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Jorge Alberto Gudiño Hernández

23/05/2015 - 12:03 am

La pequeña incivilidad

Recoger a mi hijo mayor de la escuela no es sencillo. Como está en una calle cerrada, los papás debemos dejar los coches lejos y acercarnos en una curiosa procesión. El problema es el semáforo. Dura poco y tiene vuelta. Así, una parte del cruce debe ser a paso veloz cuando no corriendo. A la […]

Recoger a mi hijo mayor de la escuela no es sencillo. Como está en una calle cerrada, los papás debemos dejar los coches lejos y acercarnos en una curiosa procesión. El problema es el semáforo. Dura poco y tiene vuelta. Así, una parte del cruce debe ser a paso veloz cuando no corriendo. A la hora de la salida suele haber tráfico. Así que los coches están detenidos en el cruce. Justo cuando está el siga para los peatones, los vehículos de adelante avanzan, haciendo que los de atrás los imiten sin importar que tengan el alto o, peor, a varios peatones frente a ellos. Me ha tocado ver gritos, golpes en las puertas insultos y amagos de pleito.

            Por la tarde salgo al parque. Mis hijos corren y yo vigilo. También juego. De pronto pasa un perro corriendo. No sé de razas. Parece un dálmata por los colores pero soy incapaz de asegurar si es una cruza o no. El caso es que el perro corre. Feliz por estar en libertad. Mis hijos se emocionan. Luego se va a una esquina del parque a cagar. La dueña es una adolescente con uniforme escolar y audífonos. Observa a su perro a la distancia. Hay, al menos, otros tres dueños con sendas mascotas en la misma actividad. A diferencia del resto, la adolescente no toma una bolsa y recoge los excrementos. Cuando se va alguien la increpa, a lo lejos. Sus audífonos son el pretexto perfecto para no responder. Mis hijos siguen jugando. Yo con ellos. Aunque ahora debo estar cuidando que no se acerquen al baño particular del perro.

            Cada tanto, cuando llego a casa, encuentro mi lugar de estacionamiento ocupado por un coche desconocido. He descubierto que siempre es de algún invitado de un vecino en particular. Lo que procede es simple: salgo de mi automóvil, toco a su puerta, espero, respondo a su pregunta desde el interior, espero, sale el vecino, mueve su coche, me ofrece una disculpa y me estaciono. A veces hasta reitera su amable oferta: “Si quieres a la próxima nomás toca el claxon y yo salgo”. Favor que me hace. Si acaso todo demora cinco minutos. Sólo eso. Cinco minutos y la incomodidad.

            Dirán que exagero. Puede ser. No busco defenderme. Hay días en los que debo lidiar con las tres cosas. Más las que se acumulen. Son apenas pequeñas muestras de incivilidad. A las que falta sumar las mías, por supuesto. Me da la impresión de que, por insignificantes que parezcan, la constante acumulación de este tipo de acciones nos va lastrando el ánimo. También nos hace pensar en que nosotros tenemos derecho a hacer lo mismo. Así pues, andamos de malas por batallas ridículas y nos arrogamos derechos absurdos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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