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Tomás Calvillo Unna

23/03/2016 - 12:00 am

¿Qué está pasando?

Que algo está pasando y no sólo atañe a la política y la economía, es ya una percepción bastante generalizada.

Pintura: Tomás Calvillo
Pintura: Tomás Calvillo

Que algo está pasando y no sólo atañe a la política y la economía, es ya una percepción bastante generalizada.

Nuestras conversaciones en los ámbitos del trabajo o de la familia y amigos dejan entrever una sensación de que los cambios que vivimos atañen a un replanteamiento existencial profundo que va de lo individual a lo colectivo, de lo local a lo global, de la sanidad de la psique a la del planeta mismo.

Por doquier reconocemos formas de violencia que se multiplican, y atemorizan a los ciudadanos, desde el terrorismo con máscaras ideológicas y religiosas, hasta la operación cotidiana de gobernantes anclados en el crimen como fuente de poder.

A esta atmósfera que asfixia la cotidianidad y vulnera la paz social, se suma la dinámica del consumo masivo de tecnología, particularmente de la comunicación, que trastoca los mismos conceptos de tiempo-espacio que heredamos y ya se fracturaron.

La explosión de información de todo tipo y la facilidad de quedar envueltos en ella, nos convierte en instrumentos de una insaciable cultura del instante que ahonda la pérdida de sentido.

La angustia, la depresión, los excesos de todo tipo, se tornan dominantes. La Ego-Era de la imagen se vuelve hegemónica, y como un inmenso espejo se levanta entre nuestro amanecer y anochecer; en su reflejos, los nuestros, terminamos golpeándonos sin saber siquiera dónde está la fuente original de una identidad propia, convertida en múltiples aspiraciones que se diluyen una y otra vez. La intensidad del aturdimiento se convierte en el único argumento.

Pintura: Tomás Calvillo
Pintura: Tomás Calvillo

El territorio que se disputa es el de la mente, y somos frágiles en esa batalla porque hemos perdido los conocimientos necesarios y las técnicas indispensables para reencontrar el eje interior desde el cual se puede elegir un rumbo.

El ámbito de la política no es ajeno a ello, y pareciera que en él triunfa temporalmente la alianza del crimen y el poder afectando así la propia naturaleza de la democracia en sus posibilidades de hacer más llevadera y justas las cosas.

No en vano el gran negocio de las drogas (que se diluyen en los laberintos de la mente enajenando los cuerpos) está jugando en todo ello un papel central, donde la propia ignorancia de los actores involucrados, -infectados por la enfermedad de los pequeños poderes, la soberbia- multiplican la violencia.

Es la expresión de una intoxicación psico-social en expansión, ¿a dónde lleva? A una mayor degradación revestida de un anacrónico lenguaje político donde el clientelismo sigue siendo su esencia; el narco-populismo es su nueva variante, de caciques a padrinos. Al final se trata de expandir una mayor dependencia, de controlar los flujos económicos y los circuitos donde se trafica con drogas y seres humanos, para consolidar la sociedad de las adicciones, entre ellas, la del propio poder.

La relación entre tecnología, adicciones, poder, y violencia se necesita explorar y estudiar con mayor atención. Sin esa previa investigación será difícil ahondar en lo que sucede en torno a la experiencia misma de nuestra existencia; bajo su nueva condición de un lugar y tiempo trastocados, donde es cada vez más determinante la tensión del entrecruzamiento de la mente y la realidad, de lo exterior e interior. En la conciencia de ello, podría estar una de las claves para saber que está pasando.

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