Julieta Cardona
22/08/2015 - 12:00 am
Adiós, amor
Favor de ponerle play antes de comenzar a leer: https://www.youtube.com/watch?v=kb_TDpOlDEQ O en Spotify: https://open.spotify.com/track/79qVahzRJHttMTRtOLuJtp Oscar Wilde escribió, sabiendo que a muchos desde ese momento nos condenaría, que los dioses conceden nuestros deseos para burlarse de nosotros. Después de desear todo de ella, cualquier cosa, incluso más de lo que podía darme, los dioses me la […]
Oscar Wilde escribió, sabiendo que a muchos desde ese momento nos condenaría, que los dioses conceden nuestros deseos para burlarse de nosotros.
Después de desear todo de ella, cualquier cosa, incluso más de lo que podía darme, los dioses me la concedían completa luego de años: sin dudas. Regina llegó a perturbar mis adentros hasta ese momento resignados sobre todo, a no tenerla, y a hacer de lo que había, un pandemónium: aquí estoy, me dijo con su maleta en mano.
Me reí. Ella me vio y en su mirada advertí mis pasados, tal como Eugenia me había mirado cuando regresé tarde a su vida. Será que siempre nos conocemos más a través del otro y el otro siempre reconoce a todo amante de nuestra vida a través nuestro. Naturalmente y todavía llena de amor, la dejé pasar.
Así corrieron algunos días, pero todas mis certezas carentes de amor urgente me hicieron frenar. Hablemos a tu regreso, le dije una mañana, le ayudé con el brasier y le besé la frente una vez, dos veces, tres veces, muchas veces.
Era de noche. Yo ya estaba en casa y ella llegaría más tarde, siempre llegó más tarde porque su trabajo de oficina es una aspiradora de tiempo. El mío también pero distinto: yo puedo irme a casa y hacerlo ahí. Llegó con una blusa verde, su blusa verde favorita; se veía, no sé, tan hermosa. Hablemos, le dije y me senté en el sillón grande. Ella, cabizbaja, me siguió y tomó lugar a un lado mío. No dijimos mucho porque ya nos habíamos vaciado lo suficiente madrugadas antes mientras hacíamos el amor y llorábamos en silencio. Hablamos esa vez sin resentimientos, con, digamos, todo lo que nos quedaba al descubierto. Nos besamos la boca un par de veces y los hombros y las cejas y las mejillas. Y lloramos. Fuimos, en ese momento, la escena más triste del mundo.
No fue culpa de ninguna, el amor cambia de lugar cuando le da frío. Se va. Punto. Se va sin más y nos queda, si lo hacemos bien, una cosa: aceptar que estuvimos de paso en la vida del otro y que así, de esa manera, fue inmejorable. Las oportunidades que vienen después de la primera o de la segunda o de la tercera no son para todos. Y no está mal. No es tan grave. Solo así es.
Ella hizo maletas y se fue. Cuando la certeza de ambas partes se encuentra enterrada en las pupilas, el resquebrajo del alma se aprecia como un hecho irrefutable. Se terminó, y antes pensaba que hubiese sido capaz de cualquier cosa por alterar la historia con tal de haberla tenido conmigo un día más, pero hoy admito que no modificaría ni lo más insignificante: el amor se quedó noble, perpetuo y blanco porque así fue.
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