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Antonio María Calera-Grobet

24/04/2016 - 12:00 am

Coma todo (Una pesadilla y una realidad)

Por eso lo primero que vamos a hacer es obligarlo a desayunar. Debe desayunar como rey, luego comer como príncipe y cenar como un mendigo.

Foto: Especial
Foto: Especial

UNA PESADILLA 

“Todo altísimo en sus análisis. Como ningún otro paciente. Al doble. Triglicéridos a 1100, Colesterol a 280, Glucosa a 200. Y bueno, como ve aquí en este renglón sus plaquetas no sirven, hay que cambiarlas. Pero eso luego. Por lo pronto tengo la obligación de decirle que le baja o le baja. Va a tener que ponerse a dieta rigurosa sí o sí, pase lo que pase, si no quiere que se lo lleve patas de cabra. Y deje usted que se muera y esté su alma flotando quién sabe en dónde: imagínese que se queda todo estúpido en una silla. Eso pasa seguido, ¿eh? Por eso lo primero que vamos a hacer es obligarlo a desayunar. Debe desayunar como rey, luego comer como príncipe y cenar como un mendigo.

“El jugo verde que voy a recetarle no es ningún medicamento. Es una bomba de antioxidantes y fibra para que su colon resucite, limpie todas sus tuberías y elimine lo malo que tiene adentro. Ahí le va. Lleva nopal, apio, perejil y toronja, un poquito de piña y además le pone chía, pinole, salvado de avena o linaza. Va a ver cómo se le movilizan todas las grasas en reservas. ¡Panza, callo de la andadera, papadas, ya sabe! ¡No se salte lo del salvado eh! Y si hay póngale sábila o xoconostle ¡Y unas buenas cucharadas de alpiste! Como lo oye: el alpiste dejó de ser sólo para pajarracos porque se descubrió en no sé cuál Universidad de Estados Unidos que es lo mejor para quemar grasa. Y coma mucha corteza de árboles para quedarse con el colesterol bueno. Porque hay uno bueno, ¿sabía? Y me le pone a su jugo media cubeta de zacate con cilantro, dos huacales de papaloquelite y media cajuela de ejotes. Y tres hojas de papel bond para que amarre. O un pedazo de estropajo. ¡En ayunas, sin aguantar la respiración y sin dejar ni un dedo! ¡Y se me va por todo eso caminando al mercado sin chistar! ¡Y así todos los días hasta que se ponga verde! ¿Me oyó? Repito: ¿Me oyó? ¿Me oyó?”

Entonces me desperté. ¡Gracias a dios todo había sido una pesadilla! Ya decía yo que estaba de lo más exagerado el maldito doctor. ¡Estropajos! ¡Ja! Feliz me lanzo al trabajo. Qué bello es vivir. A la hora de la comida quedo con “X”, “Y” y “Z” para ver el futbol con un buen bife. Dos buenos bifes en realidad. Par de chelas. Par de anises. Roncete para levantar al final. Pues bien, acabo con el primero, pico de aquí y de allá, acabo con el segundo (y un pedazo del corte del tipo a un lado), pero algo va mal en mi cabeza después de aquel sueño aterrador. ¡Todo por las malditas intrusiones del Doctor No. O debería decir Capitán Ejote, Sargento Verdolaga, Don Espinacote! Las cosas me saben a culpa, remordimiento. Tal vez todo una señal para que asista al doctor por mis propios pies. ¡Joder! Hasta dejo el ron y con ello mi fama a la basura. Digo que voy a mi casa por unas cosas pero en verdad salgo corriendo al consultorio.

La hora de la verdad. Esto sí que va en serio. Una nutrióloga con bata y todo, diplomas en la pared. Apenas me siento y me pregunta qué cené ayer. Ni siquiera voy a la mitad del menú y ya me levantó la ceja. Me imagino lo que vendrá. Empezamos. Adiós al huevito en el arroz, a los sesos fritos, al cerdo antes de entrar a la corrida de toros. ¿Ni Ibérico? No. No al Paté. No al salami. Chorizo menos. Adiós a los asados del fin de semana. Ahora sí, nada de nada. Ciao. Arrivederci. Finito. Caput. Siento que todo se derrumba, que se cae hasta el techo. Sólo frutas y verduras. Y pescado hervido. Ni siquiera puedo decir puras habas. La veo a los ojos y pienso que algo se podrá hacer con los vegetales, las coliflores, los brócolis pese a su mala reputación. “Tocino de pavo si quieres”. “Preferiría no hacerlo”, le respondo altivo. “Primero muerto”, arremeto. ¿Tofu? ¿Hamburguesas de soya? No gracias. Paso sin ver toda una lista. Luego de su metralla pactamos. Debo desayunar todos los días y no puedo cenar nada después de las 12 de la noche. Que por mi bien. Algo cínica. Y además adiós al ron Caney, al Mulata, al ron de donde sea, al ron en general. “¿Nada de ronroneo?”, pregunto sólo para sacarla de quicio, mientras me río por mi nombramiento. Ponerle la palabra ronroneo al ejercicio de libar ron me hubiera hecho muy feliz en otras circunstancias. La doctora no lo pesca. “Es-tric-ta-men-te prohi-bi-do”, me recalca. Bien bajado ese balón. Le doy el crédito. Se lleva el vodka sin misericordia alguna y el vino me lo deja en dos copas y sólo en fechas especiales. “El vino es bueno para el corazón”, me dice. “Como si no lo supiera”, digo yo. Se lleva la cerveza. “Ni a la light. Lo light, según no sé cuál universidad de Estados Unidos puede causar cáncer.” “No” y “no” y “no” a todo.

