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Jorge Zepeda Patterson

24/01/2016 - 12:00 am

La belleza de los otros

Malas noticias para los menonitas, las tribus del Amazonas o Donald Trump: las sociedades necesitan de los emigrados para no agotarse…

Una que no le va a gustar a Donald Trump, quien está decidido a demostrar que los inmigrados latinos son responsables de todos los males. Foto: EFE
Malas noticias, una que no le va a gustar a Donald Trump, quien está decidido a demostrar que los inmigrados latinos son responsables de todos los males. Foto: EFE

Malas noticias para los menonitas, las tribus del Amazonas o Donald Trump: las sociedades necesitan de los emigrados para no agotarse, para potenciar su crecimiento, para encontrar nuevas variantes de sí mismas. Estudios recientes muestran que una gran porción de los genios, los creadores e inventores, los que enrumban a la sociedad por nuevos caminos, son extranjeros. Einstein, Freud, Madame Curie, Víctor Hugo o Nabokov encabezan una lista inagotable de refugiados y exiliados que terminaron por influir de manera decisiva en la comunidad que los acogió. Para citar un caso: sólo el trece por ciento de la población actual de Estados Unidos nació en el extranjero, pero ese grupo es responsable de una tercera parte de las patentes y una cuarta parte de los premios Nobel acreditados a ese país.

Hasta ahora se consideraba que el extraordinario desempeño de los migrantes tenía que ver con las ganas de triunfar, la determinación, la inclinación a trabajar más duro para vencer los obstáculos y por los apoyos de redes sociales de otros inmigrados. Sin embargo, un artículo firmado por Eric Weiner en el Wall Street Journal cita nuevas investigaciones que dan cuenta de otra explicación. Una que no le va a gustar a Donald Trump, quien está decidido a demostrar que los inmigrados latinos son responsables de todos los males.

La tenacidad que caracteriza a los inmigrados explicaría su éxito en las áreas a las que tradicionalmente se orientan, pero no su creatividad excepcional, muestran las investigaciones citadas por este autor. Una cosa es el trabajo arduo y otra la capacidad inventiva. El talento para la innovación procede de otro lado. El inmigrado tiende a pensar “fuera de la caja”, pese a los esfuerzos que hace para identificarse con la comunidad que lo recibe. Esta “perspectiva oblicua” con la que mira las cosas genera una flexibilidad cognoscitiva mucha más amplia que la del “nativo” que sólo conoce su propio caldo de cultivo. O dicho de otro modo, mirar la fiesta desde una orilla permite entender cosas que no percibe el que está ocupado siendo el centro de la fiesta.

La idea es interesante y permite aquilatar la importancia del aporte de la otredad, de lo distinto, para el desarrollo de una sociedad. Recuerdo a un profesor de la London School of Economics que se quejaba del bajo nivel académico de los becarios africanos y latinoamericanos, comparados con los europeos. Y, no obstante, decía que resultaban imprescindibles para el desarrollo de la institución: las tesis más innovadoras, los puntos de vista revolucionarios y la posibilidad de que la LSE se mantuviera a la vanguardia residía en gran medida en el aporte que hacían estos estudiantes.

En toda esta explicación yo añadiría un factor adicional. Desde el principio de los tiempos siempre hay personas que deciden quedarse en su terruño y otras que deciden partir. De entrada eso constituye un filtro natural: los que arriban a un país distinto son justamente los que decidieron irse.

Hace algunos años conocí de cerca a algunos fundadores de Cancún, ciudad que, como sabemos fue creada de la nada a fines de los sesentas. Hasta hace poco los protagonistas de la política, la cultura o la economía de este puerto eran, necesariamente, originarios de otras tierras: “nadie” había nacido allí. Era una élite totalmente distinta a la que había conocido en cualquier otra ciudad mexicana. Aventureros, desarraigados por las buenas y malas razones, gente en el proceso de reinventarse. Muchos venían huyendo de su pasado, otros simplemente habían decidido probar nuevos derroteros; unos eran fascinantes, otros constituían aves de cuidado, pero todos tenían algo en común: formaban parte de la especie que decide partir. Todos tenían hermanos y amigos que se habían quedado allá, en Celaya o Xalapa, en Sonora o en Hidalgo.

Inconformistas en su mayoría y ex fracasados algunos de ellos, pero todos formaban parte de aquellos dispuestos a intentar algo nuevo, a concebir la posibilidad de otro horizonte, en suma a pensar “fuera de la caja” de la comunidad en donde nacieron y crecieron.

Cuando escucho la argumentación estridente de Donald Trump en contra de la emigración y el uso chapucero que hace de ella para explotar la ignorancia y el miedo del electorado de Estados Unidos, asumo que al tipo le tienen sin cuidado el resultado de las investigaciones citadas en el Wall Street Journal. En el fondo, su diatriba no es en contra de la inmigración (él mismo es descendiente de alemanes) sino de los latinos. Se trata, simplemente, de racismo puro y llano disfrazado de políticas públicas.

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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