Óscar de la Borbolla
24/01/2022 - 12:03 am
El otro y uno 2
La verdadera otredad del otro no permite vínculos.
La relación con el otro con quien entablo vínculos de amistad y amor —explicaba en la entrega anterior— es conflictiva y, en algún momento, es atravesada por el afán de poder. Ahora me toca intentar entender la relación con el otro cuando es completamente diferente de mí: aquel con quien por ningún motivo me gustaría entrar en contacto y, sin embargo, me veo obligado a relacionarme, pues la sociedad es tan diversa que constantemente ese otro con quien no comulgo en nada se me pone delante, o se me impone delante. Entiendo, y hoy como nunca es un lugar común hablar de tolerancia, que también ese otro tiene derecho a ser, aunque sea completamente diferente a mí.
Entiendo, o sea, racionalmente admito como válida la idea de tolerancia; pero, en la práctica procuro eludir a quien me resulta antipático y, si no me queda más remedio, lo soporto (que es lo que significa tolerar). Soporto su diferencia, su otredad, pero ¿qué pasa cuando el otro no solo se presenta ante mí con su diferencia, sino que quiere imponérmela, es decir, cuando el otro es el intolerante? Y aquí se da la paradoja que vuelve imposible las dos principales modalidades de inclusión que se conocen: la democracia y la tolerancia. ¿En las democracias pueden entrar todos? Aparentemente sí, precisamente ese es el supuesto de la democracia: un marco donde todos los puntos de vista son bienvenidos: es el marco que contiene la diversidad. Pero, insisto, ¿pueden entrar todos-todos? ¿La democracia puede ser absoluta? No. Hay unos que no pueden ser admitidos, pues ponen en peligro la democracia: los antidemocráticos. Y lo mismo ocurre con la tolerancia: tolero a todos, salvo a los intolerantes. La democracia y la tolerancia tienen límites, en ambas se admite únicamente al otro que acepta las reglas del juego, no a quien las rompe.
Las redes sociales son un magnífico escenario en el que cotidianamente se observan los límites de la tolerancia y de la democracia. Yo, que me jacto de ser democrático y tolerante, soporto, quiero decir, permito que, en la liga de comentarios que se desatan en mis publicaciones, se expresen todos los puntos de vista: aquellos que concuerdan conmigo y los que difieren de mí; pero a quien me agrede y solo busca destruirme porque sí lo bloqueo, lo suprimo. Es MI muro de Facebook, es MI twitter, es MI… y no puedo permitir que en mi ámbito virtual alguien quiera destruirme. Y cuando, llevo al colmo mi tolerancia y dejo que el otro, el hostil siga ahí, soy yo quien lo tolera, yo quien le permite existir. O sea que hasta en el caso de esta tolerancia extrema el Yo es quien concede graciosamente al otro la oportunidad de seguir siendo otro. También en la tolerancia extrema se ejerce una relación de poder.
En el mundo real, en cambio, no puedo permitirme las mismas liviandades que en el virtual. Cuando aquí el otro es hostil no me queda más remedio que defenderme, la relación con la otredad es conflictiva y para convivir no sólo hace falta que yo sea tolerante, sino que el otro sea tan tolerante como yo o, en otras palabras, que el otro sea, al menos en este punto, como yo. Es necesario que el otro no sea tan otro, que su otredad no sea completamente ajena para mí.
La verdadera otredad del otro no permite vínculos. Los absolutamente distintos tienden a suprimirse. La regla es muy clara: se trata de él o yo. Y para el yo, obviamente, es más importante el yo: el yo está por encima del otro.
En suma, la relación con el otro es una relación de poder: lo mismo cuando es en los mejores términos: en el amor y en la amistad, y cuando el otro es total y completamente otro, cuando es tan ajeno que ni en la democracia ni en la tolerancia podemos convivir: con el otro verdaderamente otro solo cabe "el a ver quien PUEDE más", quien tiene más poder. La relación es el conflicto, regularmente la violencia: someter es la modalidad más leve, exterminar es la otra.
Twitter @oscardelaborbol
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