Es demasiado. Se ha pasado de la raya y hay niveles. Y por cierto ahora que la veo ahí apoltronada no es muy finita que digamos. Me pregunto si alguien confiaría en una nutrióloga rolliza, chapeada, torneada día a día por tacos, tortas y pastelitos. Nadie. Pues yo tampoco. ¡Claro, cómo no me di cuenta! ¡Estoy atado a otra pesadilla vil! ¡Joder! Seguro. Por eso me apuro a despertar y relamo mis bigotes para repetirle pausadamente aquella frase: “Mire usted, Doctora Torpedo: ya estuvo suave. Le voy a decir lo que haré en unos momentos y con mucho gusto. Como rey que soy me desayunaré con un carajillo y cenicero, por la tarde mandaré a un príncipe cualquiera a que se coma a un mendigo y luego, por supuesto, me comeré a ese príncipe en un buen estofado. Terminaré pues la noche, como es digno de cualquier monarca, a mis anchas, cenándome a mi reina, seguramente la mujer más bella de ese país de las maravillas en donde sólo reinan sus fantasías arbóreas.” Tomo mi saco, salgo del consultorio y prendo un cigarrillo. Aprieto el paso rumbo a la charcutería de la esquina…

UNA REALIDAD

¡Hágalo! ¡No pierda más tiempo! Por primera vez piense, egoístamente, en su total satisfacción. Se lo merece luego de tanta friega en este mundo matraca. Además ese reto le parece ya impostergable; se nota a leguas. ¿Pues bien, qué espera? ¿No siente merecérselo? ¡Que le importe un reverendo rábano! Aviéntese pues y mande todo al carajo, ataque con todo a esa comida de dioses que nos fue prohibida por no sabemos cuántas “derechas” (parejas), cuántos conservadores (familiares), cuántos cerrados (amigos), mojigatos de primera en fin, cualquier fauna apolínea de nuestra vida. ¡Al diablo! Hínquele el diente a su trozo de belleza inconmensurable, su dádiva divina, su maná, amigo mío, ahora que el mundo por fin se va a acabar, hasta perder la saliva por chuparse los dedos, perder los mismos dedos entre los dientes, en tan bello drama hedonista.

¿Qué le parece por ejemplo empezar, como se debe, con un desayuno de campeones? ¿Con un jugo de naranja de litro y medio, recién exprimido pero frío, seguido de cuatro huevos rancheros de dos yemas? (Porque en realidad: ¿para qué sirve la clara?). Abrir por ejemplo, con una pequeña montaña de hot-cakes (o waffles si lo prefiere, unos buñuelos con piloncillo, panes tostados con mantequilla, o lo que desee), para embadurnarlos con cucharadas de cajeta, mermelada de chabacano, miel de maple, decida usted. Unos huevitos divorciados, unos tirados para no ir más allá, unos huevos en rabo de mestiza, un chile poblano relleno de queso, ya dirá. ¡O continuar con 45 centímetros de longaniza, hundidos en salsa morita, una sartén de refritos en manteca, platanitos fritos con crema, a todo dar! ¿No? Entonces qué tal un consomé de barbacoa, calientito, acompañado por una docena de obuzazos de obispo o espaldilla, frondosotes, rollizos, redoblados, blandos o rehogados en aceite, de esos que comieron los dioses del México antiguo y comerá usted, franco dios del México del futuro; abrochados obviamente con un café con leche bien casero, un té negro lechero, un galón de atole de alpiste o un champurrado hirviendo; con unos tamalitos de dulce del tamaño de un pie de bebé a un lado. ¿Mejor? Una pancita, unos sopecitos o tlacoyitos con cebollita, requesón o cotija, unas flautas de carne deshebrada, unas tortitas de papa, unas gorditas de chicharrón prensado del tamaño de su mano, tortillitas fritas con nata. ¿Ya vio? ¿A poco no se le hace agua la boca?

