra. Sus señalamientos, de nueva cuenta tibios e inocuos, versaban en tres puntos: solicitarle a Estados Unidos que las nuevas informaciones sean incorporadas en la supuesta investigación, que la investigación se haga en un plazo breve y que se deslinden responsabilidades. En otras palabras, los dichos por el Secretario Meade fueron pura retórica.

El caso del espionaje revela el temple de nuestra diplomacia en relación con Estados Unidos. La sumisión continuará siendo su naturaleza. El gobierno mexicano afirma que se ha trabajado por la vía diplomática secreta, pero lo cierto es que esa vía deja en desamparo a la opinión pública que nos quedamos abatidos por una respuesta clara y contundente. Sí, como la brasileña que castigó con la cancelación de una visita de estado, con la puesta en marcha de una red nacional para que datos de brasileños no tenga que pasar por Estados Unidos y entre otras. México sigue contemplando si cita al Embajador Wayne y esperará sentado la auto investigación que hagan las autoridades estadounidenses.

Es lamentable la tibieza de México. Parecería que el costo de enfrentarnos diplomáticamente al vecino es demasiado alto y no nos queda de otra más que ver cómo se viola nuestra soberanía y los principios fundamentales del derecho internacional.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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