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Germán Petersen Cortés

22/07/2014 - 12:03 am

Todos podríamos ser Rosa Verduzco

Huelga decir, pero no por ello hay que omitirlo, que los responsables de las condiciones a todas luces indignas del albergue La gran familia en Zamora, Michoacán deben ser castigados. Quien haya permitido el hacinamiento y la inmundicia que constan en las fotografías, quien haya llevado deliberadamente a la mesa de los niños alimentos putrefactos […]

Huelga decir, pero no por ello hay que omitirlo, que los responsables de las condiciones a todas luces indignas del albergue La gran familia en Zamora, Michoacán deben ser castigados. Quien haya permitido el hacinamiento y la inmundicia que constan en las fotografías, quien haya llevado deliberadamente a la mesa de los niños alimentos putrefactos o quien haya sido directa o indirectamente culpable de los presuntos casos de privación ilegal de la libertad, maltrato infantil y abuso sexual, tiene que ser sancionado con todo el rigor de la ley. Es inadmisible la impunidad, independientemente si se tiene que proceder contra la directora Rosa Verduzco o contra alguno de sus subordinados.

Dicho esto, en algún sentido todos los mexicanos estamos expuestos a lo que le pasó a Rosa. Ahora le tocó a ella pero en el pasado le ha tocado otros y en el futuro todo apunta a que le tocará a otros más. Desde luego que no por las ilegalidades que la octogenaria mujer pudo haber cometido, sino porque, hasta que un juez señale lo contrario, Rosa es inocente, tan inocente como cualquier mexicano que judicialmente no ha sido declarado culpable. El trato que se le ha dado no refleja esta condición.

A Verduzco se le detuvo como a una delincuente de la más alta peligrosidad, en un operativo donde participaron el Ejército, la Policía Federal y la PGR, además de dependencias del Gobierno de Michoacán. Se le endilgaron los peores delitos sin un juicio de por medio. Por si fuera poco, se le exhibió arrestada, tal como malamente se suele presentar a los grandes capos: manos en la espalda, policías alrededor, a merced de cualquier especulación. Todo esto incluso cuando, hasta el momento, Rosa es, como millones de mexicanos, inocente. En efecto, una inocente expuesta a las arbitrariedades de un Estado que aparentemente concibe la presunción de inocencia como un adorno del proceso penal: si está, qué bueno; si no, ni modo.

Ahora bien, un mexicano que se compromete a resolver un problema social se expone a que el Estado le desplace tareas que en principio le corresponden al propio Estado. En materia de atención a la infancia, el Estado mexicano ha sido particularmente indolente. En las últimas semanas ha habido distinto ejemplos: la tragedia de los niños migrantes no acompañados, el menor muerto en Puebla por un proyectil lanzado por policías estatales, las escalofriantes cifras de maltrato infantil.

Cuando comienza una obra social suele haber personas generosas que contribuyen de manera entusiasta, pero conforme pasa el tiempo es probable que dejen de hacerlo, dada nuestra raquítica cultura de la filantropía y los pocos incentivos fiscales para apoyar estas obras. Una vez que pasa la “moda” y disminuyen las ayudas, la responsabilidad recae exclusivamente en quien encabeza el proyecto. A incontables mexicanos que emprenden proyectos sociales se les deja solos después de unos pocos meses o años, sin apoyos ni vigilancia. En este sentido, muchos mexicanos comprometidos podrían ser Rosa Verduzco: abandonados por el Estado, abandonados por la sociedad, abandonados a su suerte.

Hay quienes insisten en la santidad de Rosa; otros tratan de equipararla con los peores delincuentes. No sé quien tenga razón. Sé, eso sí, que muchos de quienes han llevado relación con ella coinciden en que no es una mujer de trato suave, sino más bien áspero, rudo. La educación que impartía estaba muy lejos de la laxitud: disciplinaria, exigente, autoritaria. Se puede coincidir con este modelo educativo o no. También se pueden meter a la ecuación las escabrosas circunstancias en que Rosa trataba de educar –menores con historias de vida escalofriantes, poco personal, múltiples adversarios dentro de la propia sociedad zamorana– o llanamente pasarlas por alto. Lo que no se vale es suponer que tales o cuales prácticas educativas de Verduzco constituyen delitos tan solo porque no se coincide con ellas. Hay que llamar al pan, pan y al vino, vino.

Por distintas razones, Rosa es una mujer célebre. Desde hace años se ha codeado con destacados intelectuales, sobre todo a partir del cariño que le tomó Luis González, fundador de El Colegio de Michoacán, institución establecida en Zamora desde fines de los setenta. El historiador michoacano, de manera directa o indirecta, la acercó con varios de los académicos, escritores y periodistas que hoy la defienden, o que cuando menos ponen en contexto lo que sucede. Además, a lo largo de sus más de seis décadas al frente de La gran familia, Rosa recibió el apoyo de políticos de los tres niveles de gobierno, algunos de los cuales recientemente han puesto el pecho por ella.

La celebridad de Verduzco ha visibilizado su situación. De alguna manera el reconocimiento social del que goza es su mejor protección. Sin embargo, ¿qué sucede con todos los demás mexicanos, hasta el momento inocentes, a quienes se les viola el debido proceso e incluso se les llega a detener como criminales de leyenda? Entre estos seguramente hay personas de buenas intenciones cuyas ilegalidades son producto de haber sido abandonados en sus iniciativas filantrópicas. Todos estamos expuestos a lo que le pasó a Rosa Verduzco, pero no todos tendríamos la dicha de que nuestro caso esté tan vigilado. ¿Cuántos como Rosa pero que solo sus más cercanos se enteran de los atropellos que sufren?

@GermanPetersenC 

Germán Petersen Cortés
Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. En 2007 ganó el Certamen nacional juvenil de ensayo político, convocado por el Senado. Ha participado en proyectos de investigación en ITESO, CIESAS, El Colegio de Jalisco y El Colegio de México. Ha impartido conferencias en México, Colombia y Estados Unidos. Ensayos de su autoría han aparecido en Nexos, Replicante y Este País. Ha publicado artículos académicos en revistas de México, Argentina y España, además de haber escrito, solo o en coautoría, seis capítulos de libros y haber sido editor o coeditor de tres libros sobre calidad de vida.

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