Parcial y subjetivo | Sin sombra

24/08/2012 - 12:00 am
Foto: Wikipedia

Hace un par de semanas, con el pretexto de las vacaciones y su estrecha relación con la playa, hice un listado de novelas relacionadas con el mar. En un ejercicio de contraposiciones, ahora lo hago de otros textos vinculados con lo desértico. Al hacerlo, me doy cuenta de que lo opuesto también resulta complementario. En ambos casos es sencillo descubrir a personajes enfrentados a la inmensidad. El desierto suele extenderse más allá de la vista. El paisaje se modifica conforme sopla el viento. No hay nada que tomar ni que comer. Sus únicos habitantes naturales son depredadores en el más amplio sentido de la palabra. Estar ahí significa poner en riesgo la vida. Y, sin embargo, hay muchos que lo hacen.

¿Cuáles son las motivaciones que llevan a unos a esos parajes? La respuesta descansa en demasiadas vertientes. Desde los que están ahí porque no conocen otro mundo, hasta los que vieron en esa extensa planicie la única posibilidad de escape. También están los desertores, los enamorados, los que deben resignarse a esa tierra como su única posibilidad de sustento. Muchas civilizaciones han crecido hacia sus confines y han aprendido a vivir de su escasez. Además, ahí donde nada florece, el misterio se recrea a golpes de siroco. Un viento que tiene tanto de misterioso como de premonitorio.

Intento ahora dar cuenta de cinco textos que no caigan en el lugar común de los relatos religiosos. Basta pensar en El éxodo para identificar un texto narrativo en donde el desierto resulta fundamental. Sin embargo, bien se podría discutir su carácter de ficción como en muchos otros. Así pues, he optado por incluir textos más relacionados con lo desértico que con el desierto mismo. Tal vez porque en esa categoría es donde se deshilvanan las esperanzas.

Mira si yo te querré

Montse ha perdido el sentido de su vida. Su hija ha muerto en un accidente y apenas le entusiasma su trabajo como doctora en el hospital. Así que se deja llevar por un entusiasmo casi adolescente despertado por una fotografía. En ella descubrió que Santiago, su primer amor, sigue vivo. Montse emprende el viaje al Sahara para buscar a un hombre que, varias décadas atrás, se alistó en la Legión Extranjera. Las cosas no serán sencillas. Las inclemencias del desierto se suman a la crueldad de algunos de sus habitantes. Sin embargo, ella consigue superar cada uno de los obstáculos gracias a la ayuda desinteresada de otros tantos. Con una prosa envolvente y seductora, Luis Leante consigue trasladarnos al más inhóspito de los escenarios para, una vez ahí, construir uno de esos finales que son filigrana de la más fina. Una historia de amor propia para melancólicos.

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El llano en llamas

Ninguno de los diecisiete cuentos que conforman este libro (o quince, en su primera edición) sucede propiamente en el desierto. Pero el ambiente es muy similar. La tierra es árida, yerma, a la espera del milagro del agua. Los personajes que los habitan guardan silencio, son solitarios y hacen de la resignación el único estado aceptable tras el abuso de los poderosos. Algo no funcionó en México tras su revolución. Las tierras no fueron bien repartidas. Los campesinos deben padecer la más absoluta de las miserias con la esperanza de obtener frutos de tierras infértiles. Narrados casi siempre a partir de las voces de sus personajes, en El llano en llamas, Rulfo hace uso de todos los recursos narrativos con que cuenta. Así de prodigioso es el arribo a su ambiente. Tanto, que la seducción llega por la vía de la tristeza porque no es posible sino conmoverse y enojarse ante cada uno de sus cuentos.

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El jardín devastado

Laila ha perdido a su esposo y a su pequeña hija en medio de la invasión norteamericana a Irak. En lugar de abandonarse a su suerte, a optar por el suicidio fácil o a renunciar al resto de las cosas, en su dolor encuentra los motivos para buscar lo poco que le queda. Emprende, pues, un viaje en busca de sus hermanos. En el camino corre con la mala fortuna de rescatar a un djinn, un demonio del desierto que había jurado vengarse de quien lo sacara de su prisión. A cambio, le concederá varios deseos a Laila quien pagará con convicción cuando su vida le sea requerida. Jorge Volpi consigue aproximarse al dolor humano. A diferencia de sus novelas anteriores, en ésta hace uso de una prosa casi aforística y no menos efectiva para trasladar al lector a un mundo pletórico de sufrimiento. Un segundo plano narrativo servirá de contrapunto a esta historia.

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Los dos reyes y los dos laberintos

Son varios los temas recurrentes dentro de la obra de Borges. Sus obsesiones por discernir entre lo infinito y lo indefinido; los enigmas, los misterios y los arcanos de la antigüedad; los dioses y sus designios y algunos más. Dentro de todos ellos, los laberintos ocupan un lugar especial. Tal vez sea por lo evocador de la imagen o por la desesperación que pueden arrancar en cualquier lector. Si, además, se añade la idea de la venganza, es casi imposible resistirse a este cuento. No digo más porque, hacerlo, implica el conocimiento de los lectores sobre el texto o, en dado caso, obliga a estropear este magnífico relato. Leerlo, además, permite acceder al libro que lo contiene, El Áleph, un libro monumental que abusa de la capacidad narrativa de su autor.

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El arte de la resurrección

El Valle de Elqui es una inmensa planicie chilena llena de minas de salitre. Es un desierto rocoso e inhóspito de donde se extrae un mineral demasiado tóxico. Sus habitantes deben padecer la inclemencia del tiempo y de su oficio a cambio de una promesa imposible: salir de la miseria. Si hoy en día el panorama resulta desolador, más lo era en la primera mitad del siglo XX. Quizá por eso el paisaje daba cabida a la existencia de personajes grotescos. El cristo del Elqui es uno de ellos. Convencido de ser la reencarnación de Cristo, camina entre las minas para anunciar el próximo fin del mundo. Mientras lo hace, busca discípulas que le ayuden a difundir la palabra divina y a satisfacer sus necesidades carnales. Esta novela consigue trasladarnos a un paraje desolador donde el límite de lo humano se debate entre sus posibilidades místicas y lo bestial de sus habitantes. Sin embargo, quedan resquicios por donde puede acceder la misericordia.

Siguiendo la tónica de estas historias es sencillo llegar a una conclusión parcial: el desierto nos enfrenta a nuestra individualidad. Frente a él estamos solos; ya sea porque la arena es la encargada de modelar todo lo que existe en torno, ya porque la impotencia se vuelva máxima cuando se carece de lo indispensable. En cualquier caso, los personajes se vuelven solitarios con las esperanzas derretidas por el clima y es justo ahí donde la literatura encuentra el terreno más fértil para la narración.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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