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Alma Delia Murillo

23/12/2017 - 12:00 am

Felices fieras

Nacimos en un escenario del mundo cosido a balazos por la exigencia de la bondad.
Occidente puede ser un tiroteo de infamias pero no detiene su adoctrinamiento de moral judeocristiana, políticamente correcta, exitosamente feliz, buena ondita y triunfadora. Todos ellos conceptos colindantes en nuestro tejido social.
Para ser exitoso y aceptado hay que ser bueno. Y para ser bueno hay que renunciar a los deseos, a las pulsiones animales que sistemáticamente reprimimos todos los días.

“In your dreams”. Imagen: De la ilustradora inglesa Polly Nor

Una misma ley para el león y para el buey es opresión
—William Blake, Matrimonio del cielo y el infierno

Nacimos en un escenario del mundo cosido a balazos por la exigencia de la bondad.
Occidente puede ser un tiroteo de infamias pero no detiene su adoctrinamiento de moral judeocristiana, políticamente correcta, exitosamente feliz, buena ondita y triunfadora. Todos ellos conceptos colindantes en nuestro tejido social.
Para ser exitoso y aceptado hay que ser bueno. Y para ser bueno hay que renunciar a los deseos, a las pulsiones animales que sistemáticamente reprimimos todos los días.

La mutilación de los deseos impide que seamos capaces de elegirnos a nosotros mismos. Y eso ha dado generaciones de frustrados, temerosos, insatisfechos y depresivos intentando ser copia de la copia de un modelo que, se supone, garantiza la felicidad.
Cada vez que el calendario se adapta a estas fechas de ceremonia religiosa a la que todos —cristianos o no— nos sometemos, me pregunto por qué seguimos “celebrando” el nacimiento del niño dios en lugar de celebrarnos directamente a nosotros mismos por haber sobrevivido un ciclo más. Cada diciembre, cada invierno, cada fin de temporada merece ser honrado, merece un detenimiento, un silencio breve, una mentada de madre, una locura para cerrar con broche de oro. Es atávico, está en los ciclos de la naturaleza y, por lo tanto, en los procesos humanos. Necesitamos el alto en el camino, la mirada interior, el reinicio.

Y yo digo, si desde niños aprendiéramos a convivir con todo lo que somos, a explorar sin culpa el arco infinito de las emociones, agradables o no; si nos dispusiéramos a hacerle un lugar a la furia, otro a la tristeza, otro a la envidia y la ambición, uno bien grande al deseo, seríamos seres humanos menos incompletos. Y tal vez las bolsas de trabajo se configurarían diferente y no elegiríamos ser administradores, publicistas ni contadores públicos en lugar de cocineros, cantantes, inventores, jardineros o bailarines o yo qué sé.
Porque de alguna manera, morbosa y retorcida, hemos asociado el deseo al mal, por lo tanto es un camino arduo y condenado por la mayoría el de elegir los deseos personales, así que ahí tenemos el hacinamiento de profesionistas que renunciaron a sí mismos para seguir el castrante protocolo del éxito en oficinas y grandes industrias.

Corrompo pero ilumino, dice el Diablo en La hora del Diablo de Pessoa. Una línea que resuena, que es absolutamente certera. Ojalá nos reconciliáramos con ese otro lado luminoso donde el monopolio de la luz no lo tiene la religión cristiana.
Estaría bien que esta época nos permitiéramos lo diferente haciendo una reflexión no de “armonía y bondad” y la noche del 24 de diciembre nos atreviéramos a cenar con nuestras fieras, a ponerles nombre y lugar en la mesa, servirles una copa, un plato abundante; entender que también somos ellas, que eso nos hace maravillosos y terribles: humanos.
Y dejar de auto humillarnos ante un modelo estándar de bondad impuesta.

Ya me callo.
Y me voy a preparar la mesa para mis demonios no sin antes desearles a ustedes que tengan felices fieras, las fiestas qué.

@AlmaDeliaMC

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