Primero acosadas y luego al psiquiatra

22/03/2016 - 12:00 am

 

 

Se necesita más de los defensores de derechos humanos. Foto: Shutterstock
Se necesita más de los defensores de derechos humanos. Foto: Shutterstock

Ser defensor particular de derechos humanos tiene obstáculos pero también ofrece grandes oportunidades.

En este país, donde la defensa de los derechos humanos se ha dejado en manos del Estado o de organizaciones de la sociedad civil que dan prioridad al litigio estratégico, se quedan sin atención profesional infinidad de casos individuales o colectivos.

Al no dedicarse las instituciones especializadas a la atención de casos concretos de violaciones a derechos, con rostro y urgencia de resultados, los funcionarios aprovechan para que la lentitud de los trámites ordinarios de las comisiones oficiales les permita terminar con su encargo sin mayores dificultades, y así la eventual recomendación le tocará al siguiente a cargo.

Pero es en las denuncias cotidianas donde se descubren los abusos repetitivos y sistemáticos de los poseedores del poder, que nos revelan lo lejos que estamos del Estado de derecho. Uno de los casos más graves y frecuentes es el acoso laboral, y la mayoría de las ocasiones son las mujeres las que lo sufren.

Esta semana me tocó atender dos asuntos que hablan sobre la visión que tienen los jefes burocráticos y los líderes sindicales del acoso; los cuento, cambiando las ubicaciones y los nombres reales para mantener la confidencialidad profesional, pero sí con las instituciones responsables.

En el IMSS, hace meses, una enfermera a quien identificaremos como Alicia tuvo un conflicto con otra porque ésta última realizó un procedimiento equivocado y la hoy víctima fue ante su jefa común a advertirle del error que debía corregirse; la superior, por razones desconocidas, omitió corregir el error de procedimiento y además le comunicó a la acusada quién la “había puesto”.

Desde entonces Alicia fue hostigada por la otra enfermera, que recibió el apoyo de tres compañeras más y entre las cuatro hicieron de su día laboral una pesadilla. La insultaron directamente, le cambiaron sus instrumentos de trabajo, son expertas en lanzar indirectas y, sabiendo que a Alicia le incómoda el usó del lenguaje vulgar y soez, aprovechan para fastidiarla charlando entre ellas como si estuvieran en una cantina.

El exceso llegó cuando una de las cuatro la agredió físicamente, lesionándola en un hombro y reviviendo una vieja lesión de columna, todo esto en el lugar y en horas de servicio.

Cuando Alicia presentó la queja a sus superiores y una denuncia penal, fue remitida al psicólogo y de allí al psiquiatría porque la encargada de la clínica suponía que Alicia se estaba imaginando el bullying que decía sufrir en los últimos meses. “Es tu imaginación Alicia, las muchachas son así de alegres pero tú estás amargada”.

No acababa de digerir el caso anterior cuando llegó otra mujer joven, muy bonita y recién despedida de una dependencia Federal a pesar de tener más de dos años trabajando con la eficacia requerida para el puesto que ocupaba y contar con un expediente laboral limpio.

Buscando las causas reales del despido disfrazado, encontré que otro compañero de trabajo, viviendo la crisis de los cincuentas le había propuesto iniciar un romance de telenovela del canal de las estrellas. La joven cometió entonces un doble error: no sólo lo rechazó, sino que lo enfrentó a su realidad de viejo, borracho, mujeriego, panzón y casado.

Tal golpe de realidad sacó de sus cabales al influyente funcionario y después de amenazar a la joven con el clásico “de mí no te burlas, vas a ver quién soy” empezó a mover todos los hilos de poder e influencias acumulados durante más de 20 años de complicidades y, al final del último interinato que cubría, le informaron a la muchacha que ya no le renovarían la plaza.

Después el jefe le dijo que había reportes de que ella acosaba a otro de los jefes sin respetar su edad y su estado civil, y que le sugerían acudiera a servicios psicológicos para que atendiera sus problemas de personalidad, porque seguramente ella “tenía algunos traumas no resueltos desde su infancia”.

Ambos casos no sólo son conflictos laborales, sino verdaderas violaciones a la dignidad de la persona y, por lo tanto, a sus Derechos Humanos. Después de abusadas, las dos fueron desprestigiadas como locas.

Son sucesos comunes que necesitan atención común, pronta y con mediano grado de eficacia desde los derechos humanos, y como estos hay cientos, tal vez miles, sucediendo en el país para los cuales es insuficiente la oportunidad de justicia que brindan los tribunales ordinarios.

Se necesita más de los defensores de derechos humanos.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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