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Antonio Salgado Borge

23/10/2015 - 12:03 am

La gran idea de Carlos Slim

Lo que inicialmente parecía una ocurrencia inconsecuente ahora se ha revelado como una suerte de cruzada personal. Carlos Slim está convencido de que tendríamos que tomarnos en serio su propuesta de reducir la semana laboral a tan sólo 3 días, a cambio de aumentar las horas de trabajo diarias a alrededor de 11 y la […]

Me declaro francamente escéptico ante la posibilidad de que la preocupación principal de Carlos Slim sea la calidad de vida de los trabajadores mexicanos. Foto: Cuartoscuro
Me declaro francamente escéptico ante la posibilidad de que la preocupación principal de Carlos Slim sea la calidad de vida de los trabajadores mexicanos. Foto: Cuartoscuro

Lo que inicialmente parecía una ocurrencia inconsecuente ahora se ha revelado como una suerte de cruzada personal. Carlos Slim está convencido de que tendríamos que tomarnos en serio su propuesta de reducir la semana laboral a tan sólo 3 días, a cambio de aumentar las horas de trabajo diarias a alrededor de 11 y la edad de retiro a 70 o 75 años. Es muy probable que, al menos un sentido, el hombre más rico de México esta vez tenga razón.

Me declaro francamente escéptico ante la posibilidad de que la preocupación principal de Carlos Slim sea la calidad de vida de los trabajadores mexicanos. Este multimillonario más bien estaría inquieto por el aumento de la población pensionada, un fenómeno derivado del crecimiento en el promedio de la expectativa de vida en los humanos, y por la inminente inviabilidad que esto representa para las finanzas de algunas de las naciones donde hace negocios. Es por ello que su propuesta es mitad carnada y mitad anzuelo.

Otro aspecto a considerar son las dificultades prácticas que deben ser resueltas antes de implementar una medida de esta naturaleza. Una de ellas es que, al menos en países con salarios tan injustos como los mexicanos, un esquema de este tipo podría propiciar que un mismo individuo obtenga tenga dos o más trabajos con jornadas y plazos para el retiro más largos que los actuales. Evidentemente esto abriría la puerta a mayores ingresos, pero no a un mejor nivel de vida. Bajo esta lógica los mexicanos más pobres podrían ser aún más explotados.

Otra complicación en el camino es el reto que representa para los trabajadores más viejos la tendencia irreversible que llevará a la sustitución de buena parte del trabajo humano por el de robots. Un famoso estudio publicado en 2013 reveló que casi 50 por ciento de los empleos humanos actuales pronto podrán ser desempeñados máquinas. Los trabajos más difíciles de sustituir son aquellos que requieren de habilidades mentales –como ingenio- o de destrezas físicas complejas que aún no pueden ser emuladas por máquinas. Dado que estas dos cualidades se ven irremediablemente mermadas con el paso de los años, es previsible que el desempleo se empezará a concentrar en el segmento conformado por los trabajadores más veteranos y menos capacitados.

Sin embargo, es importante subrayar que estas son preocupaciones de largo plazo, mientras que la propuesta de Slim promete a los trabajadores una inmediata mejora en su calidad de vida. Por irracional que parezca, los seres humanos solemos dar más valor a los eventos cercanos en el tiempo que a los eventos distantes, por lo que uno esperaría que a estas alturas las voces de muchas personas preocupadas en alcanzar un escenario con menos trabajo y más tiempo libre, se habrían sumado ya a la de este multimillonario. Pero esto no ha ocurrido hasta ahora, circunstancia que revela el sitio que la idea de trabajo ocupa en nuestra sociedad.

Los habitantes de este siglo no reflexionamos mucho sobre el verdadero carácter del trabajo. Para algunos se supone que el trabajo permite acceder a comodidades que justifican su existencia. Con este pretexto se consuelan ante el poco tiempo remanente para disfrutar los bienes que adquieren con su salario y ante la baja calidad de lo alientante de las opciones disponibles. Para otros, el trabajo libera y permite la materialización de la esencia humana a través de la transformación del mundo. No sé si esto último fue verdad en algún momento–sospecho que no-; lo cierto es que en la gran mayoría de los casos hoy no es así.

A pesar de lo anterior, buena parte de las discusiones sobre el trabajo suelen girar alrededor de cualidades como el salario, el tiempo trabajado o el estatus que inherente al puesto. Quizás tenga razón el filósofo Mark Kingwell al afirmar que “el más grande trabajo del trabajo es disfrazar su verdadera naturaleza”. Y es que rara vez se pone públicamente en tela de juicio la pertinencia y vigencia de lo que este profesor de la Universidad de Toronto califica como “la más fundamental idea del capitalismo”.

Kingwell cree que esto se debe a que los valores del trabajo dominan buena parte de nuestras vidas y a que, como ocurre con las ideologías exitosas, la idea del trabajo se nutre de nuestra condición de animales sociales en disputa por posiciones de honor. Así, el trabajo se ha convertido en el más grande sistema autorregulado existente; son pocos los que se atreven a desafiarlo, debido a la desaprobación social que esto implicaría. Peor aún, nos hemos acostumbrado a reverenciarlo y a aceptarlo como una institución inmutable.

En el mismos sentido, Herbert Marcuse asoció, hace más de 50 años, el carácter del trabajo con la evolución de la racionalidad tecnológica. Para este filósofo alemán el poder tecnológico afecta a través de su modo de producción y distribución la racionalidad de aquellos a los que sirve . “Manipulando a la máquina –postuló Marcuse-, el ser humano aprende que la obediencia a las direcciones es la única forma de obtener los resultados deseados”.

La razón parece asistir a Kingwell y a Marcuse cuando consideramos que a pesar de que las condiciones técnicas en desarrollo podrían permitir eventualmente vivir en un mundo libre de trabajo, es poco probable que esto llegue a ocurrir o a  beneficiar a las mayorías obreras. (El lector puede consultar más sobre los diferentes escenarios abiertos por la sustitución del trabajo humano por máquinas en este texto que escribí para la revista Letras Libres).

Evidentemente Carlos Slim no está pidiendo que se revise la naturaleza del trabajo. Sería ingenuo suponer que el hombre más rico del mundo pueda ser quien encabece la transición igualitaria y emancipadora que un movimiento de este tipo implicaría. Sin embargo, esto no impide que su idea apunte en el sentido correcto. La disminución del tiempo semanal de trabajo es una buena propuesta porque permitirá aumentar el número de horas que un ser humano puede dedicar al desarrollar actividades gratificantes. Tomemos entonces en serio la idea de Slim quitándole su anzuelo y llevándola hasta sus últimas y mejores consecuencias.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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