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Jorge Alberto Gudiño Hernández

22/09/2018 - 12:03 am

Un asunto de lenguaje

No es necesario ser lingüista para saber que la comunicación a través de las palabras no se circunscribe al ámbito de los significados sino que lo trasciende por múltiples vías.

“Quien ejerce el lenguaje desde una tribuna tiene una responsabilidad para con lo dicho”. Foto: Isaac Esquivel, Cuartoscuro

No es necesario ser lingüista para saber que la comunicación a través de las palabras no se circunscribe al ámbito de los significados sino que lo trasciende por múltiples vías. Una de las principales es la de la intencionalidad. De ahí que existan tantos valores entendidos y confusiones a la hora en la que platicamos los unos con los otros. Si sumamos los factores que intervienen a la hora de utilizar el lenguaje, lo sorprendente es que nos entendamos más allá de esos significados traducidos a una tabla de equivalencias cuyo mejor ejemplo es el diccionario.

Vayamos por partes. A la intencionalidad se le suman las interferencias, las limitaciones, los giros lingüísticos, la retórica, las distorsiones y otras lindezas antes de pasar a niveles de mayor complejidad discursiva. Vivimos, además, en un país donde el doble sentido es moneda de cambio, disfrutamos generando confusión, poniendo al otro en la incómoda encrucijada de activar o no el referente. De hacerlo, se espera una respuesta al nivel; de lo contrario, la burla caerá sobre su persona.

De ahí que resulte sintomático lo que sucede con las comunicaciones presidenciales. Fox era enmendado muy seguido, Calderón hacía de la soberbia el sustento de su oralidad (y de otras cosas), Peña Nieto decidió callar y López Obrador regaña por interpretaciones, cuando menos, correctas. Y sí, pueden sacar el diccionario para mostrarnos todas y cada una de las acepciones de un adjetivo cualquiera; sin embargo, de poco valen a la hora de unirlo a otro de carácter acusatorio para referirse a la prensa y que, además, es idéntico al que usara meses antes para atacar a los medios. Tan fácil que es decir que uno se equivocó.

Para el caso, pasa lo mismo (o más) con la bancarrota pese a que, también es cierto, se sacó de contexto a la frase. ¿Entonces? Entonces basta con explicarlo en la siguiente entrevista y no enojarse con el interlocutor.

El lenguaje permite múltiples vaivenes. Tantos, que incluso los legos preferimos regodearnos en discusiones en torno a la intencionalidad de una frase sin hacer énfasis en el mensaje contenido en la historia terrorífica de los tráileres llenos de cadáveres. Aquí ya no bastan los significados. Tampoco que alguien busque decir que no es lo que es o que no se dijo lo que se dijo. Peor aún si lo sumamos a los cráneos encontrados en una fosa clandestina. En apenas un par de semanas hemos acumulado casi medio millar de muertos con sólo dos noticias. Peor aún, son muertos que no caben en las morgues, para los que el sistema no se da abasto. Eso sólo tiene un significado: siguen muriendo más de los que deben, mucho más. Y eso va más allá de cualquier ejercicio retórico.

No seamos puristas, pues, a la hora de señalar o de justificarnos. Quien ejerce el lenguaje desde una tribuna tiene una responsabilidad para con lo dicho. Mientras la asume, busquemos las palabras necesarias para escapar del horror o, mejor aún, para contribuir a evitarlo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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