Crónica de la dispersión: una historia de la lectura

24/04/2013 - 12:01 am

El dios Toth quiso obsequiar al faraón un regalo y buscó entre sus más preciados. Sólo que, para su sorpresa, el faraón no lo quiso: no quiso la escritura porque se imaginó que la gente se volvería tonta y holgazana. Si saben leer y escribir, pensó, si saben que pueden confiar a un papiro sus reflexiones y datos importantes, entonces descuidarán la memoria y se volverán como las bestias, puesto que sin memoria es imposible el razonamiento.

Toth andaba de buenas, Toth el sabio, y a cambio le obsequió las matemáticas con las que luego Imhotep haría las pirámides.

Sin embargo, el faraón tenía un punto: ¿es posible el razonamiento sin memoria?

Por aquellos años, y por muchos siglos después de las invenciones de la escritura, la memoria ocupó un lugar privilegiado. Los estudiantes y sabios pasaban horas y horas concentrados, memorizando, y se idearon técnicas para que la memorización fuera más rápida y sencilla, como ponerle métrica y rima a las noticias. Hoy día el valor de la memoria está en desuso y, para muchos, el razonamiento del faraón continúa en dos sentidos: 1) el Internet vuelve tontas a las personas o 2) para qué me lo aprendo si lo puedo encontrar en línea. Uno y otro parecieran lo mismo pero el primero es conservador mientras que el segundo cree que toda tecnología es benéfica. Así, vale la pena ver qué ha pasado con otros cambios tecnológicos antes de saltar a conclusiones.

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Miles. O cientos de miles. El papel seguía en China durante la época de Gutemberg y los egipcios habían sido sumamente escrupulosos con el copyright del papiro, de modo que no se popularizó y, por supuesto, en Europa aún no se conocía el papel de higuera que hacían los mayas, así que a los europeos les daba por matar animales cada que querían hacer un libro. Pero aquí no se trata de hablar de los derechos de las ovejitas sino del libro y la escritura como una crónica de la dispersión. ¿Por qué?

Ya fuera en las tablillas de arcilla, los caparazones de tortugas o los frescos, toda narración era unitaria al inicio. Es decir, todo lo que había que contarse estaba ahí en una sola pieza: en un solo caparazón, una sola estela, un solo muro sobre la pirámide. Y lo mismo en los rollos de pergamino que aparecieron más tarde: cada rollo era un libro, un compendio completo que se leía de corrido, sin detenerse y concentrado. Incluso, en el caso de las culturas con alfabeto, las letras y las palabras ibantodasjuntas: sin los espacios en blanco que utilizamos hoy día entre una y otra y, por supuesto, sin signos de puntuación.

A los romanos, que habían empezado a escribir en tablillas de cera y que presumiblemente tenían mucho que registrar para administrar su imperio, les dio por hacer códices. Es decir, dejaron los rollos de lado y fragmentaron la escritura por páginas, como en los libros de papel actuales. Por supuesto, muchos de los sabios de la época se quejaron amargamente: ¡se cortará el flujo argumental, la gente ya no entenderá, ése cambio de página es una aberración que trastoca el sentido del texto!

Pero la escritura, ya fuera latina o china, seguía siendo continua, sin espacios ni signos. De modo que para entender un texto había que leerlo varias veces, concentrado, y de ahí la importancia de los oradores como Cicerón, quienes sabían dar la pausa, la separación y el tono exacto a cada palabra y cada frase. En ese tiempo, por lo menos en Europa, se leía siempre en voz alta. O por lo menos moviendo los labios.

Pero también se separaron las palabras (segunda fragmentación) presumiblemente para evitar malos entendidos. Y luego, mucho más tarde, se incorporaron los signos de puntuación (tercera). Aquí llama la atención que la escritura china, como casi todas las escrituras contemporáneas, utilizan básicamente los mismos signos de puntuación: la coma, el signo de interrogación, el guión, etcétera (dése la vuelta por Wikipedia y compruébelo usted mismo). Por supuesto, al instaurarse estos cambios en cada cultura, hubo un gran número de sabios opositores. Sus argumentos: los mismos, la dispersión, la lectura que se corta por una entrometida coma.

Y, mientras los signos permanecieron, otro hábito cambió: se comenzó a leer en silencio y en solitario. En Europa, dicen que el primero fue San Ambrosio. En los países invadidos por la “colonización”, la masacre se llevó los registros. La concentración en la lectura comenzó a ser sinónimo de silencio y soledad: las bibliotecas silenciosas, el silencio del estudiante. Incluso, mover los labios al leer se ha equiparado con falta de pericia o, de forma atroz y antipedagógica, con inteligencia insuficiente.

¿Y ahora cómo se lee? ¿La dispersión nos ha vuelto más tontos?

El guaje y el multitasking

Hoy día la lectura en pantalla, como la que usted está haciendo, sigue siendo una cuestión de minorías en el mundo. Pero se expande con rapidez. ¿Y cómo lee usted? Aventuro que no lo hace en voz alta (ahí, en su oficina), tampoco mueve los labios (para que no lo cachen que no está trabajando), ni le parecen molestos los espacios entre palabras ni los signos de puntuación. Es más, seguramente, mientras lee este texto usted le habrá contestado a alguien un par de preguntas que nada tienen que ver con su lectura, y lo habrá hecho de viva voz o también a través la pantalla de su computadora. Porque no tiene abierta solamente esta página, apuesto.

Es decir, ahora la dispersión no se da sólo en el texto sino en la cantidad de actividades que uno hace mientras lee. ¿Qué dirían Cicerón, Confucio, el faraón o San Ambrosio? Muy probablemente, que usted no está concentrado ni está entendiendo un ápice.

Y es posible que se le olvide este texto dentro de unos minutos. Pero también es posible que no. Dependerá de si usted realmente puede hacer lectura multitasking o si sólo pretende que la puede hacer (porque “eso es lo que hacen todos”). Por descontado, concentrarse en una sola cosa a la vez es más fácil que ponerle atención a varias. Y sí, también, pregúntele a cualquier profesor: la mayoría de los estudiantes que están atentos a su computadora o a su celular durante la cátedra, son los que tienen las peores notas. Pero aquí no importa tanto la mayoría sino la minoría, los que han desarrollado técnicas para hacer varias cosas a la vez.

La forma en que leemos ha cambiado a lo largo del tiempo, algunas pasan de largo y otras vuelven (la lectura en pantalla con su scroll down se parece a la lectura de rollos de papiro o pergamino). Entre los escritores se va poniendo de moda la escritura fragmentada a la Emil Cioran o Bernardo Soares (el último libro de ensayos de Rafael Toriz, Serenata, es un ejemplo de esto), o el llamado boom del microcuento con Alberto Chimal, Ana María Shúa y Gerardo Oviedo, entre otros. Parecieran decirnos que si la gente lee en fragmentos, dispersa, ellos nos darán solo fragmentos para que nosotros completemos la historia, la realidad. Para que la imaginemos.

Eso.

Es imposible razonar sin memoria, filósofos y neurófisiólogos lo han dejado claro. Pero la escritura no nos volvió más tontos como pensaba el faraón, y seguramente tampoco lo hará el internet. Si antes se cambió de la lectura en voz alta a la lectura en silencio para favorecer la concentración, ahora tendremos que encontrar nuevas mañas (como hace esa minoría multitasking) para leer en esta situación más fragmentada y dispersa, para retener la información, para analizarla y convertirla en conocimiento. Y, claro, no nomás hacernos guajes creyendo que sí podemos hacer hartas cosas a la vez.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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