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Diego Petersen Farah

22/04/2016 - 12:00 am

Pemex en abril

Nada aprendimos. 24 años después de la tragedia de Guadalajara, un 22 de abril, la historia se repite, ahora en el complejo Pajaritos.

La planta "Pajaritos" en Coatzacoalcos registró el jueves una fuerte explosión. Foto: Cuartoscuro
La planta “Pajaritos” en Coatzacoalcos registró el jueves una fuerte explosión. Foto: Cuartoscuro

Nada aprendimos. 24 años después de la tragedia de Guadalajara, un 22 de abril, la historia se repite, ahora en el complejo Pajaritos, en Coatzacoalcos. Casi un cuarto de siglo ha pasado entre una y otra pero las condiciones de seguridad de Petróleos Mexicanos no solo no mejoraron, sino que se deterioraron. Aquella mañana de miércoles hace cinco lustros, las explosiones en un colector en el oriente de Guadalajara dejaron 238 muertos; la tragedia de este miércoles pasado costará decenas de vidas (al escribir este artículo había 13 muertes confirmadas, 13 heridos muy graves y 18 desaparecidos).

La tragedia de Guadalajara tuvo muchas explicaciones técnicas por parte de la petrolera, desde la oxigenación de la mezcla por haber lavado el colector y abrir las bocas de las alcantarillas, hasta si un sifón (paso en forma de u) entonces recién construido habría provocado, de acuerdo a los sesudos análisis de los ingenieros de la paraestatal, la acumulación de gases. Hubo muchas explicaciones, pero sola una razón verdadera: la corrupción. Personal de Pemex derramó intencionalmente aquellos días decenas miles de litros de gasolina a un colector urbano para evitar ser descubiertos en la maniobra de robo de hidrocarburos (Público, 22 de abril 2002). Fue una acción criminal por la que pagaron con cárcel varios inocentes y no respondieron cabalmente ante la justicia los verdaderos culpables. Pemex nunca aceptó la culpa, pero aceptó pagar, como una concesión graciosa, 100 millones de pesos para indemnizar a los damnificados.

La explosión de “Pajaritos” tiene también tras de si una cauda de negligencia criminal de un gobierno y un sindicato que han exprimido la empresa y dejado de invertir en mantenimiento y seguridad industrial. Las explicaciones técnicas tendrán que venir, ojalá pronto y con suficiente claridad para que sepamos qué fue lo que pasó, pero las razones de fondo son las que se deben debatir: si Pemex sigue siendo exprimida por los sucesivos gobiernos, por privilegiados socios privados y un sindicato charro, el riesgo de accidentes irá en aumento.

Lo que tampoco ha cambiado en más de dos décadas es la soberbia de Pemex. Las mismas torpezas en la comunicación que cometieron en 1992, las están repitiendo en 2014. La reacción es mala y tardía. En cualquier manual de manejo de crisis la primera recomendación es que el más alto directivo haga campamento en el lugar de los hechos y dé la cara continuamente. El director de Pemex tardó 12 horas en hacerse presente, nadie tomó la batuta en el momento posterior a la explosión y fue el gobierno de Veracruz quien llevó la voz cantante sobre lo ocurrido, contradiciendo permanentemente la información de la paraestatal.

La peor tragedia de Pemex no es la baja del precio del petróleo sino su incapacidad para aprender de sus propios errores. Es eso y no las condiciones del mercado de hidrocarburos lo que la tienen en la ruina.

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