No saber decir que no

23/11/2012 - 12:02 am

Y las broncas en las que uno se mete.

¿Cuántas veces no te has visto en una reunión donde casi nadie te cae bien, excepto el cumpleañero? ¿O te has visto en un embotellamiento de dos horas a la central, si bien te va, porque en un impulso sincero dijiste que tú recogías a tu primo? Ya sea porque manejas el buenpedismo o porque realmente te cuesta decir que no, pero muchas veces es muy probable que te encuentres o hayas pasado por alguna serie de los siguientes infortunios:

Organizar una cena o comida con una semana de anticipación. Es viernes y despiertas temprano a trabajar. A las tres de la tarde te das cuenta de que vendrán comensales y que tu refrigerador es deplorable. Manejas toda la familia funghi. Y ni siquiera has terminado el día laboral.

Prometiste hacer un montón de delicias en las que sabes que te tardarás más de sesenta minutos y para la hora en que termines no tendrás ganas ni de ir a la abarrotera ni a comprar refrescos. Sugiero ordenar pizzas o pasar de corrido al súper y hacer una cena de vino y quesos. O de último recursos servir papitas en tus muy elegantes trastes de cocina y decir que es para recordar viejos tiempos.

Comprometerte a asistir a una reunión o evento. ¿Cómo sabes si ese día lo único que tienes ganas es de dormir? ¿O de pronto te programan una reunión en Ciudad Juárez? Y tú ya te refundaste la invitación.

Recoger a algún amigo o familiar en el aeropuerto. Mejor le pagas el taxi y creo que nadie debería tomárselo a mal. A menos que sea tu hermano que vive en Kenia, amerita el viaje. Lo demás es que te enfrentas a un regreso desde el aeropuerto de dos horas que, a mi punto de visa, es uno de los actos de amor más sinceros por un amigo porque aparte de que eres un cafre, el asunto es toda una odisea.

Decir que vas al bautizo del hijo del amigo o gal@n en turno en domingo a las 9 a.m. Obviamente saliste de parranda, el evento es en el sur de la ciudad, no tienes coche y no tienes absolutamente ningunas ganas de arreglarte. Pues ni modo, a despertar modorro, subirse al metro o taxi a las 8 a.m. y llegar a tiempo para la foto, una vez terminada la misa. Y sin regalo. Y encima traes la blusa al revés y el pelo hecho un desastre.

Invitar la primera, segunda y tercer ronda a los amigos. Al día siguiente tu tarjeta de crédito o débito amanecerá deprimida, si es que amanece.

Ir a alguna reunión de la prepa o aceptar una invitación de una boda. No pensaste en que tendrías que ponerte un outfit, que estás destrozada, que tienes un drama familiar que seguramente hartará a más de alguno, o sea tu estado emocional no es el mejor, y tienes una ampolla en el pie por el cual no podrás bailar. O te salió una perrilla en el ojo más grande que el volcán del Etna y no hay forma de quitártelo. Y por supuesto, habrá mil preguntas indiscretas de: ¿qué te pasó en el ojooooo? Un guácala a tu de por sí evidente grano pustular. ¿Qué no sabe la gente que uno no pide que le salgan perrillas, granos y demás cosas?

Aceptar salir en una cita. No te la pensaste bien, te parece que su estilo es completamente diferente al tuyo: un decir, considera que el Padre Maciel sigue siendo un Santo Padre, cuando es un Santo Violador, o defiende a ultranza a García Luna o es anti aborto. O no tiene computadora MAC (uuuuy pecado capital).

Y así la lista interminable. Mejor decir que no a tiempo. En todas sus maravillosas formas. El no es un regalo que bien usado, puede ser la palabra que más autonomía e independencia nos otorgue. No me rindo, no quiero, no gracias.

Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarenta años fue a decir no cuando es no.
Gabriel García Márquez

Ojalá no nos tardemos tanto como el Gabo.

 

@mariagpalacios

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