¿Y por cierto qué se va dar de comer el patrón? ¿Un fideo seco, unas rajas con crema, unas albóndigas en chipotle, un pudín azteca? ¿Un arroz blanco con su huevo arriba (¡Arriba!), uno colorado con sus costillitas de cerdo, un caldo de frijol con bolitas de masa, un frijol con puerco? ¡O una sopa caliente de municiones, de coditos, de letras, con su caldo de res, que ha hecho la alegría de tantas generaciones! Qué tal unos quelites, unas calabacitas rellenas, unos huauzontles, unas quesadillas de sesos, de flor de calabaza, de cuitlacoche. Un mole verde o un pipián, para acabárselos con triangulitos de tortilla, ese barquito que se llena una y otra vez del líquido maravilla. O unas guapas enchiladas, tostadas o flautas, que en su bondad nos regalan siempre con ese néctar de crema, queso y cebolla, salsa roja o salsa verde que nos infarta. ¿No acaso es ese el mejor caldito de la comida mexicana? Con el dedo o con la lengua más que a cucharadas. Deberían de venderlo por litros en los mercados y con popote, para darle llegues cuando llegue el antojo a nuestras anchas.

¿Se le antoja la carne a lo monstruoso? No se preocupe camarada, pongo a su elección estos guisos. Una salsa de chile pasilla para ahogar unos bisteces; que le haga la matrona un espinazo, un mole de olla, un cerdo en verdolagas, un mixiote de carnero. O cabrito al horno, manitas al pibil, pida pecho de ternera en una cantina de abolengo, un entomatado con mayúsculas para no andar en ayunas. ¿Qué qué? ¿Un cortesito? Qué me dice de un Rib eye de 800 gramos y al punto, un Prime rib o un Bife de chorizo, todos de grasita rica para envidia de los difuntos. O un chamorrito bien jugoso, partidito en trozos, unos taquetes de carnitas, de tripa doradita, o unos de costilla en el puesto de la esquina. (¿Coligió?: tripa para la tripa, carnita para la carnita, equilibrio total, homeopatía.) Para rematar, ya sabe, con un agua de coco, horchata de arroz verdadera, de jamaica natural, limón con chía, una nieve de guanábana, una champola de vainilla. ¡Sangría Señorial o Casera! Chaparritas El Naranjo, un Boing de guayaba o de mango. ¡La cosa se pone seria!

¿Vámonos más recio? Un kilo de milanesas de sirloin frente al televisor, una docena de canoas de tuétano para darnos calor. Un cerro de tocino ahumado, colas de langosta en mantequilla, langostinos al ajillo, mollejas a la parrilla, una fabada opulenta con embutidos de primera, pierna al horno en su jugo en la terraza con una chela.
Cocada Coronado de un hilo, galletas danesas, cajas de chocolates suizos o miniaturas belgas. Crema batida, pastelera, conchas sopeadas por la maravilla de su cubierta, un frasco de miel de abeja para batirse como Winnie The Pooh (¡Semejante poeta!). Macarrones de leche, mostachones con nuez, jamoncillos o camotes, champolas o pepitorias. Higos, muéganos, cocadas para la rumia. ¿Quiere más? ¡Joder! Un mango verde con piquín bajo la lluvia, un coctel de frutas, un pedazo de ate con queso, un racimo de uvas. Un dulce de zapote con naranja, uno de tapioca, arroz con leche o capirotada. Una Coca con hielos o una Fanta, una jarra de Yoli helada. ¿Algo más? Un anís, un Galiano, un Chablis, un flan napolitano. Una natilla, una piña colada, un café con Kalhúa o una bebida con Kalahua (para sentirse como en la playa). ¿Un habano? ¿Qué tiene usted un huequito? Pues bueno, volvamos al camino. ¿Un conejo al carbón, un pollo rostizado con la piel dorada del tamaño de una sabana, un caldo tlalpeño, una sopa de haba? Moronga, chorizo, butifarra, mariscada a la plancha. ¿Un robalo o una corvina, un dorado o una lobina, untados de chile y ajos, asados en la parilla para toda la bandada? ¿Más? Unos tacos placeros sacados de la manga, de chicharrón con guacamole, o sólo queso y salsa, como ejemplo evidente de sencillez franciscana. Y bueno, a todo esto. ¿Qué se va a dar de cenar el patrón? ¡Dese el lujo de chutarse la mejor comida del maldito universo! ¡Al fin el mundo se va a acabar! Yo le recomiendo…

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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