LECTURAS | Mexicanos y musulmanes: chivos expiatorios para un régimen delirante, de Naief Yehya

22/07/2017 - 12:04 am

11 razones para despedir a un presidente, acaba de publicar editorial Planeta, con el arbitrio y la juntada de Jorge Zepeda Patterson. Sus promesas de campaña se irán cayendo y junto con ellas, la popularidad del habitante de la Casa Blanca, dice Ricardo Raphael, en un libro sustancioso e imprescindible. De aquí sacamos este fragmento, a cargo de Naief Yehya, el intelectual mexicano radicado en los Estados Unidos.

Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).- Donald John Trump el primitivo, el bravucón, el visceral, el desconfiado, el inestable, el demagogo, el pesimista, el constructor de muros, el fenómeno que se trasciende así mismo. Su llegada a la presidencia de Estados Unidos marcó un viraje radical en la relación con México que ahora se vislumbra tormentosa. El matrimonio por conveniencia con el vecino del norte ha degenerado en una unión abusiva sin opción a divorcio.

En este contexto, once especialistas alertan sobre las consecuencias que nuestro país deberá enfrentar ante el racismo, las declaraciones viscerales, las amenazas populistas, la falta de estrategia para el combate al narcotráfico y la ruptura del diálogo de un empresario sin escrúpulos que dirige los destinos del país más poderoso del mundo como si fuese un reality show.

¿Lo leerá Donald Trump? Foto: Especial

Extracto del, capítulo “Mexicanos y musulmanes: chivos expiatorios para un régimen delirante”, de  Naief Yehya, perteneciente al libro  Donald Trump: El Aprendiz, publicado en el sello Planeta, 2017. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

Mexicanos y musulmanes: chivos expiatorios para un régimen delirante

Por Naief Yehya

No nos mandan a los mejores

El 16 de junio de 2015 pudo ser una fecha completamente irrelevante o bien un día glorioso en los anales del humor involuntario. Sin embargo, muy probablemente será recordado como el momento en que la política estadounidense dio un peligroso giro xenofóbico que anticipó una era de confrontación y catástrofes entre Estados Unidos y su vecino en la frontera sur. Ese día tuvo lugar un estrambótico anuncio público en el muy dorado lobby de la torre de Trump de la Quinta Avenida de Manhattan. El magnate de bienes raíces, estrella de reality show y empresario con cinco bancarrotas descendió por las escaleras eléctricas acompañado de su tercera esposa, la eslovena Melania. Como música de fondo se oía la canción “Rockin’ in the Free World”, del muy liberal Neil Young (usada sin su permiso). Tras ser presentado por su adorada hija Ivanka, Trump anunció su precandidatura a la presidencia. Sus palabras, cargadas de promesas grandilocuentes, resentimiento, lamentos y desprecio, parecían balbuceos estrambóticos, ideas disparatadas con pobre coherencia y menos sintaxis, que resultaban muy difíciles de tomar en serio. Aunque ahí atacó a políticos, cabilderos y al presidente en turno, Barack Obama, su verdadero blanco fueron los mexicanos. La manera ignorante y pendenciera con que se refirió a México como una amenaza estaba cargada de ambigüedades que, a medida que avanzó la campaña, fueron dando lugar a algo parecido a un programa en contra de nuestro país.

Trump comenzó su ataque de la siguiente manera: “¿Cuándo hemos derrotado a México en la frontera? Se burlan de nosotros, de nuestra estupidez.Y ahora nos están derrotando económicamente. No son nuestros amigos. Créanme. Nos están matando económicamente”.

Las nociones de que México “derrota” en la frontera y que está “matando económicamente” a su vecino del norte parecen incomprensibles para cualquiera con una visión elemental de la realidad en el terreno, de la política y el comercio entre una nación rica y una pobre, pero también para aquellos con un mínimo de sentido común. ¿Qué clase de guerra o competencia estaba teniendo lugar en la frontera imaginaria de Trump? Desde esta insólita perspectiva, México era imaginado como un adversario ventajoso y taimado, capaz de enfrentar a la principal potencia del mundo y derrotarla con mañas en los negocios. Esta era la percepción primitiva y victimizada de una compleja relación binacional que tenía un hombre de negocios pobremente informado y nada curioso, obstinado en creer que las miserias laborales, comerciales, criminales y sociales estadounidenses eran responsabilidad del gobierno mexicano y los inmigrantes-invasores provenientes de nuestro país.

Las palabras de su discurso que más resonaron y que se repitieron hasta el cansancio fueron: “Cuando México manda a su gente no manda a los mejores. No te mandan a ti. No te mandan a ti [decía mientras señalaba gente aparentemente al azar en el público]. Mandan a gente que tiene muchos problemas y nos traen esos problemas a nosotros. Traen drogas. Traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buena gente”.

