Alejandro Páez Varela
24/07/2023 - 12:08 am
Un hombre así
Si este texto fuera sobre la traición, el engaño, la mentira, el odio y todo lo que representa Vicente Fox, sería eterno. Tampoco soy su biógrafo –y suerte para quien quiera entrarle a ese cántaro de suciedad–, pero su vida y su carrera han estado siempre chapoteando en la vileza; en una olla profunda de miseria humana.
El 31 de octubre de 2006, deprimido, frustrado y pensando que las cámaras estaban apagadas, Vicente Fox dijo antes de iniciar una entrevista con Telemundo: “Ya hoy hablo libre. Ya digo cualquier tontería, ya no importa. Ya. Total, yo ya me voy”. La frase quedó en video y se difundiría después.
Eran días de gran agitación política en México. Felipe Calderón asumía la Presidencia en la vorágine de un país polarizado: unos reclamaban por el fraude electoral y otros se habían instalado entre el “haiga sido como haiga sido” y en la defensa férrea de la imposición. Esa fue la última imagen de Fox. Con esa frase dejó la Residencia Oficial de Los Pinos. Millones de mexicanos lo culpaban por haber violentado los principios democráticos que lo habían llevado al poder. Por sus pistolas, pisando la Ley, había coordinado al Estado (los poderes Ejecutivo y Judicial, además del Congreso de la Unión) para inhabilitar a Andrés Manuel López Obrador y tratar de evitar que contendiera en las elecciones.
A su salida, el expresidente de derechas volvió a Guanajuato, a su rancho que antes estuvo en quiebra y que para entonces era boyante gracias a las aportaciones de mecenas privados. Los multimillonarios que lo apoyaron en 2000, a los que había perdonado impuestos por miles de millones de pesos, se volvieron sus donantes. Así nació el “Centro Fox”, como llamó a la finca familiar, reverdecida por el tráfico de influencias y la corrupción. La propiedad se volvió un muestrario del mal gusto, revestida con los horrores de un nuevo-rico. Se había mandado hacer una copia fiel de su oficina en Los Pinos y tenía “bandas presidenciales” a la venta. Se hizo un lago artificial y soñaba con sembrar sus parcelas con mariguana.
Ya lejos de la Presidencia, Fox empezó a cobrar hasta por mandar saludos a cumpleañeros. Se asoció en una o más empresas promotoras de la cannabis y volteó a ver a Calderón, que desataba una cruzada contra las drogas. Pidió detener “la guerra” y regular las drogas porque vio dinero en ello, no porque lo conmoviera en lo más mínimo la tragedia que desató el mismo individuo al que llevó a la Presidencia.
Y luego, ya con Enrique Peña Nieto en el poder, empezó una campaña en Estados Unidos en contra de Donald Trump. En medio de la crisis binacional (una amenaza que fue conjurada por los oficios de López Obrador), Fox cobró dinero por encenderle la cresta a un individuo que amenazaba con mandar al ejército estadounidense a suelo mexicano. El expresidente aparecía en varios spots lanzándole dedos y maldiciendo a un enfurecido Trump. México temblaba, la maquinaria diplomática trabajaba horas extras y Fox cobraba dinero por maldecir al fascista mandatario de Estados Unidos. La empresa de entretenimiento Super Deluxe, productora de los videos de Fox en YouTube, confirmó a SinEmbargo en septiembre de 2017 que el panista había sido contratado para ofender a Trump a cambio de dinero.
Bufón, imprudente, simuló una campaña presidencial allá. “Muchos me preguntan, ¿cómo es que puedes ser Presidente [de Estados Unidos] si eres mexicano? Respondo con tres palabras: Donald Fucken Trump”, decía Fox en un anuncio. Muchos reían y otros llamaban “patriota” al político indigno. Pero a otros nos daba vergüenza que ese payaso sin dignidad usara colores de la Bandera por unos cuantos dólares.
La prensa había celebrado mucho las payasadas de Fox durante su campaña presidencial de 2000. Había llamado a Francisco Labastida “mariquita” y “la vestida” y luego como Presidente llamó “lavadoras de dos patas” a las mujeres y dijo que los mexicanos en Estados Unidos hacían “el trabajo que ni lo negros quieren hacer”. Apenas se recuerda aquello. Ninguna institución se ha atrevido a confrontarlo, ni siquiera porque es un difusor del discurso de odio; un racista, clasista, machista y homófobo. Lleva décadas utilizando los mismos calificativos discriminatorios que aparecen en canales clandestinos de la derecha radical (contra los judíos, por ejemplo) y que no se atreven a usar en público hasta las corrientes ultra conservadoras, como Vox en España.
