Parcial y subjetivo | En pos del criminal

22/06/2012 - 12:05 am


Nunca como ahora la novela policiaca ha tenido tantos seguidores. Tan es así, que desde los libros ha saltado a las pantallas para ocupar buena parte de las opciones cinematográficas y televisivas. Pese a ello, la novela policiaca sigue teniendo muchos detractores. Sobre todo en quienes defienden a ultranza a la literatura bajo la idea de que es un arte superior, que debe buscar algo que trascienda las simples investigaciones y los asesinatos. Es probable que tengan algo de razón. Sin embargo, siempre es importante recordar que los lectores se hacen, en un primer momento, gracias a libros fáciles, de los que privilegian las historias antes que ciertos movimientos formales o desarrollos discursivos que complican la lectura. Es cierto, hay quien nunca dará el paso más allá y no importa, cada quien puede estar a gusto con sus preferencias. También existen lectores que, cada tanto, como una forma de purificación, recurren a este tipo de libros para recordar ciertas cosas de la lectura que otros no ofrecen: como el hecho de que gran parte del éxito del género radica en su capacidad para seducir casi de inmediato, para integrar al lector a la trama.

Siendo reduccionistas es sencillo llegar a una conclusión no tan errada: en las novelas policiacas contemporáneas da la impresión de que lo importante es crear a los asesinos más violentos. No sólo se conforman con matar sino que torturan. Es decir: lo disfrutan. De ahí la sofisticación de los crímenes, de ahí el miedo que engendran. Y por eso los detectives actuales no pueden sino tener algunas disfunciones. Enfrentarse a enemigos de ese calibre deja rastros. Leer la saga entera es disponerse a encontrar cómo estos rastros van modificando el comportamiento de los investigadores.

Elegí, pues, a cinco autores de saga. A diferencia de las novelas policiacas unitarias, las sagas ofrecen un desarrollo de personaje a largo plazo y provocan la fidelidad de los lectores. En mi afán por incluir un libro de cada autor, mi tarea se vuelve fácil: incluiré el primero de la serie. Cada quien sabrá si se sigue o se detiene.

Michael Connelly:

El eco negro

Famoso a más no poder, este autor ha creado un personaje maniqueo. Tanto, que es sorprendente que nadie haya construido uno igual antes. Harry Bosch es un detective de homicidios en Hollywood. Ex combatiente de Vietnam, tiene en la honradez y la justicia sus principales valores. No importa que su vida personal se destruya y reconstruya cada tanto. Tampoco que sus superiores jerárquicos no lo quieran porque suele contravenir sus órdenes, sobre todo cuando éstas buscan ocultar antes que descubrir. Por medio de una narración cargada de detalles y descripciones, nos volvemos testigos de la constante lucha entre los burócratas de la justicia y un detective intachable. Si algo exige esta saga es tener buena memoria para los nombres y para las relaciones entre los personajes. El resto es dejarse llevar por unas novelas que bien podrían ser películas de tan gráficas que resultan.

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Henning Mankell:

Asesinos sin rostro

En un primer momento, el encanto de esta saga radica en que se desarrolla en Suecia. Eso, en sí mismo, podría considerarse un valor. Kurt Wallander es un policía que, al inicio de la serie, se enfrenta a un divorcio doloroso, a un padre enfermo, a una hija distante y a cierto alcoholismo que apunta a destruir su carrera. Además, los recursos de la policía sueca son escasos; ni siquiera portan armas de fuego. Para colmo, da la impresión de que criminales de todo tipo han descubierto que el paisaje nevado, con pésimo clima y enormes extensiones deshabitadas, es el contexto ideal para fraguar conspiraciones y perpetrar ilícitos. Mankell nos ofrece un intenso retrato de la Suecia contemporánea al tiempo que nos permite acompañar a Wallander, un tipo duro, amante de la ópera, que no puede sino conmovernos. Si algo faltara: esta serie de libros ya ha concluido y el final es de los que validan a la novela policiaca.

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John Connolly:

Todo lo que muere

Oscuro a más no poder, John Connolly pone a prueba a su protagonista. Bastan unas cuantas páginas para enterarnos de que Charlie Parker (sí, como el famoso jazzista) es un investigador de la policía de Nueva York que, un buen día, de regreso de una borrachera, encuentra a su esposa y a su pequeña hija brutalmente asesinadas. A partir de ahí la oscuridad desciende más y más. Y es en medio de ella donde Parker se desenvuelve mejor. Connolly ofrece un planteamiento original. Sin que sea declarado del todo, hay elementos fantásticos que hacen que la saga no sea como cualquier otra. Sobre todo, porque la idea del mal trasciende a las personas. Entonces no hay un solo enemigo o criminal al que descubrir: existe algo más, tan oscuro como el ambiente, contra lo que debe luchar el protagonista; algo que bien podría encajar en un relato de terror. Por suerte cuenta con la ayuda de dos personajes entrañables y con una resistencia a toda prueba. De lo contrario, ya habría enloquecido por completo.

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Petros Markaris:

Noticias de la noche

Kostas Jaritos parece ser un mero pretexto. Es un policía desencantado, con una hija universitaria y una buena esposa. Resuelve los crímenes por medio de largos procesos de investigación judicial. Más allá de ellos, lo importante resulta el contexto. Markaris ha creado un personaje que, por sus características, tiene acceso a casi cualquier sitio de la Grecia moderna. Desde esa posición privilegiada puede desarrollar una fuerte crítica tanto a la sociedad como a la clase gobernante. Así, no es extraño encontrarse al investigador atrapado en el tráfico, discutiendo a gritos con su esposa o descubriendo estatuas de la antigüedad helénica en un jardín privado. Esta saga nos permite romper con el imaginario de la Grecia clásica para entender sus problemas contemporáneos. Lo curioso es que son muy parecidos a los nuestros.

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Andrea Camilleri:

La forma del agua

Salvo Montalbano no es un detective particularmente bueno. Si, además, se considera que ejerce sus labores en un pequeño pueblo de Sicilia, cuna de mafiosos que se han dedicado a eliminarse durante las últimas décadas, poco es lo que pude aplaudirse de la resolución de unos cuantos crímenes insulsos. Sin embargo, el encanto llega por contraste. El protagonista es un hedonista que se la pasa bastante bien. Su mayor placer es la comida y la procura de forma envidiable. Acompañarlo es ser partícipe de su muy particular forma de disfrutar la vida. Además, está rodeado por una serie de personajes que, al tiempo que configuran el ambiente, detonan la carcajada ante el menor pretexto. A ello se le puede sumar una clara postura de su autor ante quienes desprecian el género a través de las lecturas del propio comisario. A diferencia del resto de las sagas, leer la de Camilleri significa un reposo. Montalbano tiene una vida envidiable en muchos sentidos.

Algo fundamental en las novelas policiacas es el contexto. Los investigadores funcionan en la medida en la que forman parte de éste. Por eso es imposible ponerlos a competir, por ejemplo, y resulta ocioso especular sobre qué podría hacer Sherlock Holmes en la Ciudad de México. Fue, entonces, a partir de sus contextos, que elegí estas cinco sagas. Son tan diferentes como sus protagonistas. Iniciar la lectura de estas aventuras es hacer un compromiso a largo plazo pero no es nada grave. Los lectores de novelas policiacas lo saben: en cuanto acaban de leer uno de los libros, corren impacientes a conseguir el otro. Es una prisa que sólo puede validar al género: es lectura que genera más lectura.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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