Gisela Pérez de Acha
24/08/2014 - 12:00 am
Sexualidad y derechos de animales
El activismo por los derechos de los animales está de moda. Tiene todo el sentido del mundo si pensamos que nuestras generaciones son cada vez más escépticas ante cualquier criterio de jerarquía o verdad. Abogar por la liberación animal es el nuevo radicalismo “chic”, el último grito del fitness patrocinado por la industria vegana, que […]
El activismo por los derechos de los animales está de moda. Tiene todo el sentido del mundo si pensamos que nuestras generaciones son cada vez más escépticas ante cualquier criterio de jerarquía o verdad. Abogar por la liberación animal es el nuevo radicalismo “chic”, el último grito del fitness patrocinado por la industria vegana, que acompañado con yoga le da a quien lo intente un halo de espiritualidad y compasión automáticas.
PETA, People for the Ethical Treatment of Animals (Gente a Favor de un Trato Ético a los Animales) aprovecha esta ideología para hacer publicidad de shock que logre mediatizar el mensaje a favor de los animales y en contra de la cacería, los abrigos de piel y la comida empacada en forma de carne. Han sido acusados de todo. Su estrategia publicitaria ha sido tachada de sexista, misógina y sobre todo contraproducente para los movimientos pro-animales.
Por ahora da igual y estos adjetivos son ciertos o no. Lo interesante ponerlos dentro del contexto de cómo ha sido la defensa por la “liberación animal” de las últimas décadas y por qué algunos la perciben como algo emocional; un gran show sin sustento ideológico alguno.
La razón por la que muchos críticos (casi siempre hombres) tachan a los movimientos pro-animales de cursis, histéricos y poco racionales, es porque la mayor parte de sus activistas son mujeres. Conapreeeeeed va a venir a regañarme, pero es algo que está ampliamente documentado: alrededor del 60 a 70% de los activistas pro-animales son mujeres, al menos en cifras europeas y gringas.
¿A qué se debe esto? Hay dos teorías al respecto: Por un lado, hay psicólogos que dicen la socialización a la que nos exponemos determina nuestra manera de pensar, sentir percibir el mundo: mientras a los hombres los enseñan a ser fuertes y agresivos, a las mujeres nos enseñan a ser prudentes y compasivas. Al menos en términos de roles de género. La explotación de los animales, afirma entonces la masculinidad, y su defensa contradice a la misma. Por eso explican que los hombres prefieran no ser identificados con movimientos sentimentales y se dediquen a actividades que reafirmen su machinez.
Por otro lado están los sociólogos que identifican que siempre ha existido un vínculo entre el feminismo y la defensa animal y eso se explica porque las mujeres y feministas son más proclives a entender la desigualdad, explotación y falta de voz de los animales en base a sus propias historias. Esto tiene un sustento filosófico e histórico importante.
El primer dato de esto se da en 1875 cuando Frances Power Cobbe, una sufragette irlandesa, hace un paralelismo entre los experimentos ginecológicos practicados en mujeres vivas y aquellos practicados en animales. Su movimiento se llamó “vivisectionismo”, la práctica en contra de seccionar y cortar de manera experimental a un ente vivo, sea mujer o no-humano.
Un silgo después, algunas ramas del “feminismo negro” pusieron en evidencia que los mismos argumentos que justificaban la experimentación y explotación de las mujeres negras, permitía que animales no-humanos pasaran por lo mismo. Esto se basa en la documentación que hizo Petra Kuppers sobre un doctor llamado Marion Sims, quien en el siglo XIX cortaba los vientres y órganos de esclavas africanas vivas para desarrollar la ciencia de la ginecología. Todo se justificaba por un “beneficio mayor a la humanidad.”
En términos filosóficos, el australiano Peter Singer es sin duda quien puso en evidencia la relación que existe entre el racismo, el sexismo y aquellos que creen que la especie humana es superior a las demás. En pleno apogeo del movimiento feminista y post-movimiento negro, Singer se atreve hacer una afirmación controversial: que los no-humanos son iguales a nosotros en tanto tienen la capacidad de sufrir.
