Miguel Ángel

24/10/2011 - 12:02 am

1.

Era el mes de abril de 1974. En el octavo semestre de la carrera de comunicación en la Ibero, se le conocía en aquellos años como CTI, un autoritario maestro impuso como objetivo obligatorio de la materia “Difusión de la Información”, la aplicación de un cuestionario sobre el reciente golpe de estado en Chile y sus repercusiones en México. De ser un asunto interno de la Ibero se hizo inevitablemente un tema público, en particular en el Excélsior de don Julio y en El Día. Los días del país eran, para variar, aciagos. El asunto se salió de control y los alumnos que se oponían optaron por salirse de la Ibero para solicitar su ingreso en la UNAM.

Deambulando inevitablemente por las Islas, los 3 estudiantes decidieron buscar al maestro Miguel Ángel Granados Chapa. La razón era que su prestigio, sus columnas y su sensibilidad debería provocar que al menos los volteara a ver. Lo esperaron en la puerta del salón “uno” de las viejas instalaciones de la FCPyS. Lo abordaron y le contaron atropelladamente su historia. Miguel Ángel no dijo nada hasta que los estudiantes terminaron su relato sobre todo lo que los estudiantes sabían y habían vivido. Los volteo a ver y les contó la historia más allá de lo que los estudiantes le habían contado. Miguel Ángel sabía más de lo que los propios estudiantes sabían; digamos que para variar iba un paso adelante. Generosamente les dijo a los estudiantes qué hacer, cómo hacerle y qué pasos seguir para inscribirse en la UNAM. El autor de este texto era uno de los 3 estudiantes.

2.

Había un maestro que a fuerzas quería entrar a la UAMX. Hizo como 3 o 4 exámenes de oposición. Ya no sabíamos cómo hacerle porque además perturbaba el ambiente de la nueva Universidad. En una junta sobre el farragoso asunto, de nuevo la voz fue coincidente: “hay que hablarle a Miguel Ángel para que sea uno de los profesores externos que entre al examen”. Le planteamos el tema a Miguel Ángel, el asunto tenía a esas alturas su dosis de jugueteo. Generosamente no dudo en participar, pero nos lanzo una clara advertencia: si pasa, pasa.

Se presentó en la UAMX con la seriedad que el caso requería. El susodicho aspirante respondía de una manera vertiginosa a todo lo que le preguntaba Miguel Ángel. De repente y sin perder la serenidad que tanto le admiramos, Granados Chapa le dijo al profesor: “lo he escuchado durante toda la mañana y le quiero informar que quien responde rápido no tiene necesariamente la razón, no es una prueba de velocidad. Usted responde rápido y déjeme decirle que mal”. De nuevo, nos solucionó el problema.

3.

Eran los días posteriores de El Independiente. En el programa “Punto de Encuentro”, en Radio Educación, apareció inevitable y necesariamente el tema. Miguel Ángel, Virgilio Caballero y Ricardo Rocha fueron generosos, pero no por ello ausentes de visión crítica. Al terminó del programa, Miguel Ángel y quien escribe nos quedamos conversando largamente en el estacionamiento. Lo escuche y aprendí en media hora lo que no hice, debí hacer y lo que a futuro debiera hacer. No hay forma de agradecerlo porque sus comentarios nunca se metieron en el terreno de la insidia, de la especulación y menos del reclamo de una situación seria y delicada en la cual estaba involucrado a quien tenía enfrente. Miguel Ángel me preguntaba y no hacía juicios. Hablamos varias veces de este tema al que se nos vino a sumar otro: las barras en el fútbol, particularmente las de su tierra, Pachuca. Digamos que aquella tarde tuve una clase única en un estacionamiento de la colonia Del Valle.

4.

La última vez que lo vi fue hace 15 días, una tarde de domingo, en el restaurante “El Bajío”. Su salud estaba definitivamente deteriorada. Estaba con Shulamit y tengo la impresión que estaba comiendo mole con pollo, quizá como parte de su ceremonia de despedida. Estaba a la vista la defensa de su salud que había llevado a cabo durante 4 años. Le cayó el cáncer, una enfermedad que traiciona y ante la cual es muy difícil defenderse. Nadie mejor que él lo sabía. Su mirada esa tarde era diáfana y cercana, como siempre. La salud estaba deteriorada pero su mirada y sus gestos eran los de siempre: amables, generosos y cercanos. Nos abrazamos en ese corto encuentro de domingo en la tarde. Fue la última vez que lo vi.

5.

La herencia de Miguel Ángel es para todos, incluso para aquellos que hoy optan por el silencio que escatima porque tuvieron diferencias con el columnista, quien es sin duda el referente más influyente de los últimos 20 años en el periodismo mexicano. Miguel Ángel armaba rompecabezas día con día y su “Plaza Pública”, escrita y hablada, era el faro para salir a la calle. Su herencia es el punto de partida de un país nuevo y diferente. De un país que se quiera asimismo y que no olvide la necesaria transformación de la política. Pero también Miguel Ángel caminaba cotidianamente con la música, la cultura y el arte. Veía hacia todos lados y sus lectores sabemos que al leerlo estábamos ante un periodista integro e integral que nos permitía abrir los ojos y ver todo el entramado de su rompecabezas. Gracias Miguel Ángel por abrirnos la puerta y gracias por tu generosidad… Ya te extrañamos, pero fuimos afortunados al tenerte.

 

* Texto leído en el homenaje a Miguel Ángel Granados Chapa de la AMEDI, (Asociación Mexicana de Derecho a la Información).

Javier Solórzano
Es periodista. Conductor de radio y televisión.
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