ENTREVISTA | La literatura es fuente de placer constante: Juan Villoro

23/12/2017 - 12:05 am

El escritor Juan Villoro acaba de sacar su libro de ensayos literarios, La utilidad del deseo (Anagrama). “Es de nuestros mejores críticos”, dice Christopher Domínguez Michael al referirse a la calidad de sus análisis sobre Peter Handke, sobre Daniel Defoe, sobre Gogol y sobre todo para él sobre Carlos Monsiváis y Jorge Ibargüengoitia.

Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- ¿Cómo terminar un año sin entrevistar a Juan Villoro? El gran pretexto es esta vez La utilidad del deseo (Anagrama), el gran libro literario, con sus análisis impensados y muy requeridos, con los que el autor quiere compartir y debatir con sus lectores.

Para Juan, la literatura es una fuente de placer constante y este volumen prosigue la aventura iniciada en los libros de ensayos Efectos personales y De eso se trata, por los que el crítico Cristopher Domínguez Michael ha dicho “está entre nuestros mejores críticos”.

La inagotable isla de Daniel Defoe, la celeridad y la culpa en Nikolái Gógol, el arte de condenar de Karl Kraus, la empatía de la pluma con el bisturí, la fábula de la conciencia de Peter Handke, las insólitas semejanzas entre los incomparables Ramón López Velarde y James Joyce, los enigmas de la traducción, la tensión entre verdad y mentira en Gabriel García Márquez y las cartas privadas de Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti y Manuel Puig, todo lo analiza Villoro, mientras también se confiesa que cuando él empezó a leer lo hizo en alemán.

“Seguramente, la confusión inicial de los idiomas, moldeó en forma determinante mi apropiación de la palabra escrita, colocándose un poco al margen de la mayoría de mis compañeros, cuya lengua materna era el alemán. En forma voluntaria, he procurado después preservar ese margen y leer desde ahí a mis colegas”, admite.

¿Qué motivación persigue a La utilidad del deseo, un libro que se lee con placer y con una admiración sincera hacia el maestro que quiere con nosotros compartir y debatir?

“¿De qué autoridad dispone el ensayista? En un oficio que depende del deseo, la principal acreditación es el entusiasmo, el imperativo de compartir pasiones. Las posibilidades que tiene de ser escuchado son exiguas en un mundo que no parece muy ávido de comentaristas de libros. Sin embargo, la pasión se convence a sí misma de que la compañía surge de tanto desearla”, pregona Juan Villoro.

Aquí la entrevista sobre su reciente libro y sobre otras cosas, entre ellas el futbol del Mundial de Rusia, que siempre hablamos con él.

–¿Cómo es el tema del deseo en este libro?

–Bueno, cuando tú abres un libro esperas que los deseos se cumplan de alguna manera. Nadie abre un libro y empieza a leerlo pensando que aquí voy a encontrar pura mediocridad. Anhelas algo diferente. Me parece muy sugerente la frase de los hermanos Grimm que cubre toda su trayectoria como contadores de historias de hadas y que dice: “entonces cuando desear todavía era útil”. O sea que hubo una época en que se concebían los deseos, la época de las hadas madrinas, ¿verdad? Yo creo que la literatura remite un poco a eso, a que el placer todavía es posible. La gran paradoja es que este placer emana de circunstancias muy adversas, tú lees una historia trágica, el suicidio de Anna Karenina y sin embargo tienes un placer estético. La gran paradoja del arte, que esas lágrimas se convierten en música, en poesía. El dolor trascendido te da una forma de placer. El libro reflexiona sobre los libros de los otros y por la forma que han podido cumplir deseos para nosotros.

–¿Son ensayos literarios que siguen a tus libros anteriores? ¿Cuál es el que más has sacado del corazón?

–Bueno, hay distintos registros emocionales en este libro. Por ejemplo, hay un ensayo sobre Carlos Monsiváis. Para mí era muy importante porque lo conocí personalmente, hay mucho de crónica, él era un gran defensor del pensamiento crítico por lo tanto un ensayo sobre él tenía que también incluir críticas sobre él, pero al mismo tiempo resaltando lo más importante de su trayectoria. Entonces es un ensayo que me quedaba muy cerca en lo emocional. También, otro autor que me parece muy importante es Jorge Ibargüengoitia, porque no lo conocí, lo vi en un par de ocasiones, sin hablar con él, pero he tratado que sea un autor a reivindicar en momentos en que no se le concedía tanta importancia. Por ahí de 1996 comenzamos Víctor Díaz Arciniega comenzamos a construir la visión crítica, para unas ediciones muy importantes, en la serie Archivos de la Unesco. En aquellos momentos Internet estaba empezando y se nos ocurrió consultar a ver si había trabajos sobre Jorge Ibargüengoitia, porque era un autor que contaba con el gran favor de los lectores, pero no contaba con un aparato crítico correspondiente a su obra. Al entrar a Internet, Víctor y yo nos dimos cuenta de que había una noticia que decía “Nuevos ensayos sobre Jorge Ibargüengoitia”, nos entusiasmamos muchísimo, pero luego resultó que esos nuevos ensayos eran los que estábamos haciendo nosotros. Nos mordimos la cola. Se estaba anunciando el trabajo que empezábamos. Así era el trabajo con Ibargüengoitia, era un trabajo pionero en los años 90. Ana Rosa Domenella, ensayista y profesora argentina que vive en México, había escrito un libro en solitario que se llamó Jorge Ibargüengoitia: la transgresión por la ironía. En los últimos tiempos ha aumentado extraordinariamente la recepción por escrito de la obra de Jorge Ibargüengoitia, los ensayos, los trabajos críticos, con ese ensayo tengo un vínculo emocional porque fue el precursor de muchos trabajos de hoy.

–¿Qué dirías de Carlos Monsiváis?

–Fue el gran árbitro entre lo culto y lo popular, pongo el acento en árbitro porque se trata de una figura que difícilmente alguien va a volver a cumplir. Él no solamente fue un gran intérprete de los fenómenos populares, sino en que se convirtió en gestor de ellos. Por ejemplo, en 1954 escribe sobre el músico cubano Bola de Nieve y esto 10 años antes de que Umberto Eco comenzara a hablar del cómic y bastantes años antes de que Roland Barthes empezara a hablar de la lucha libre, de los menúes de los restaurantes. No es el primero en tocar temas de la cultura popular, Walter Benjamin también lo había hecho y otros, pero realmente actúa en México como un pionero, como un precursor. No solamente es esta persona que se autoriza a sí mismo y por extensión autoriza a los demás a reflexionar sobre el cómic, la lucha libre, los luchadores, las tandas del teatro popular, sino que se convierte él mismo en decidir qué cosas valen la pena y qué cosas no las valen. Por ejemplo, su función de coleccionista, que es única y que hace que porque Monsiváis ve artísticamente la obra de ciertos artesanos eso se convierte automáticamente en arte. Él empieza a coleccionar una serie de obras que podrían haber pasado inadvertidas y que se insertan en la valoración que él está haciendo de la cultura popular. Él es un mediador de lo que vale la pena y lo que no lo vale. Yo digo en mi ensayo que cuento una anécdota que me dijo el entonces director del Instituto Nacional de Bellas Artes al que le pregunté cómo sabes tú si una persona del ámbito popular debe ser velada en el Palacio o no. Él me contestó: -Le pregunto a Monsiváis. Él era el tribunal de una persona que podía decidir si un cantante de bolero fuera velado en Bellas Artes y esa figura no había sucedido antes y probablemente no volverá a suceder.

Está en una edad en la que tiene más pasado que presente y extraña a los que perdió. Foto: Sandra Sánchez Galdoz, SinEmbargo

–Jorge Ibargüengoitia se lee mucho más gracias a ti, ¿crees que su obra está irresoluta?

–Bueno, es una gran tragedia lo de él, porque podría estar vivo hoy en día y podemos nosotros pensar que había como 30 libros posibles. Además, en el caso de Ibargüengoitia la literatura que estaba haciendo iba ganando en profundidad, en complejidad. Si uno ve libros últimos de él como Dos crímenes o Las muertas, se está orientando a cierto tipo de literatura cada vez más profunda, más sofisticada, en la construcción de personajes. En ocasiones es venturoso que un autor muera, porque José Emilio Pacheco le gustaba hacer el ensayo “contrafactual” de qué hubiera pasado si López Velarde no hubiera muerto a los 33 años. Él dice posteriormente uno de sus alumnos, Miguel Alemán, llegó a ser Presidente y él le hubiera dado un “hueso” muy apetitoso en la función pública. Como López Velarde tenía una tendencia cívica y religiosa tal vez se hubiera convertido en un poeta demagógico y retórico, le hubiera tocado la guerra cristera, qué hubiera dicho de ella, tal vez la hubiera anticipado, a lo mejor se hubiera arruinado. Lo mejor es que siempre un autor viva lo más posible, es lo que creo.

–Jorge Ibargüengoitia, Ramón López Velarde, Carlos Monsiváis, ¿esos serían los autores que más te definen?

–Sí bueno, yo agregaría a Juan Rulfo y a Sergio Pitol, ese sería mi quinteto. Tú que me conoces tan bien, elegiste tres de los de mi panteón, de inmediato.

–El idioma alemán me dan ganas de estudiarlo…

–Yo fui alfabetizado en alemán; cuando a un niño de seis años le preguntabas sí sabía leer y escribir, yo contestaba: sólo en alemán. Fue la lengua en la que me alfabeticé, fue un calvario para mí, fue muy difícil, no había nadie que hablara alemán en mi familia y mi padre, por ser filósofo, admiraba esta lengua pero no la dominaba, no me podía ayudar con las tareas; a él le parecía una educación maravillosa. Mi padre nació en Barcelona, se educó en Bélgica, en internados de jesuitas, creía mucho en la educación europea, admiraba el alemán por ser la lengua de la filosofía, no era fácil entrar a un colegio y un amigo de él le dijo que podía conseguirle un cupo y yo siendo el mayor fui a dar ahí. Nadie me podía auxiliar en ese extraño mundo, fue muy duro, yo me sentí muy minusvaluado, muy incapaz, y todo me costaba más esfuerzos que a los otros. Mis compañeros tenían nombres alemanes y tenían gente en casa que podía auxiliarlos, todo me resultaba más ajenos y creo que por eso me gusta tanto el español, la lengua de la libertad, la lengua del recreo, la lengua en la que yo podía expresarme de mejor manera. Pero me tardé mucho en darme cuenta de que también yo podía ser un buen alumno. Hasta la secundaria, más o menos, tuve una sensación de mí mismo que no fuera una percepción de alguien torpe, de alguien muy incapaz.

Alemania-México: hay que jugárnosla con todo. Es nuestro doctorado, dice Juan. Foto: Sandra Sánchez Galdoz, SinEmbargo

–Hoy que está muerto tu padre, ¿qué dirías de esa educación?

–Bueno, hay cosas que son muy duras y luego te fortalecen. El aprendizaje del alemán fue para mí algo muy irracional, yo hubiera querido que tuviera una oportunidad para mí, yo nunca fui a Alemania cuando era niño. En México la única posibilidad que tenía era ir al cine y entender lo que decían los nazis. Entonces a mí me sorprendía que me hicieran estudiar el idioma de los malos de las películas y eso era un poco extraño. Todo esto que fue muy extravagante, con el tiempo se convirtió en algo muy útil porque primero haber sobrevivido a esa educación, nunca fue un buen alumno, pero nunca reprobé, la libré de milagro. Posteriormente, a través de la literatura, entendí que era una cultura maravillosa y lo que había sido un calvario se convirtió en una forma de placer. Hoy la lengua alemana me encanta, he traducido libros del alemán, he vivido en Alemania y todo se acomodó de otra manera. Lo que empezó como algo muy duro, en realidad fue muy bueno. Quizás para justificarme veo a los misioneros, que tomaban el camino más difícil para que su llegada tuviera más mérito, entonces cuando logras remontar una ruta difícil, te sientes mejor y esto ocurre en cualquier plano de la vida. En la burocracia mexicana, por ejemplo, cuando finalmente logras acabar un trámite sientes que eso es una concesión moral extraordinaria, porque al fin lo lograste.

–José María Pérez Gay hablaba muy bien el alemán

–Chema fue el que mejor hablaba en México. Además era muy actoral, imitaba muy bien los acentos, él vivió 14 años ahí, se casó con una alemana, estudió una carrera allá, era un traductor notable. Yo fui ayudante de él en la universidad y fue un maestro y un amigo esencial.

–Hay muchas personas que ya no están…

–Hay un momento en tu vida que el pasado es más importante que el presente y ese es un momento curioso en el que ya estoy. Esto tiene que ver con las pérdidas de personas que han sido muy importantes para uno. Amigos de mi generación como Roberto Bolaño, hasta un padre sustituto para mí que fue Alejandro Rossi, figuras de referencia como Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, desde luego la pérdida de mi padre, estás lleno de ausencias, pero una de las riquezas de la literatura es que tienes la oportunidad de conversar con los difuntos, siempre escriben mejor los muertos y creo que es maravilloso poder formar parte de esa conversación, todavía de este lado de la realidad.

–¿Qué es leer un libro hasta que la madera arda?

–Es la idea de Heidegger, una idea sobre la literatura y él se refiere a sus ensayos como las sendas de la madera, que son esos caminos en el bosque, por medio del cual los guardabosques sacan leña. Esos caminos que no conocen más que los especialistas y él se refiere a los ensayos literarios como entrar a la maleza para buscar un camino no tan establecido, encontrando la riqueza del bosque. Me gustó esa idea, esa metáfora muy rica del ensayo literario. Por otra parte yo la asocio también con los muy modestos artesanos de mi barrio, Coyoacán, que traen de Oaxaca separadores de libros, hechos con madera de yagalán, es un árbol que es pequeño, muy dúctil. A mí me gustan porque hacen muchos separadores de libros, me conmueve la idea de que estos artesanos de Oaxaca tienen una idea de la ciudad donde todo el mundo necesita separadores de libros. Identifican la vida urbana con la lectura y quizás son ellos los que en nuestro país la gran idea utópica de los libros. Ir a una ciudad es ir a un sitio donde hay libros, aunque una y otra vez se enfrentan con que la gente no necesita tantos separadores, no dejan de producirlo. Quizás estos separadores se venden más por el animalito que le ponen en el mango, muy simpático, una rana, un gato, un lobo…Me parece extraordinario que estos artesanos sigan esperando que sus separadores lleguen a los libros y también es lo que yo deseo hacer. Por un lado seguir estas rutas que decía Heidegger de encontrar la riqueza del bosque, pero por otro lado pensar que esa riqueza como los separadores de los artesanos de mi barrio va a ir a dar a otras manos, alguien la va a considerar necesaria. Los que escribimos ensayos somos intercesores, entre una obra original y un posible lector.

–¿Qué autores nuevos mexicanos te gustan?

­–Me encanta la literatura de Fernanda Melchor, de Verónica Gerber, de Viviana Abenshushan, de Guadalupe Nettel, de Valeria Luiselli…

–Eh, muchas mujeres

–¡Sí! Todas mujeres que son espléndidas, me gusta mucho Julián Herbert, Yuri Herrera, Álvaro Enrigue, en el ensayo José Ramón Ruisánchez, Oswaldo Zavala, las cronistas Marcela Turati, Daniela Rea, Diego Enrique Osorno, es un gran momento de la literatura mexicana.

–¿Qué pasa con las mujeres en el Colegio Nacional?

–En el Colegio Nacional hay muy pocas mujeres y esto es totalmente inaceptable. Tiene que ver con la misoginia generalizada de la cultura mexicana. Vivimos en una sociedad tristemente patriarcal. Toda la historia de la UNAM, ha habido el 11 por ciento de académicas. No ha habido nunca una rectora, en una facultad donde suele haber muchísimas alumnas, como la de Filosofía y Letras, ha habido dos directoras. La Suprema Corte de Justicia de la Nación tiene una sola jueza. En toda su historia las academias de la lengua ninguna de ellas ha tenido una mujer de directora y obviamente la mexicana no es la excepción. Entonces el Colegio Nacional es reflejo de toda esta misoginia. Esto tiene que cambiar estructuralmente, algunos miembros del Colegio Nacional hemos hecho muchas conferencias y ciclos que apuntan a que esto. Yo coordiné los encuentros sobre El Diccionario, de María Moliner, una mujer extraordinaria que hizo en soledad un diccionario y que nunca pudo entrar a la academia de la lengua por ser mujer. Hemos hecho un ciclo que se llamó El heroísmo épico en clave de mujer, donde participaron cinco mujeres y yo. Al principio yo dije que ojalá alguna vez esa fuera la posición del Colegio Nacional. La primera persona que invité a participar fue a Lydia Cacho, en un careo con jueces, para hablar de las víctimas de la infructuosa justicia mexicana, hablaban del derecho procesal, con gente que está del otro lado de la jurisprudencia.

–Hubo polémica por la entrada de Christopher Domínguez Michael al Colegio Nacional

­–Sí, aunque yo ni siquiera diría que fue una polémica. Para mí una polémica es que es un intercambio de opiniones. Lo que hubo fue una condena en las redes sociales, en la nueva forma de linchamiento, hubo recolección de firmas y estamos acostumbrados hoy a actuar con un like en Facebook. A mí me gustaría que hubiera una polémica. Christopher Domínguez ha escrito por lo menos 3000 páginas de literatura, es el crítico que más se ha ocupado de la literatura en nuestro tiempo y esto incluye a las autoras. Leí un mensaje donde lo criticaban y mencionaban a tres párrafos de él, eso no es una polémica. Un crítico puede ser criticado de muchas maneras, pero con el mismo argumento él ofende a los escritores de la frontera, a la literatura alemana de la que ha sido muy crítico, a mí mismo y a muchos otros autores. Su oficio es ser crítico, pero es una persona que ha hecho una gran obra de reflexión crítica con la que podemos estar o no de acuerdo pero es muy respetable. Escribir crítica es el arte de perder amigos y es muy fácil encontrar en él alguna cosa que pudiera ofender a cierta causa, no veo para nada una obra misógina.

–¿Qué pasa con las becas, Juan? Se ha criticado a Tryno Maldonado porque ha recibido la beca

–A mí me parece muy bien. Yo en lo personal soy muy reacio a las becas, la pedí sólo una vez y creo que deberían ser rotativas las becas, no la tendría que recibir una persona más de una vez para permitir que más gente la tuviera. Creo que hay un gran defecto en el otorgamiento de becas, hay becas para jóvenes que terminan a los 35 años y la mayoría de los artistas que aspiran a la beca para mayores tienen que esperar a los 43 o 45 años. De modo que hay una laguna entre los 35 y los 43 años, que es la edad en donde Juan Rulfo escribió su obra maestra.

–Vamos a terminar hablando de Alemania, con respecto al Mundial de Rusia 2018, ¿qué piensas?

–Yo siempre he dicho que en el futbol llega un momento que te tienes que enfrentar a la realidad. En las canchas, la realidad se llama Alemania. Creo que ahora nos enfrentamos a la realidad no en el cuarto partido para pasar al quinto puesto, sino en el primer partido. Yo lo veo en clave positiva, pues ahí tenemos que jugárnosla toda, es un examen de doctorado, la selección conducida por Osorio ha sido muy buena en preparatoria y ha fallado todos los de doctorado, ahora es el momento de dar el salto y si no damos el salto pues ya sabremos desde el primer partido a qué sabremos que atenernos.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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