El siguiente texto es un fragmento escrito por Carlos Contreras Cruz (Asesor de urbanismo en el MIB), del prólogo del libro Museo Internacional del Barroco. La puesta en escena de la colección Artes de la Mirada de Artes de México.
Ciudad de México, 23 de julio (SinEmbargo).- Puebla de los Ángeles es un claro ejemplo del proceso fundacional de la América española. Mito, leyenda y realidad se entrecruzan en una historia que nos habla de ángeles fundadores, frailes constructores y autoridades deseosas de convertir la ciudad en un lugar único de la Nueva España.
Según la leyenda, un séquito de ángeles se le apareció en sueños al obispo Julián Garcés para trazar el diseño de la ciudad, que siguió el estilo reticular clásico con manzanas rectangulares de cien por doscientas varas castellanas (una vara equivale a 0.83 metros); cada manzana, a su vez, se dividió en ocho solares de cincuenta por cincuenta varas, mientras que el ancho de las calles se fijó en catorce varas. La plaza de Puebla llegó a ser más grande que la de Lima, capital del virreinato de Perú.
Esta urbe de españoles no encomenderos, proyectada como un experimento social, gozó desde su inicio de diversas prerrogativas y exenciones tributarias, una situación privilegiada en el contexto novohispano que se prolongó durante treinta años. Dichas medidas excepcionales, otorgadas por las autoridades reales y virreinales, impulsaron su consolidación como núcleo urbano durante el siglo XVI, lo que, unido a su excelente situación geográfica, hizo que se convirtiera en un lugar de descanso de viajeros y en un centro mercantil de primer orden.
Granero de la Nueva España
El siglo XVII marcó el gran esplendor económico de Puebla. Su estratégica ubicación a medio camino entre Veracruz y la Ciudad de México potenció el auge económico y comercial. La segunda mitad del siglo XVII, en pleno apogeo del mundo barroco, estuvo marcada por la obra del obispo Juan de Palafox. Tres iconos de la cultura poblana tomaron cuerpo definitivo en aquellos años: la consagración de la Catedral, la Biblioteca Palafoxiana y la Capilla del Rosario. Durante esta centuria, se consolidaron asimismo grandes construcciones religiosas: Templo y Convento de San Agustín, Templo de San Juan de Letrán El Hospitalito, Hospital de San Pedro, entre otros.
Esta centuria contó además con ilustres pintores poblanos, desde Luis Lagarto y su sello manierista, hasta representantes del claroscuro como Pedro García Ferrer, Juan Tinoco, fray Diego Becerra, Antonio de Santander o Diego de Borgraf.
Puebla, conjunto escénico
A lo largo del mundo barroco, la vida y las costumbres de la sociedad colonial estaban determinadas por el peso de la vida religiosa. El paisaje de las ciudades mostraba, diseminado por todos sus rumbos, la presencia de parroquias, conventos, iglesias, capillas, hospitales y colegios en los que tomaba cuerpo la expresión cultural de la época: los artistas pintaban, esculpían y construían las fachadas e interiores con plenitud de motivos religiosos. Lo sagrado también impregnada la vida civil, regida por una Iglesia vigilante de la educación, la salud, la moral y el divertimento.
Por otra parte, el siglo XVIII fue para Puebla de los Ángeles una etapa de contrastes al surgir los primeros signos de decadencia. Las malas cosechas, la pérdida de los mercados del Caribe, la crisis de la industria textil, el impacto de las epidemias, el cambio de administración del azogue a la Ciudad de México, la interrupción del comercio con Perú o la instalación en 1722 de las ferias de Xalapa hicieron que la ciudad dejara de ser el foco redistribuidor de una parte considerable de las mercancías europeas.
A pesar de este período de esplendor menguante, un gran número de poblados descollaron con artistas ilustres. En el campo de las letras, por ejemplo, José Vallarte, Miguel Godínez, Francisco Ruiz de León y Diego Gorospe; en pintura, Luis Berrueco y Miguel Jerónimo Zendejas.
Respecto de las grandes casas señoriales barrocas poblanas construidas en la segunda mitad del siglo XVIII, el especialista en arte Xavier Moyssén informa de que “la gran novedad del siglo para la arquitectura en Puebla no se presenta por el lado de lo constructivo sino de los decorativo, gracias a lo cual la ciudad alcanza la personalidad que la hace tan distinta de otras capitales hispanoamericanas”. En suma, Puebla de los Ángeles fue, durante los siglos XVII y XVIII, crisol del movimiento barroco, una verdadera metrópoli de la cultura regional y novohispana inmersa en el esplendor artístico de una época distintiva que perdura hoy.