JUAN VILLORO, LA LLUVIA Y LOS CORTOCIRCUITOS

22/09/2013 - 12:00 am

Conferencia sobre la lluvia es la reciente obra teatral de Juan Villoro (México, 1955).

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Se trata de la historia de un bibliotecario que va a dar una conferencia sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia, pero pierde los apuntes y se ve obligado a improvisar, una circunstancia que lo hace caer en la confesión personal.

LEE-MASSe trata también de un texto escrito a pedido de la directora teatral Sandra Félix, quien quería inaugurar con “algo fuerte” el Foro Rivas Mercado en la Biblioteca de México y de un trabajo que inicia la colección de dramaturgia en la editorial Almadía, que dirige Guillermo Quijas.

“El teatro es el único género en el que el diálogo es una forma de la acción, ya no se trata de explorar la naturalidad del habla como lo puede hacer el cuento o la novela o de plantear una situación dramática, sino de convertir el diálogo mismo en una acción”, dijo en la conferencia de prensa destinada a presentar la obra el también Premio Internacional de Periodismo Rey de España 2010.

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Este hombre que habló mucho de futbol y de música, dos de sus grandes pasiones, ahora se ha permitido hablar sobre la lluvia, un fenómeno natural que ha dado origen a innumerables poemas, de los cuales su preferido es “Lluvia oblicua”, del portugués Fernando Pessoa.

El estreno teatral fue un buen pretexto para mantener una larga charla con Juan, a secas, como es llamado por sus muchos amigos y admiradores, una circunstancia que siempre resulta gratificante, por la lucidez con que el máximo escritor mexicano de la contemporaneidad esboza sus pensamientos.

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A propósito de Conferencia sobre la lluvia, tú eres un conferencista prodigioso, eres un crack hablando ante el público
(Risas) Una persona que desarrolla un oficio siempre tiene un fantasma que constituye los problemas de ese oficio. Un escritor puede ser muy prolífico, pero puede sentir que de pronto se va a quedar sin gasolina. Entonces, pensar en el terror de la página en blanco, en esa imposibilidad de seguir escribiendo, es algo que le puede pasar desde a Balzac hasta Vargas Llosa. Digamos que es un fantasma que se sienta a tu mesa a menudo. Hablar en público es algo que me ha costado muchísimo trabajo. La primera vez que lo hice la única pregunta que hubo en el público fue: – ¿Usted siempre habla tan rápido? Fue lo único que les interesó saber porque yo era una especie de freak que me atropellaba todo el tiempo. Me ha costado mucho trabajo y debo decir que es algo que se pierde con el tiempo. He visto a grandes conferencistas que van perdiendo la retentiva. He estado con amigos que cada tanto se olvidan de algo; uno de ellos se olvidó del nombre de Tolstoi y fue para mí la primera señal de que estaba perdiendo la habilidad. Entonces, ese fantasma se sienta a mi lado cada vez que doy una conferencia y empiezo a hablar, al mismo tiempo de preguntarme si estaré diciendo lo correcto. De pronto comienzo a sentir que voy a tener un cortocircuito cerebral y no podré seguir adelante. La obra Conferencia sobre la lluvia surge de ese temor, aunque hable de un mal que no he padecido todavía.

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En el arte de pensar lo que uno va a escribir y lo que escribe realmente hay un gran abismo, ¿qué te pasa con eso? Escribes mucho y de todo…
Lo que necesitas es cierta irresponsabilidad controlada y digo controlada porque tampoco puedes dar rienda suelta a algo que no conecte con cierto sentido del orden, de la estructura. Me preocupa mucho algo que decía Rodolfo Fogwill (escritor argentino) en torno a que “a todo escritor se le acaba la fuente”. Por más rica que sea la capacidad expresiva de un artista en cualquier género, hay un momento en que agotó lo que tenía que decir. Lo vemos por ejemplo en las retrospectivas de pintores, donde de pronto te parece que están pintando el mismo cuadro en forma permanente. Eso, si va a dar a distintos museos, a distintos coleccionistas, no importa tanto, pero cuando ves toda la obra reunida, parece una reiteración un tanto infernal. Si piensas en el Carlos Fuentes de los ’60, verás que es muy superior al de los ’90. Quizás para ponerme a salvo de ese fenómeno, lo que hago es cambiar de géneros, algo que se ha facilitado merced a mi personalidad dispersa. Entonces termino un libro para niños y al hacer luego una obra de teatro pongo en juego registros tan distintos que siento, o al menos tengo la ilusión de que no me repito. Si escribiera una novela y luego otra y otra, creo que me convertiría en un autor muy reiterativo. Saltar de un género a otro me ha permitido salir adelante y no sé por cuánto tiempo podré hacerlo.