Vicente Fox no sólo ha mantenido mudas a instituciones como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) o la Conapred: es una especie de “icono” dentro de la derecha mexicana. Una figura promovida y respetada que ha apoyado las campañas de los últimos dos presidentes antes de López Obrador: Calderón y Peña Nieto. Cuando el PAN, el PRI y lo que queda del PRD presentaron el Frente Amplio por México, Claudio X. González y él ocuparon un mismo sitio entre los notables. En las fotos aparecieron juntos, comentando el evento como testigos de honor. El anciano racista de 1.92 metros de estatura (llamado alguna vez por Porfirio Muñoz Ledo como “el alto vacío”) salió de allí a dar declaraciones y fueron tomadas con la misma importancia que se tomó el impuso que dio, unas semanas antes, a otra ultraderechista orgullosa de serlo: la conductora Lilly Téllez.
Hace apenas unas semanas, Acción Nacional recurrió a él para una serie de spots promocionales. Marko Cortés, dirigente nacional, lo convirtió en el rostro del panismo a pesar de que Fox había decidido dejar al partido en diciembre de 2012 (en enero de 2013, Martha Sahagún lo dijo a los medios). Fox no confirmó su militancia en el PAN después de ser promotor de Peña desde que era Gobernador del Estado de México y después de haber traicionado a la candidata de su partido, Josefina Vázquez Mota. A Cortés no le importó ni por dignidad. Lo volvió el rostro de la derecha institucionalizada del país.
Los spots de referencia no merecen demasiada atención. Típico de Vicente Fox: con mentiras intentó apropiarse de la autoría del programa de adultos mayores lanzado por López Obrador desde que era Jefe de Gobierno de la capital. Eso y otras sandeces. Pronto se encargó él mismo de confirmar su verdadero talante: en una entrevista con Fernando del Collado exigió a Xóchitl Gálvez cancelar los programas sociales –entre ellos el de adultos mayores, que intentó apropiarse– y devolver los privilegios a los expresidentes que costaban al país cientos de millones de pesos y que fueron cortados en esta administración.
“Ojalá y Xóchitl [Gálvez] nos cumpla de que los huevones no caben en el Gobierno y tampoco en el país. Ya se acabó de que estén recibiendo programas sociales: ‘¡A trabajar, cabrones!’, como dice Xóchitl”, dijo en la entrevista. Fox, quien es un hombre acaudalado, aseguró allí mismo: “[Estoy] Batallando para sobrevivir económicamente, sí me ha costado trabajo. La pérdida de la pensión, la pérdida de los apoyos de talento y de recurso humano, y la pérdida de los seguros. El seguro de gastos médicos mayores anda en 100 mil pesos mensuales a mi edad, y tengo que pagarlo yo. Los presidentes deben tener tranquilidad, los expresidentes igual, sucede en todo el mundo. No hay que mandarlos a la hoguera porque se portan mal”.
La Senadora Xóchitl Gálvez no se pronunció al respecto, a pesar de que hubo una condena colectiva a las palabras del expresidente y a pesar de que ella fue aludida directamente por él. Era importante el deslinde. Hay que recordar que fue Comisionada para los Pueblos Indígenas en la administración 2000-2006, de Acción Nacional.
Gálvez también calló convenientemente cuando miles montaron en redes una ola de indignación porque Fox, un odiador de 82 años que había asumido la Presidencia 23 años antes cargando un crucifijo, lanzaba un tuit que no era muy diferente a lo que él representa. “[Claudia] Sheinbaum es judía búlgara, Marcelo [Ebrard] es fifí francés, [Gerardo Fernández] Noroña es extraterrestre y Adán Augusto [López] es de Transilvania. ¡La única mexicana es Xóchitl!”, decía su imagen en Twitter. Luego, cobarde, borró el mensaje que dijo haber “retuiteado”, pero no fue así: la imagen fue bajada y luego cargada por él.
Un día después, en sábado, la Senadora “condenó” el mensaje de Fox. Y todavía más tarde ese mismo día, Santiago Creel Miranda, el último Secretario de Gobernación de Fox y también aspirante presidencial, mandó un tuit donde se refería al ataque xenófobo sin atreverse siquiera a mencionar a quien fue su jefe.
No hay sorpresa, no la debería haber. El círculo de Vicente Fox es y ha sido antisemita. Quienes se sorprendieron, lo hicieron por ignorancia o por hipocresía. Eso es él. Esas son las raíces de su formación ideológica. Su Gobierno fue la vindicación de El Yunque, la organización ultraconservadora que por un tiempo operó desde la clandestinidad, pero que fue exhibida por el periodista Álvaro Delgado en un libro y en posteriores trabajos. ¿A quién podría sorprender que Fox difundiera mensajes contra la comunidad judía si la organización que encumbró en su Gobierno nació “para defender a la religión católica de sus adversarios: el comunismo, el pueblo judío y la masonería”?