Estas palabras estridentes, dignas de los militantes de la Nación Aria o del Ku Klux Klan, causaron sorpresa y fueron noticia del día en el país y buena parte del mundo, pero no fueron objeto de reacciones de desaprobación en ese lobby neoyorquino. Quizás eso debió ser una señal de lo que vendría, de las masas que adoptarían esa retórica de manera abierta, sin vergüenza de ser percibidos como racistas (es necesario señalar que muy probablemente muchos de los asistentes eran actores a los que la agencia de talento Extra Mile Casting pagó cincuenta dólares por aplaudir, ponerse camisetas y sostener carteles). Poco después Trump insistió en la inquietante y extraña acusación: “Nos están mandando a la gente incorrecta”. Este balbuceo incoherente no parecía referirse a la inmigración económica de mexicanos, como lo hizo más tarde, sino que hablaba de un presunto “envío” de personas por parte de “México”, como si se tratara de infiltrados patrocinados por el gobierno, encargados de vender drogas, cometer crímenes, violar y corromper a los nativos; agentes malignos de un narcoestado o brigadas de provocadores al servicio de un régimen siniestro. También se refería a estos mexicanos como individuos “cargados de problemas” que venían a crear controversia en el seno de su nación. La idea de una invasión maliciosa y de invasores con problemas parece un tanto contradictoria y extraña; sin embargo, ahí comenzaba a conformarse un discurso delirante y absurdo, repleto de mentiras, insultos, errores e imprecisiones que eventualmente se volvió la piedra de toque de su visión alternativa de la realidad.

Aquellas maleables palabras se fueron convirtiendo en plastilina ideológica, señales codificadas que cada quien entendía de acuerdo con su conveniencia y que fueron la motivación para prometer la construcción de un gigantesco y hermoso muro (¿existe algún muro que pueda considerarse hermoso?) divisorio en la frontera entre Estados Unidos y México, así como la eventual deportación de 11 millones de trabajadores indocumentados, la retención de las remesas o la imposición de enormes impuestos a esos envíos que son vitales para México, especialmente desde la caída de los precios del petróleo. La acusación contra los mexicanos fue interpretada por millones de desempleados y subempleados estadounidenses como un grito de guerra en contra de la mano de obra barata y clandestina que imaginaban responsable de sus empleos perdidos. No resultaba muy difícil demostrar que la mayor parte de los empleos desaparecidos en Estados Unidos y otros países desarrollados se debe a la automatización industrial y el uso de robots. Asimismo, la maquila de productos de bajísimo costo en China y otros países del sudeste asiático era en gran medida más impactante para la planta productiva estadounidense que el empleo de mexicanos indocumentados.

Trump confundía dos cosas muy distintas. Por un lado, denunciaba al Estado mexicano (que en 2015 intercambió con Estados Unidos $583 mil millones de dólares y ocupa el tercer lugar como socio comercial); por el otro, a los mexicanos indocumentados que residen y trabajan en su país (algunos de ellos desde hacia varias décadas) y que en muchos sentidos son indispensables para la economía, tanto en el trabajo agrícola como en la construcción, la industria y los servicios. Lo claro es que el director de la Universidad Trump tenía una profunda necesidad de señalar a un responsable que estuviera al alcance de la mano, alguien que representara una amenaza, un enemigo vulnerable al que él y sus huestes pudieran insultar y agredir y no tuviera muchas posibilidades de defenderse. Los mexicanos, y de paso los centroamericanos, se volvieron los chivos expiatorios ideales para la campaña de Trump. Así, de tuit en tuit, Trump fue lanzando ataques incendiarios que sus seguidores recibían con fervor fanático. El nivel de violencia en contra de los mexicanos fue aumentando a medida que se acercaba la elección y se radicalizaban las posiciones. Numerosos grupos de extrema derecha y el alt-right, una colección de organizaciones e individuos que a menudo se definen como neorreaccionarios y expresan sus posturas en foros digitales como 4chan y Reddit, vieron en Trump a su líder, un hombre que podría llevar al poder sus ideales de segregación, destierro y exterminio de los extranjeros indeseables, los liberales y los “guerreros de la justicia social”.

Durante sus mítines de campaña, los dos eslóganes más populares fueron Lock her up!, refiriéndose a encarcelar a Hillary por sus presuntos crímenes, y Build the Wall!, “¡Construye el muro!”. La promesa que hizo con una enredada y caótica gramática fue: “Yo construi…

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