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Una fantasía recurrente es que a uno lo encierren en una prisión para poder escribir todo aquello que tiene pendiente, sin distracciones, lo cual implica en cierta manera no vivir…¿Hay un problema entre el vivir y el escribir?
Ese es un tema fascinante. Cuando estás escribiendo a menudo piensas que la verdadera literatura está en la calle, en la gente, en aprender de primera mano, en lo que debo sufrir en carne propia… ¿Cómo voy a poder escribir Los Miserables sin haber conocido la sociedad en los bajos fondos, sus cloacas, sus catacumbas y todo eso? Al mismo tiempo, cuando estás viviendo te dices: – Dios mío, estoy aquí emborrachándome, escuchando historias y la verdadera literatura ocurre en el papel, en la lectura, entonces hay una tensión perpetua entre los escritores. Hay algunos como Jorge Luis Borges que se sienten plenamente satisfechos en el mundo de los libros. Borges solía decir que el hecho esencial de su existencia fue descubrir la biblioteca de su padre, es decir, descubrir un universo que era para él. Ha habido otros que han necesitado matar leones en África como Ernest Hemingway para sentirse vivos y luego poder escribir. Yo me ubicaría entre los dos polos, pero al haber sido por ejemplo muy amigo de Roberto Bolaño, él nos enseñó que se trata en realidad de un falso dilema. Mucha gente dice: Roberto sacrificó la vida por la escritura, tenía el tiempo contado y dejó de vivir para construir una obra que aún no conocemos por completo porque todavía aparecen libros de Bolaño. Sin embargo, lo que Bolaño demostró es que la literatura es una forma de la vida. Es como decir que al soñar no estoy viviendo, porque no tengo una plena conciencia de ello, pero las cosas más importantes que nos pasan en la vida suelen transcurrir en los sueños o cuando recordamos. Entonces, creo que es un falso dilema, pero que al mismo tiempo me preocupa en forma permanente. Una de las razones de hacer crónicas y entrevistas está asentada en esa preocupación. Se trata de una manera legítima de invadir territorios de la realidad que no necesariamente son accesibles y a partir de eso poder mentir con conocimiento de causa cuando hago ficción. El escritor es un ladrón de realidad.

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ROBERTO BOLAÑO Y JUAN VILLORO

Al cumplirse 10 años de la muerte del escritor chileno Roberto Bolaño (1953/2003), Juan Villoro escribió una columna en El Periódico de Cataluña en donde habló de la larga amistad que lo unió al autor de Los detectives salvajes.

Se refirió también al lugar de privilegio que Bolaño, autor reacio al reconocimiento, ocupa hoy entre los lectores de todo el mundo. Se trata de “un sitio fashion”.

Ningún gran autor es ajeno a los excesos de la atención, los misreadings, las sobreinterpretaciones, las ficciones sobre su vida. Los detectives salvajes está destinada a someterse a toda clase de adaptaciones, del teatro al cine, pasando por la radio, hasta llegar a la posible producción de Los detectives salvajes sobre hielo.

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De estar entre nosotros, Roberto Bolaño miraría intrigado su peculiar destino, se alzaría de hombros ante las cosas que decimos de él, encendería un cigarrillo, y seguiría imperturbable su camino”, escribió Villoro.

Creo que pasados los 10 años de su muerte, comienza una nueva etapa para la literatura de Bolaño
Todo escritor cuando muere pasa por un purgatorio en el que hay cosas que lo benefician y otras que lo perjudican. Muchas veces se empieza a leer al autor en función de su trayectoria, de su contexto, de lo que representaba para la humanidad y lo que sucede con Bolaño es que es un mito pero muy a su pesar, él no creía en la fama, ni en la fortuna, no creía en valores asentados, en nada establecido, pero el mundo ama aquello que se le opone. Así es como hoy, el Che Guevara, enemigo de la sociedad capitalista, es una súper franquicia. La imagen de Franz Kafka, que era una asocial total, está en todas las tiendas boutiques de Praga, en tazas, llaveros, plumas, camisetas…Entonces Roberto ha pasado por ese malentendido de la fama y no deja de ser positivo que tanta gente se haya acercado a él por la razón que sea, pero creo que su obra es lo suficientemente resistente para ir desafiando a los lectores, suscitando nuevas miradas a su obra. Suelo dar cursos en los que analizamos libros de Roberto, especialmente Estrella distante, que es uno en el que nos hemos concentrado mucho y generación tras generación de alumnos se maravillan encontrando nuevas claves. Así que, efectivamente, ahora inicia un Bolaño más literario.