En 2021, el periodista Delgado dijo en una serie publicada por SinEmbargo Al Aire sobre la organización de extrema derecha: “El año 2000 es, digamos, la culminación de una larga marcha de la derecha y de la extrema derecha, en general, en México. Y de manera particular, para esta expresión extremista denominada El Yunque, porque finalmente Fox representa justamente esa corriente histórica del conservadurismo mexicano y de las expresiones más radicales”. Ramón Muñoz Gutiérrez, Francisco Javier Salazar Sáenz, Carlos Abascal Carranza y otros destacados miembros del Gabinete panista “del cambio” fueron concesiones a ese grupo radical que se funde con la ideología del fascismo.
Tampoco debería sorprender lo arraigado y extendido que está el antisemitismo en México si tomó parte del Gabinete de Vicente Fox. Pero hay una rama fuerte dentro de la misma izquierda, o que se hace pasar por izquierda, que ataca por su origen a Claudia Sheinbaum en chats de YouTube –incluso en el de la conferencia “mañanera”– y en otras redes sociales. Es un grupo muy claro, con identidad, que lleva mucho tiempo enamorado de teorías de la conspiración y que vincula a la exjefa de Gobierno de la capital con George Soros y con otros fantasmas. Hace tanto o más daño que la prensa identificada por López Obrador con el bloque conservador porque se mueve desde adentro, con aparente permisibilidad.
Muchos dicen asustarse con lo dicho por Fox, que es obvio y que tiene raíces ideológicas identificables. Pero no se asustan si esos mismos ataques vienen desde adentro de la izquierda; de una rama que supuestamente ama la “geopolítica” y amasa teorías como quien amasa harina de tortillas. Son peores que Fox, pero como no han sido condenados desde la Presidencia operan con el permiso que otorga la tolerancia.
***
Si este texto fuera sobre la traición, el engaño, la mentira, el odio y todo lo que representa Vicente Fox, sería eterno. Tampoco soy su biógrafo –y suerte para quien quiera entrarle a ese cántaro de suciedad–, pero su vida y su carrera han estado siempre chapoteando en la vileza; en una olla profunda de miseria humana.
A los meses de haber dejado la Presidencia, Fox lanzó un “taller” dirigido a políticos y servidores públicos que llamó “El método Fox para ganar elecciones”, o algo así. Algunos gobiernos panistas pagaron con dinero público “la formación de cuadros” en el Centro Fox. Era, en esencia, su propio reconocimiento de qué tan manipulable es un pueblo con deseos de justicia. En 2000, hartos del PRI, los mexicanos fueron a las urnas buscando un cambio; lo que Fox vio fue una masa manipulable por medio de un método, su método para ganar elecciones. El cambio no fue, según él, por la justa rebeldía de un pueblo contra sus opresores, sino la consecuencia de un método. Ese es Fox. La honestidad habría puesto en sus manos una daga el día en que tomó protesta, no un crucifijo; la daga es, para un hombre así, el verdadera símbolo de su ideología.
Confío en que su condena en vida sea enfrentar su propia decadencia –por eso debería ser longevo–; estar frente a la oportunidad de verse a sí mismo. Y quizás, también creo en eso, tenga una última oportunidad de redimirse; para reconocer que ha mentido, que ha traicionado, que ha hecho daño a los que están cerca o lejos; a un país que votó en él con esperanza y que él vio como un negocio; como una masa manipulable con un “método” basado en ideas del llamado “management moderno” de mediados del siglo XX, que él, su esposa y sus cercanos abrazaron como una religión.
En aquél 31 de octubre de 2006, un Fox adentro del otro Fox dijo: “Ya hoy hablo libre. Ya digo cualquier tontería, ya no importa. Ya. Total, yo ya me voy”. Y en los siguientes años siguió diciendo tonterías; volvió al mismo hombre atado a sus prejuicios y a su odio, a la mentira y a la traición.
Vicente Fox debería razonar mejor su destino próximo; no todos tienen la oportunidad de reflexionar y son menos los que alcanzan a pedir perdón. Debería, en algún punto, reconocer quién es, lo que ha significado para México. Total, ya se va. Pero el camino que tomará, lamento decirles, será el de la deshonestidad. No hará esfuerzo alguno por salvar su nombre o salvar su alma (porque, supongo, cree en el alma) antes que todo lo que fue se le venga encima, como dicen que nos sucede en la hora final.
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