¿Quiénes son los dueños del cuerpo?

22/04/2013 - 12:00 am

Cuatro cuadros: el cuerpo lacerado de una “maquiloca” en la gaveta de una morgue fronteriza; dos amantes homosexuales entrelazados como serpientes en un bocho bamboleante; el cadaver semi-descompuesto de una momia de Guanajuato en exhibición; una mujer hospitalizada por un legrado, recibiendo su orden de aprensión con causal “homicidio en razón de parentesco” en el hospital. Este texto es una curaduría para encadenar algunas imágenes collage en una lectura del cuerpo como espacio en disputa radical en México.

El cuerpo como sitio para ejercer violencia es uno de los fundamentos de la dominación política, erótica y cultural. El grillete en la pierna del esclavo, la mordaza invisible del ama de casa histérica y el prejuicio inquisidor de la buena burguesía –esa que suspira con Carreño y llora cuando termina Casablanca– son signos canónicos de la colonización sobre esa antena para experimentar el mundo que llamamos cuerpo.

En culturas estructuralmente contradictorias como la nuestra, la hipocresía es moneda de cambio y lo sobrenombrado en la vida privada se vuelve tabú en la vida pública. Hablar de l@s put@s, maricas, tortilleras, perras, etc., son términos políticamente incorrectos pero se usan todo el tiempo cuando “estamos en confianza”. No hay duda entonces que el lenguaje es un espacio de disciplina; lo imperdonable para la izquierda que se apellida progresista es que usa el glosario de la derecha y se mueve por efecto en el mundo neocolonial, puritano y servil del mas rancio conservadurismo.

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El cuerpo despojado. Los feminicidios son crímenes de odio. Evidencian un trance misógino de “uso y desecho” que busca lograr la auto-satisfacción sexual, mediante violencia extrema que culmina con la aniquilación de la víctima. Son homicidios soportados por una sociedad machista y con apatía del mal que no se siente responsable de su aptitud sádica. Los más grave es que la impunidad envalentona y recicla tragedias. El cuerpo estrujado, violado, mutilado e injuriado de una mujer en México es la tajante huella de nuestra degradación como espacio viable para la vida.

El cuerpo como espacio legítimo del placer. La Iglesia católica, la pornocultura masculina y la educación sexual impartida por el Estado proponen gestualidades concensuadas de goce y establecen las fronteras para el recreo sexual lícito. Se implementan la culpa, la vergüenza y el recelo como mecanismos de control para obrar en las personas, que eventualmente se autocensuran. Así, un individuo desarrolla resistencias y sufre crisis de malestar cuando descubre que sus deseos no encajan en esa plataforma. Se condenan sus conductas como sucias, impúdicas y desviadas, pero lo único obsceno son las instituciones que nos alejan del sagrado goce de nuestro cuerpo. Ante la ortodoxia, viva la herejía; para con la boba reconvención, bailemos con paganismo. Demos hilo a Capricho, ese antojo sin sintaxis en donde el deseo no respeta fronteras, como una tormenta de arena.

El cuerpo como institución social. En Guanajuato se desarrolla una fuerte oposición por una Iniciativa de Ley de Sociedades de Convivencia. Georgina Miranda, coordinadora de la bancada del PRD local, declaró que “la unión entre homosexuales o la adopción no es una cosa normal, porque entonces ¿quién es el papá y quién es la mamá?”. Escuchamos discursos morales, clínicos y jurídicos del siglo XIX –siendo optimistas– sobre la homosexualidad y los orígenes de la familia, según los cuales derechos fundamentales están condicionados por las preferencias sexuales. Pero la saturación de la  la voluntad de dominio sobre el cuerpo viene cuando no solo en vida, sino más allá de la muerte es patrimonio común, para nunca lograr pertenecerse. Para más información, pregúntenle a las momias.

El cuerpo como testimonio de delito. La criminalizacion del derecho de las mujeres a decidir sobre su proyecto de vida y de maternidad siempre tiene un sesgo moralino, cuando es principalmente un asunto de titularidades y materia de salud pública. Penalizar el aborto –incluso si es accidental– es una de esas instituciones aberrantes de las que se abochornan todas las sociedades una vez que abandonan sus prácticas insólitas. Para desmantelar la mentalidad patriarcal nunca sobra un poco de dinamita fría: lo que se requiere es una educación sexual científica, que promueva la autodeterminación, con acceso universal a información y preservativos de calidad –habría que sustituir las cámaras de llanta que dan en el Seguro Social por otros materiales: sugiero el plástico de bolitas de aire comprimidas para texturizar a bajo costo y contribuir lúdicamente al sexo–. En suma: no se puede aludir a la vaguedad de principios religiosos postulados por sus conversos para despojar a ciudadanos de sus derechos concretos. Lo que necesitamos son nociones sólidas en cabezas dúctiles, pero proliferan los fundamentos blandos en cabezas duras.

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Urge propulsar una agenda pública donde el cuerpo –instancia de soberanía en su mínima expresión– se reconsidere seriamente como propiedad inalienable del individuo y no como patrimonio del que pueda tomarlo por la fuerza, del Estado, de una religión o de ciertas instituciones. Si, mi afirmación parece una obviedad de la que usualmente vale desembarazarse por economía del lenguaje, pero que yo  retomo para no incurrir en economía de sentido: mi cuerpo es mi territorio, mi capital, mi trinchera y mi dominio. Amina-die me ordena sobre él.

César Alan Ruiz Galicia
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