Esta capacidad es un prerrequisito de la autonomía decisiva, aunque sea en un nivel mínimo. Si lo pensamos, cualquier animal toma decisiones que implican evadir el sufrimiento, el dolor o el hambre. Tiene un punto súper importante: que el único límite aceptable que marca la consideración a terceros es la capacidad de sufrimiento. Si los derechos son la protección legal en contra del sufrimiento, algo que no sufre (como una piedra o inclusive una planta) no merece ser protegido en sí mismo. El sufrimiento ajeno es el límite ético. Con mucha razón, Singer dice que cualquier otro límite basado en una característica arbitraria como la inteligencia o la racionalidad –muchos pretenden que así se distinguen humanos de animales– no es válida en absoluto, pues si hablamos de categorías arbitrarias de aquellos que están en el poder, ¿por qué no poner como límite el color de piel o el sexo?:
“El racista viola el principio de igualdad al dar más peso a los intereses de los miembros de su propia raza cuando hay un enfrentamiento entre sus intereses y los de la otra raza. El sexista viola el principio al favorecer los intereses de su propio sexo. De modo similar, el especista (por no tener una mejor palabra) permite que los intereses de su propia especie predominen sobre los intereses esenciales de los miembros de otras especies. El modelo es idéntico en los tres casos.”
– Peter Singer, Liberación Animal
Habrá quienes en este punto de la columna, pasen directamente a la sección de comentarios a burlarse de la ridiculez de pensar en dotar de derechos a los animales. Pues a ellos les recuerdo que así se pensó en su momento cuando se habló de derechos de los negros y negras y de los derechos de las mujeres. Cuando Mary Wollstonecraft publicó en 1795 el libro “Vindicación de los derechos de la mujer”, la parodia de un académico de Cambridge fue inmediatamente publicada bajo el título “Vindicación de los derechos de los brutos”.
Argumentaba la parodia: “¿Cómo podríamos dotar de derechos a las mujeres? Habríamos entonces que darle derechos a las bestias, los animales, los caballos y los perros.” El argumento siempre ha sido el mismo: solo el hombre, blanco, racional y occidental es sujeto de derechos. Todo lo que salga de esta norma merece ser dominado, esclavizado y utilizado como fuente de placer.
Entonces, si el argumento central del racismo, el feminismo y la defensa de los animales se encamina en contra del modelo de dominación masculina que busca controlar todo aquel que no sea blanco y hombre, se entienden las críticas a PETA. Y cabe hacernos varias preguntas.
¿Por qué usar a mujeres representadas como objetos y víctimas cuando el argumento de fondo es que los animales no lo sean? Puede ser que PETA se esté olvidando de las ramas del feminismo que abogan por la defensa de los animales. O puede ser que consideren que los animales sufren más que las mujeres, y por eso se justifican ese tipo de campañas. Pero por otro lado, tal vez el punto sea el shock que provoca equiparar a una mujer con una pedazo de carne desangrado y sea “especista”, en palabras de Singer, decir que dicha analogía es denigrante (si los animales e humanos somos iguales, ¿por qué habría de ser ofensivo?)
Dos videos representan la cúspide de las críticas. El primero fue prohibido durante el Super Bowl por el contenido erótico que reproduce un solo tipo de mujer para “vender” el vegetarianismo como algo sexy y atractivo:
El segundo se trata de la historia de una chava que aparece con collarín y moretones porque su “novio se volvió vegano” y –literalmente—se la cogió muy fuerte. Las críticas volaron por la apología a la violencia sexual:
En todo caso, PETA admite que la defensa de los animales es un tema difícil de colocar en la agenda pública y en un mundo dominado por reglas masculinas, el “sexo vende” y eso tiene que ser aprovechado en términos mediáticos. El resultado es que siguiendo las reglas publicitarias y los tipos de cuerpos que las mismas dictan, la defensa de los derechos de los animales se convierte en una moda de consumo hipster y superficial.
En el fondo, tanto la defensa de los animales como el vegetarianismo, es un principio ético que reta muchas preconcepciones en el mundo actual y que implica tiempo y sobre todo, mucha información. ¿Cómo lograr salir de la academia y llegarle a las masas sin que la información sea distorsionada? Esa es la gran pregunta.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
13-11-2024
13-11-2024
12-11-2024
12-11-2024
11-11-2024
11-11-2024
10-11-2024
10-11-2024
10-11-2024
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo