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Tomás Calvillo Unna

23/11/2016 - 12:00 am

¿De qué se trata?

La angustia, la ansiedad, la depresión, la agresión, el nihilismo, la confusión, la desesperación y aún más graves la desesperanza, el sin sentido, todo conduce a un agotamiento que erosiona la condición humana en sus capas más profundas.

La angustia, la ansiedad, la depresión, la agresión, el nihilismo, la confusión, la desesperación y aún más graves la desesperanza, el sin sentido, todo conduce a un agotamiento que erosiona la condición humana en sus capas más profundas. Foto: Shutterstock
La angustia, la ansiedad, la depresión, la agresión, el nihilismo, la confusión, la desesperación y aún más graves la desesperanza, el sin sentido, todo conduce a un agotamiento que erosiona la condición humana en sus capas más profundas. Foto: Shutterstock

Lo comentamos, lo discutimos, pero algo comienza a ser más evidente: estamos ya en un periodo de alto riesgo no sólo para nuestro país, sino para el mundo entero. Por donde se vea nos encontramos con una violencia creciente acompañada de expresiones políticas autoritarias y potencialmente disruptivas. La vida cotidiana de millones se está estrechando cada vez más a pesar o debido incluso a la masificación de la tecnología digital de la comunicación.

Estamos congestionados, es una civilización embriagada de sus propios descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos. La información, la imagen, el dato, la presencia exponencial de nuestros egos ocupando los circuitos virtuales, con palabras, opiniones, expresiones, insultos, etc. etc., se ha convertido en un oleaje constante que se acumula en la atmósfera cotidiana como un denso smog que nos roba la vitalidad misma.

La angustia, la ansiedad, la depresión, la agresión, el nihilismo, la confusión, la desesperación y aún más graves la desesperanza, el sin sentido, todo conduce a un agotamiento que erosiona la condición humana en sus capas más profundas.

La era de la información, la era del conocimiento, es también la era sin rumbo.

Estamos excedidos y rebasados por nuestras propias pretensiones. Cuando lo vemos en el ámbito político entramos a un callejón sin salida, los discursos políticos se desmoronan cada minuto, las necesidades adquieren dimensiones a veces inalcanzables y las operaciones políticas solo buscan contener la ira y el desmoronamiento. Los horizontes y las utopías se han ido; los proyectos de nación no se escuchan y se reducen a propagandas fragmentadas por divisiones anacrónicas, pero que perduran.

No está fácil, la precipitación se filtra en todos nuestros quehaceres, y la fricción cotidiana con la tecnología no nos deja claro que consecuencias tiene y va a tener para la comprensión de dónde estamos y a dónde vamos.

Los conceptos tradicionales, familia, trabajo, educación, convivencia, están trastocados;  estamos ya mediados por los aparatos, se han incrustado en nuestros hábitos y han determinado los nuevos contornos donde se debate la política, la democracia, la representación ciudadana, la llamada opinión pública; incluso se han convertido en el poder mismo.

No hay ritmo, pero si velocidad, que no es buena consejera de la profundidad necesaria para entender la naturaleza de los cambios que vivimos, cuáles son los beneficios, cuáles los riesgos.

Lo cierto es que crece una sensación colectiva de que nos hemos introducido en un territorio desconocido que se percibe amenazante y que nos obliga a redoblar nuestra atención y cuidar lo más posible la sanidad de nuestras mentes, donde se están dando las batallas decisivas.

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