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¿Adquirirá con el tiempo la importancia de Borges en Latinoamérica?
Bueno, eso es imposible. Borges ya es inmortal y es el segundo nombre de la literatura.

¿Por qué es tan moderno Borges?
Porque es el reinventor de todo el lenguaje que conocíamos o creíamos conocer. Roberto es más otro tipo de autor, uno más cercano a la experiencia, a tipos como Jack Kerouac, por ejemplo; el caso de Borges es único porque lo que hizo fue limpiar de retórica la lengua y cambió ciertos usos, términos, adjetivaciones, se interesó en registros nunca antes explorados en la literatura, desde los compadritos del tango hasta la filosofía metafísica. La impronta de Borges es el español que hablamos hoy. Lo que es muy difícil es decir por qué Borges era original, porque nuestro mundo es un mundo borgiano, la estatura de Borges es la de Shakespeare, la de Dante, la de Cervantes. Ojalá Bolaño alcance ese nivel, pero cuando eso ocurra ni tú ni yo estaremos vivos para verlo.

El conferencista de tu nueva obra de teatro no es como tú. Tú no te pondrías frente al público para contar tu vida
No, espero que no.

Pareces un hombre siempre muy cercano, pero no creo que sea así…
Claro que no. Y espero, efectivamente, no ser tan cercano. Valoro mucho la privacidad, una de las cosas que está más en riesgo en nuestros días. Lo vemos ahora con el caso de Edward Snowden o de Wikileaks, que los gobiernos del mundo, especialmente el de Estados Unidos consideran muy normal invadir la vida privada de los ciudadanos. Lo vivimos cuando haces un desfiguro en una fiesta y al día siguiente estás en YouTube; incluso ha habido gente que se ha suicidado por esa causa, te asoleas desnudo en la azotea y eres captado por Google Earth, de modo tal que la vida privada se ha convertido en una nostalgia.

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Jonathan Franzen está en una cruzada contra eso…
Es que creo que hay que comenzar a defender la privacidad y además creo que todos nos ponemos ciertas máscaras para decir otro tipo de verdades y evidentemente cuando hablo en público, puedo sonar familiar o puedo parecer cálido, pero eso tiene que ver con un esfuerzo de comunicación con el otro. Naturalmente las cosas que pienso y lo que siento salen a través de mis personajes. A lo largo de mi vida he ventilado cosas muy personales, pero en el nombre de otros, que es lo que en definitiva hace todo escritor de ficción.

¿Te pone nervioso el hecho teatral ligado a un texto tuyo?
Soy un autor de teatro tardío. Escribí mi primera obra de teatro a los 50 años. Una de las cosas que me interesa del hecho teatral es la posibilidad que me ofrece de volver a ser principiante. Y cuando eres principiante, obviamente que renuevas tus nervios. La crítica no tiene por qué aceptarte de inmediato, no sabes cuáles son los códigos, te dan un teatro y no sabes si es el espacio adecuado, te ofrecen una coproducción, te parece maravilloso y luego resulta que es algo envenenado, te invitan de gira y no pides garantías…entonces el teatro para mí constituye un nuevo aprendizaje, me gusta mucho trabajar con los actores y con los directores…pero en fin, el que ahora debe de tener los nervios es Diego Jáuregui, el actor de Conferencia sobre la lluvia. Ya le dije que como interpreta a un personaje que se olvida su discurso, puede olvidar el texto y ser visto como un acto de naturalidad.

¿Qué piensas de los libros de textos escolares que aparecieron con tantos errores ortográficos y de todo tipo?
Eso es un desastre. Además, lo que me alarma es que pasa periódicamente, cada cierta cantidad de años, vuelve a pasar. Es decir, no hay un aprendizaje de los errores cometidos, lo cual es gravísimo. Los periodistas, con muchísima sabiduría, ya están esperando los nuevos libros para detectar los errores, porque se trata de una tradición en nuestro sistema educativo. Tenemos una cultura muy poco rigurosa. Decía Gabriel Zaid que es mucho más importante un corrector de estilo que un gerente. El papel del verificador de datos, del corrector de textos, es nulo, es un trabajo despreciado y sin embargo tan necesario. Los errores de ortografía y gramaticales en la publicidad, en los discursos de los políticos, son alarmantes. Hay una hipertrofia desde distintas funciones en el Estado y que se cumplen pésimamente, además.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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