Ciudad de México, 24 de junio (SinEmbargo).- Maradona trota a la banda donde un chico de cara triste lo espera para sustituirlo. Era el último partido como profesional de Diego en un clásico frente a River Plate en el estadio Monumental. El 10 de Boca le aplaude al sustituto quien entra con el pie derecho. Juan Román Riquelme (Buenos Aires, 1978), se pondría la camiseta emblemática que dejaría el legendario jugador argentino vacante. Román haría historia.
Tan criticado por su semblante carente de emociones, Riquelme tenía un encanto única en su pierna derecha que hacía olvidar un poco sus gestos poco alegres en su andar diario. Cuando Román se calzaba los tacos y se vestía de jugador, provocaba alegría en la grada, esa que su cara era incapaz de mostrar. De voz ronca y baja, el futbolista de Boca Juniors, fue siempre perseguido por los medios de comunicación que buscaban alguna declaración de la figura. Riquelme, tímido, siempre se sintió incómodo.
A principios de este siglo, Boca revolucionó el futbol sudamericano y mundial. Siempre con Riquelme como el conductor de ese equipo mísitico, Carlos Bianchi dirigió al equipo Xeneize hacia lo más alto de cualquier competencia que disputaba. Son innumerables las noches donde la bombonera del Boca Juniors, uno de los estadios más emblemáticos del planeta, se convertía en un escenario donde las emociones hacían erupción tras un pase o gol de Román. La 10 del Boca era tan bien portada por un jugador que seguía gesticulando poco pero jugando en demasía.
Poseedor de un talento único, Riquelme solo quería dedicarse a jugar. “Me gusta hacer feliz a la gente”, declaró muchas veces sobre el “hincha” de Boca que se entregaba a su ídolo. A pesar del recorrido, del tiempo que no se detiene y de tanta copa ganada, Román nunca se ha sentido cómodo en conferencias de prensa con preguntas insistentes. El quería jugar, había nacido para eso. Desde su comienzo corto en Argentinos Juniors, pasó a Boca en 1996 por recomendación de Carlos Bilardo, el técnico que hizo campeón del mundo a Argentina en México 86.
Los comienzos intermitentes del talentoso enganche mostraron pinceladas esporádicas de su capacidad hasta que Carlos Bianchi llegó al banco Xeneize para renovar al gran equipo que tenía sequía de títulos incomprensible para tanta historia. El técnico intelectual de poco cabello le dio la pelota a Román armándole un equipo a su alrededor muy a la altura de su talento. Con Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, conformó una tripleta que se sigue recordando en la afición bonaerense que vive un presente tan tedioso como preocupante.
La Libertadores se convirtió en la copa preferida. Las noches coperas continentales fueron amenizadas por Boca Juniors. Con un juego aguerrido y ordenado, la libertad de la que gozó Riquelme fue clave para abrir la llave de muchos partidos que lucían complicados y hasta perdidos. El 10 ganó tres copas continentales. La fama en América del argentino se establecía ante la mirada lejana y juiciosa del futbol europeo que no terminaba por valorar la pegada de Román. En el 2000, todo eso cambiaría. La copa intercontinental se jugó en Japón entre el equipo Xeneize y el Real Madrid. La exhibición de Riquelme en aquella noche japonesa puso a sus pies al futbol de primer mundo. Boca ganó la copa que determinaba al mejor club del mundo superando al gigante español con la visión de Román que trató la pelota a su antojo mientras todas las dudas se iban disipando.
A partir de ese momento, una pugna por ver a Riquelme en campos europeos comenzó. El romántico argentino que no quería irse del club de sus amores, por fin cedió ante una oferta irrechazable. El FC Barcelona vivía tiempos complicados. Como cuando llegó a Boca, el club catalán le dio la 10 blaugrana a Román en 2002. Sin embargo, el paraíso barcelonés no coincidió con el juego libre del argentino. Su paso fue borroso en la única temporada que estuvo en la entidad catalana. Ante la crítica por su fracaso, el Villarreal, un equipo que subía en sus pretensiones deportivas se entregó al Riquelme de cara triste.
Fueron tres años donde una pequeña localidad abarrotó el estadio Madrigal para ver jugar al argentino. El Villarreal llegó a la Champions League donde enfrentó con la confianza de un equipo histórico a grandes rivales de mucha envergadura europea. Galardonado como el mejor extranjero de la liga en 2005, Riquelme iluminó las esperanzas de un pueblo argentino que no celebraba nada serio desde la Copa América de 1993, cuando derrotó a México en la final. Román comandó la selección que armó Pekerman para Alemania 2006 con un emergente Lionel Messi muy joven. La derrota en cuartos de final frente a los locales, puso otra vez en la palestra su forma de ser tan fría.
A partir de 2007, después de regresar a Boca para ganar la Libertadores, el camino del crack argentino ha sufrido muchos tropiezos físicos y mentales. Muchas lesiones han provocado esporádicas presencias en cancha con nubarrones polémicos a su alrededor como la renuncia a la selección por las diferencias que tenía con Maradona. Su forma de ser provoca que la gente lo quiera o lo odie de la misma manera. Su compañero Palermo, con el que construyo un equipo histórico bonaerense, dejó siempre establecida la mala relación personal que tenían. Román vive por y para Boca Juniors, equipo con el que se ofreció a jugar gratis, renunció y volvió. Mucha incertidumbre que no merece una carrera como la de Riquelme.
Es uno de los últimos enganches románticos que quedan en el mundo. Esos lentos de pies pero con una velocidad mental de genio. En la memoria queda el “caño” que le hizo al colombiano Yepes en la bombonera jugando un clásico. Un artilugio que le dio la vuelta al mundo por la capacidad artística de la maniobra. Aquellos tiempos esperanzaban a un país con un futbolista que prometía para altos vuelos. Román conquistó Argentina y el continente. Fueron los mundiales no jugados o los de poca injerencia la asignatura fallida de un crack mundial de condiciones indudables. La mentalidad casera de Riquelme es para los bonaerenses una prueba de amor única que fue pagada con una estatua, para el resto del futbol mundial, el que hoy cumple 35 años, es una estrella cósmica que no quiso destallar su luz en muchos más lares.