Sidney 2000, los juegos del nuevo milenio entre la modernidad y la tradición australiana

23/09/2013 - 1:00 am
Foto: olympic.org
Foto: olympic.org

Ciudad de México, 23 de septiembre (SinEmbargo).- El mundo vivía una época de convulsiones sentimentales. La encrucijada provocada por cruzar el umbral de un nuevo siglo, otro milenio. Entre el caos provocado por teorías conspiratorias sobre el fin del mundo, la máxima justa deportiva apostó todo por una sede distinta al resto. Allá, lejos del occidente y el oriente, Australia organizó sus segundos Juegos Olímpicos en la histora. Sidney albergó a 199 naciones, un récord en el historial del evento.

El mundo conoció a una ciudad progresista, a un país que pareció crecer en silencio, alejado de los problemas de occidente. Australia engalanó a una de sus joyas más sagradas. De principio a fin, los Juegos Olímpicos que abrieron la década del 2000, fueron espectaculares. Aires progresistas se respiraban en el país, con toda la promesa hecha realidad de un mundo nuevo. El parteaguas temporal propició que los ojos del mundo se plantaran en Sidney.

La primicia fue hacer de las olimpiadas, unos Juegos Ecológicos. Camiones eléctricos pasaban puntuales periódicamente para conectar a los visitantes con todos los puntos de interés. La Villa olímpica, incrustada sobre una loma, se bañaba con las aguas de un rió en la falda del pequeño monte. Los departamentos con terrazas mirando directamente al estadio olímpico y abastecidas solo por energía solar. La fiesta era total, pronto, Sidney se convertía en uno de los lugares más placenteros del mundo.

Foto: Twitter
Cathy Freeman. Foto: Twitter

A la par de las construcciones modernas y ecológicas, Australia puso en la palestra todas sus tradiciones. Los pueblos indígenas de su pasado glorioso tuvieron un espacio en todo el panorama. Quedaba bien claro que los cimientos de su cultura estaban lo suficientemente sólidos para tener un presente envidiable y un futuro prometedor. Entre visitantes y australianos extasiados de felicidad, el espíritu olímpico se regeneró con la entrada de una nueva era.

Lejos del flechazo espectacular que encendió el pebetero olímpico de Barcelona en 1992, Sidney combinó la simbólico y la modernidad. Cathy Freeman, con su piel negra y toda su lucha por los derechos aborígenes, llevó la llama bajo una cascada espectacular para que el fuego subiera por un pequeño elevador mientras se iluminaba el famoso Houborg Bridge acompañado por el estruendo y la luz de unos fuegos artificiales pletóricos.

Sidney vería la última aparición del cubano revolucionario Felix Savón, la vuleta olímpica de Freeman tras su medalla de oro con la bandera australiana e indígena,  la marcha en el desfile inaugural de las dos Coreas bajo una misma bandera y el espectáculo en el que se convirtió un chico australiano de 17 años. Ian Thorpe tenía una fachada desprolija. Iba y venía en la alberca aparentando no hacer mucho esfuerzo. Sus cinco medallas conseguidas, tres de oro, paralizarían al país en plena fiesta.

Sidney 2000 llegó después de la emotividad de Atlanta cuatro años antes. Con la misión de darle al mundo ese toque de modernidad que todos añoraban, fue la sencillez de su pasión lo que más cautivó. Rodeado de un ambiente festivo, con todo enfocado en lo ecológico, una ciudad se entregó al futuro. De pronto, esos lares alejados, sorprendió a propios y extraños con su paisaje único. El fin del mundo no llegó, pero en Oceanía reconvirtieron el camino olímpico.

Ian Thorpe. Foto: Facebook
Ian Thorpe. Foto: Facebook

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