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Darío Ramírez

22/11/2012 - 12:02 am

Las víctimas diferenciadas

En una noche fría de la capital. Campo Marte. La fotografía hablaba más de mil palabras. Felipe Calderón, flanqueado por sus generales, cerraba su ciclo como comandante supremo de las fuerzas armadas. El Presidente, ataviado con un abrigo negro, yacía parado al lado de una ofrenda floral. Las flores blancas contrastaban con los rostros serios […]

En una noche fría de la capital. Campo Marte. La fotografía hablaba más de mil palabras. Felipe Calderón, flanqueado por sus generales, cerraba su ciclo como comandante supremo de las fuerzas armadas. El Presidente, ataviado con un abrigo negro, yacía parado al lado de una ofrenda floral. Las flores blancas contrastaban con los rostros serios de los amos de la guerra. Al cierre de su sexenio, el Presidente consintió, sobó y se reconcilió con las fuerzas armadas mexicanas. El evento del Campo Marte era para inaugurar la “Plaza al Servicio de la Patria”. El monumento erigido era para reconocer y honrar, según palabras del General secretario, a los soldados caídos durante la cruzada de seguridad de Calderón. En las paredes blancas de mármol se inscribieron los nombres de 205 soldados y marinos caídos en combate. La sobriedad militar del recinto parecía no calentarse con las historias de los funcionarios abatidos.

La noticia me parecía rayar en el cinismo. Estupefacto tuve que confirmar que en efecto el gesto presidencial era como se describía en las impresentables notas de la mayoría de los medios de comunicación. Algo estaba mal. Algo no tenía sentido.

Después caí en cuenta. Construir un mausoleo para soldados caídos durante el ejercicio de su profesión (que es hacer la guerra entre otras) tendría sentido si se tratara de la misma manera a las decenas de miles de otras víctimas que no usan el traje verde olivo. El trato diferenciado a las víctimas de la misma política de seguridad era lo que me perturbaba profundamente. ¿Dónde está el mausoleo de las víctimas inocentes que alguna vez el ejecutivo se refirió a ellas como daño colateral? ¿Por qué desconocerlas de tal manera?

Recordé aquella conversación que tuve con una madre de Michoacán que con voz entrecortada decía que le dolía en el alma la desaparición de su hijo. Pero que igualmente le dolía la indolencia, despreocupación, irresponsabilidad de las autoridades. Los avatares para ser escuchada por las autoridades. El pesar que le costaba buscar confort en el Estado. Y el Estado ausente. Ella sabía que no harían nada, simplemente quería que la escucharan. La misma idea se presentaba en mi cabeza una vez más: en qué país vivimos para que las autoridades tengan un trato indiferente al dolor. El mausoleo militar tiene razón de ser. Seres humanos perdieron la vida y reconocer su valor es una acción correcta. Pero no tiene sentido ignorar los caudales de dolor, las miles de víctimas que claman por la misma atención, por el mismo reconocimiento. Por el mismo perdón –implícito perdón.

El discurso de Calderón en la ocasión se entremezclaba con la temperatura de la noche. El ejecutivo afirmó que la patria también recordará “con dolor” a las víctimas inocentes de la violencia de los criminales. Así, en una oración parca y perdida entre halagos a los halcones de la guerra, se refirió a las víctimas civiles. El remate presidencial no se puede pasar por alto, afirmó que “Por ellos, precisamente hemos dado esta lucha pensando en los ciudadanos, y en las familias, y en sus hijos. Y por eso, también, habrá de entregarse a la sociedad un memorial erigido en memoria de las víctimas de la violencia criminal”. Releo la oración discursiva y no puedo entender por qué el “habrá de entregarse” un memorial para civiles. ¿Por qué no lo entregó? ¿Por qué el militar primero? La prioridad despejó las dudas en dónde descansó el poder del presidente Calderón. Y no fue con la sociedad.

La misma señora michoacana me mencionó en aquella ocasión que ella simplemente quería que las autoridades (dígase Calderón) asumieran que su política de seguridad ha tenido consecuencias desastrosas para miles de familias. Ella no quería un mausoleo, quería que las autoridades federales asumieran la responsabilidad de haber puesto en marcha una política de seguridad basada en cientos de miles de víctimas.

Sin el afán de entrar a valorar la política empleada por Calderón desde aquellos jóvenes días de su administración, y recordando a la madre moreliana, sí podemos advertir comentarios a favor de la política. Los escuchamos diariamente. Pero lo que no escuchamos es la autocrítica que hable sobre ese dolor en el que México está inmerso. Esa aceptación de responsabilidad, sin condescendencia y con responsabilidad del Estado. El gobierno tiene una responsabilidad adicional de buscar la “verdad, justicia y reparación” como consecuencia de haber incumplido sus obligaciones primarias de garantía de los derechos humanos. Especial atención cobra la reparación del daño inmaterial, a través de medidas simbólicas que al centrarse no sólo en el conocimiento de los hechos, sino en el reconocimiento de su importancia y de las propias víctimas, mantienen un recuerdo de ellas así como de sus ideales y aspiraciones, así los memoriales pueden cumplir una función reparadora cuando las víctimas encuentran en ellos un espacio social y de recuerdo, y se convierten en lugares vivos que convocan actividades con sentido en la defensa de los derechos humanos. Pero nada, ningún gesto de solidaridad con el dolor ajeno.

El General reconoció la labor de Calderón. No podría haber sido diferente. Indicó que el Ejecutivo fue claro y contundente al señalar que esta lucha tendría un alto costo para el país, “no se equivocó, el tiempo le dio la razón”. Sobre ese alto costo, me parece que se lo debería decir a las miles de familiares que tienen a alguien desaparecido. A ver qué opina esa sociedad sobre ese alto costo.

Recordemos que una de las instituciones con mayor respeto dentro de la sociedad es el Ejército Mexicano. Por ello, seguramente, la aceptación y mensaje del mausoleo militar durante el ocaso de la administración de Calderón. Es comprensible que durante el discurso del General Galván haya omitido la cifra de que en los últimos seis años, 56 mil 886 militares han desertado del Ejército en México. La cifra representa el 28 % de los efectivos que tiene la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en todo el país. La noche era para festejar el patriotismo, la institución y la patria. El dolor e indefensión no cabían en el campo militar.

Asumir la responsabilidad de lo que sucede en el país requiere un estadista. Felipe Calderón jamás lo fue. Su incapacidad para reconocer errores –que siempre los puede haber en las políticas públicas– fue absoluta. Cierra su sexenio con una afrenta lacerante para miles de personas mexicanas que tienen un profundo dolor. Diferencias a las víctimas es una segunda condena mortal.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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