Jorge Alberto Gudiño Hernández
23/07/2022 - 12:05 am
Y me alcanzó a mí
“(…) si uno puede evitar la propagación, entonces me parece que está haciendo algo por el bien común, sin necesitar una explicación más desarrollada”.
La semana pasada conté cómo, tras más de dos años, la COVID entró, por fin, a nuestra casa. También hablé de nuestras sospechas sobre cómo había sido el contagio y sobre algo inusual: yo, a diferencia de mi mujer y mis dos hijos, di negativo a las pruebas que me hice. Pese a ello, argumenté, decidí cancelar la presentación de mi más reciente novela.
Varios de mis lectores (de esta columna, de mis novelas) y algunos de mis amigos y conocidos me confrontaron por la cancelación del evento. A fin de cuentas, me dijeron, yo no estaba contagiado. Incluso hubo alguno que me dijo que, de estarlo, mi perfil asintomático no justificaba la cancelación del evento.
Dos asuntos. El primero es que ya me contagié. La progresión de los contagios en la casa fue muy clara y, ahora, mientras yo sigo dando positivo, los otros tres ya parecen estar libres de cualquier residuo del bicho en su organismo. Relacionado con lo mismo, debo decir que ha sido como una gripa fuerte, pero no como la más de las que he tenido en la vida. Eso sí, la sensación de cansancio y malestar generalizado evitan que uno pueda hacer varias cosas y no hay medicinas que vayan más allá de los efectos paliativos. Aún así, hoy ya me siento mucho mejor aunque seguiré confinado, al menos, el resto de la próxima semana. Precaución que le llaman.
El segundo asunto es el relevante. La respuesta a ese reclamo que me llegó por varias vías. Aun cuando las herramientas con las que contamos para rastrear nuestro nivel de contagio son infinitamente superiores a las que tuvimos hace apenas una década respecto al resto de las enfermedades (ahora hasta podemos hacernos pruebas caseras), eso no significa que sean infalibles. De entrada, existen los falsos negativos. Sabemos, también, que el bicho puede estar incubándose antes de manifestarse activamente. Y, aunque hemos leído mucho en torno a los periodos de contagio, lo cierto es que las nuevas variantes modifican esta periodicidad.
Justo por eso decidí cancelar la presentación. Vamos, el mayor afectado era yo mismo: estaba posponiendo mi encuentro con lectores, firma de libros, conversación en torno a mi novela… cosas que siempre son un estímulo para el ego de un autor.
Sé que las vacunas son una maravilla, que gracias a ellas nos contagiamos pero no caemos postrados ni morimos. Sé, también, que los niños en este país aún no cuentan con esquemas de vacunación completos y que muchos de mis lectores tienen hijos pequeños. Ser un factor de propagación del bicho se me hace, cuando menos, irresponsable. Pensar en que por mi culpa alguien se contagiaría y, a su vez, le pasaría la enfermedad a un pequeño que… suena a novela y no quiero integrarme al melodrama. Sin embargo, es cierto. El mejor método para terminar con la pandemia en lo individual (más allá de las vacunas y los cubrebocas, claro está) es ser conscientes y cuidarnos. Esa primera persona del plural implica no sólo a nuestra familia o amigos, sino al mundo entero: nos cuidamos todos, nos libramos más pronto del problema… todos.
Insisto: sé que no siempre se puede, sé que no siempre se sabe que uno está contagiado, sé que hay muchos atenuantes y estoy convencido de que deben ser muy pocos los que, sabiéndose contagiados, buscan esparcir el bicho (los debe haber, sin duda). Más allá de eso, si uno puede evitar la propagación, entonces me parece que está haciendo algo por el bien común, sin necesitar una explicación más desarrollada.
Leo, ahora, que el índice de transmisión ya ha bajado de 1.0 en México. Es una buena noticia, la quinta ola comenzará a remitir. Ojalá que, para cuando llegue la sexta, casi toda la población esté con esquemas de vacunación completos. Ya nos merecemos esa clase de tranquilidad.
Y sí, por supuesto, ojalá haya una nueva y pronta ocasión para presentar mi novela.
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