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Tomás Calvillo Unna

23/01/2019 - 12:00 am

Faltan palabras

Hay ruido, cañería de groserías, pedradas de insultos, murallas de soberbia, jaurías de maledicencia, pantanos de confusión.

No escuchamos, no lo sabemos hacer, sobrevivimos. Imagen: Tomás Calvillo Unna

Alzar la mirada
sin despegar los pies:
cada ladrillo es una palabra

Hay ruido, cañería de groserías, pedradas de insultos, murallas de soberbia, jaurías de maledicencia, pantanos de confusión.

Faltan palabras en nuestro día a día, en la vida pública, en la pirotecnia de los encuentros sociales, en el salitre de malicia que carcome la política.

Hay una ausencia,
incluso si se concentra uno,
se aprecia como vacío,
ciertamente abismal.

La agitación ininterrumpida que impregna la cotidianidad, este mundo que se encapsula y estalla a cada minuto en información descontextualizada y nos entreteje, en una contundente alienación.

Es probable que haya escalas, pero somos ya multitud, en las fibras de luz y cobre. Zigzagueando en redes del anonimato cuyo rostro más visible es la crueldad de sus adjetivos; carentes ya de sustantivo alguno, habitamos en la orfandad de una lengua ajena,  que asimilamos en automático, una lengua sin raíces, intermitente, incapaz de ahondar y reflejarse en el silencio.

De ahí la ausencia de diálogo, de esa resonancia que nos asombra y obliga a la comprensión, que exige ejercer y conocer otras palabras.

No escuchamos, no lo sabemos hacer, sobrevivimos, sólo eso; no da para más nuestra atención.

Aturdidos nos acostumbramos a esta densa bruma electrónica y pretendemos manipular la realidad, acomodarla una y otra vez, a la dinámica de los deseos inducidos hasta volverlos nuestros en ese espejo de la virtualidad; una química cuyo laboratorio es la cultura sellada de un presente, que apostó por apropiarse del tiempo.

La disciplina del amanecer puede ayudar a templar la palabra: comprometida y convocante, consistente y cuidadosa, compartida y compasiva ante alegrías y tragedias.

Cauta mirada que reconoce en sí, el desapego de la propia vida en su esencial, imperturbable y antiquísima enseñanza de su fugacidad: la estrategia del perdón pasa por la justicia.

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