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Tomás Calvillo Unna

22/07/2020 - 12:05 am

El testigo

En esta cultura hemos crecido, cierto, no son todos defectos o atributos, pero hoy están a flor de piel, son la irritación que se propaga y se acumula y no tardara en desbordarse.

Espinas celestes. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

Para esa hermosa pareja que nos ha enseñado a apreciar el cine mexicano desde abajo tan crecido y fructífero en su libertad durante más de una década de Cine secuencias. Eduardo y Andrea nos compartieron también la experiencia fílmica de las autonomías comunitarias en aquel documental sobre la 2a edición del Festival de Cine Puy Ta Cuxlejaltic….

Ella, Andrea Gentile acaba de partir; deja una bella familia y un invaluable ejemplo de disciplina, trabajo y generosidad. Un abrazo fuerte Eduardo Herrera desde las huellas de la secundaria hasta ese caminar juntos con las víctimas de la violencia, y las y los poetas del 23 al 26 de enero del 2020; fuimos testigos de lo inverosímil.

Había que ver cómo un país se infligía daño a sí mismo. Capaz de ignorar su historia y pretender repetirla como obstinación casi telúrica, por la dimensión de sus desaciertos. Los bandos se apresuraban a repetir las hazañas para demostrar quien portaba el estandarte de la verdad y la justicia.

Corría más sangre y mucha saliva, saliva como balas de salva que preparan el terreno de la muerte: cívica, moral, política, física. País que se pretendía sabio por su cercanía lúdica con el más allá, y no obstante la ignorancia de su crueldad le impedía entender el profundo sentido del ritual de la inminencia de la muerte: el respeto, el nombre propio de quien parte, la oración que lo acompaña.

País de egos de todos los tamaños y colores, el de las nubes, que ataranta con fugaces éxitos, el de las trincheras ideológicas que asumen la imposición como una tarea indispensable, el del olvido y traición al prójimo, el de la envidia, mezquindad, e ignorancia encubierta, camuflajeada de buenos propósitos, y la popular cuchillada a la espalda; todas las mañas posibles para evitar encontrarnos con nosotros mismos, y darnos cuenta del vacío: tan necesario para aprender a recorrer los caminos.

En esta cultura hemos crecido, cierto, no son todos defectos o atributos, pero hoy están a flor de piel, son la irritación que se propaga y se acumula y no tardara en desbordarse.

Las frágiles instituciones políticas capturadas en parte por el crimen, van a ser sometidas a una presión inédita: el estrés colectivo que el coronavirus conlleva, la disputa por el poder de grupos emergentes, que pretenden asumir el ahora o nunca de las revoluciones míticas que aún persisten en el imaginario: las insuficiencias de las élites económicas, enceguecidas por la desproporción de los bienes en la era hipertecnológica de la virtualidad y su inmediatez hipnótica, ajenas a la tierra que los vio crecer.

Estamos ya caminando en la cuerda floja al habernos menospreciado unos y otros, enredados en la debilidad de nuestro carácter que se asume como bonachón, una ambigüedad que pasa del abrazo a la madriza sin decir agua va; todo ello y más llegó a su límite.

Las palabras extraviadas de la empatía y la compasión, de la inteligencia y el horizonte. En su lugar la humillación y la venganza de los callejones sin salida que se erigen en el deporte nacional; la apuesta al odio como dosis necesaria de la colectividad para realizar los cambios propuestos en la pizarra. La desproporción encarnada en nuestras batallas floridas de adjetivos para capturar al enemigo, o a quien se deje o a quien tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, habrá indemnización, (aunque alcance sólo para una quincena), y dejarlos sin corazón, arrojar esos cuerpos al asfalto, a la cuneta, a donde diablos sea.

Desde el púlpito del poder hasta la esquina de la colonia más arrinconada, nos clavamos la daga de los vocablos que hieren, en nombre de nuestros pequeños reinos para vanagloria de unos días y unos cuantos años que ya se van, y pronto otra vez en el desierto de la ignominia nos volveremos a encontrar para proseguir esta historia sin fin, donde atrapados seguimos pensando que ya estamos cerca de la tierra prometida, aquí a las puertas del infierno …ciertamente no somos iguales, aunque sí muy parecidos, incluso nos pueden y nos podemos confundir…

Lo que está en juego (en este tránsito que nos toca) es el Ser de la Nación, no una u otra de sus versiones; México es un nombre muy antiguo, su hondura debe ser santo y seña de nuestro presente.

 

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