Pastel desinflado

22/02/2014 - 12:01 am

Resulta que el rimbombante Tratado de Libre Comercio de América del Norte, espejismo que se nos vendió como un hermoso pastel relleno de desarrollo y adornado con empleo, cubierto de gloria y coronado con riqueza, ya se desinfló. Y su presente está en vías de deterioro.

“Veinte años no es nada”, dice el tango, y uno se pregunta: ¿Serán suficientes para que el pueblo mexicano olvide los fracasos gubernamentales del pasado? Al menos, esa es la apuesta que hacen las autoridades de ayer y hoy. Pero aún nos queda el poder de la memoria para rescatar las promesas que propagaron los discursos de otros años y, sobre todo, para evaluar los del presente. Porque no es aceptable que, ante cada nuevo proyecto, hagamos “borrón y cuenta nueva” con los incumplimientos de ayer.

La promoción del TLC planteó, en su momento, cuatro promesas: un crecimiento acelerado sin devaluaciones y con estabilidad de precios (se vale reír), una mayor competitividad para reducir la desventaja de entonces ante los poderosos socios comerciales, una presencia digna de México en la economía mundial y, como resultado, la disminución de la pobreza nacional (se vale llorar). El contraste con lo que hoy vemos resulta patético. Y lo peor es que el siguiente paso del acuerdo comercial se nos vuelve a presentar como una solución tan milagrosa como el hongo michoacano.

Desde finales de la Revolución Mexicana, ninguna estrategia económica nos ha dado menos resultados que el TLC: el crecimiento económico anual promedo del país es del 0.8 del PIB, la tasa más baja en un siglo. Somos el único país de América Latina que no ha podido reducir la pobreza, salvo en algunos años que luego son borrados. ¿Cómo es que no crecemos, la pobreza no se abate y no hay empleo, pese a que sí aumentaron la inversión y las exportaciones? La explicación se oculta tras un malabarismo verbal.

El criterio internacional considera “empleado” a quien trabaja al menos una hora a la semana. Resulta absurdo, pero sirve para que los gobiernos reduzcan su índice de trabajadores inactivos. Al sinsentido de la categoría debe agregársele que los puestos que ocupa la gran mayoría de trabajadores del país realmente son “empleos precarios”: sin estabilidad ni prestaciones formales: sin vacaciones (40%) y sin seguridad social (64%); en estos niveles, el ingreso de dos salarios en una familia no alcanza para comprar siquiera la canasta básica de satisfactores.

El índice de desempleo se duplicó en estos veinte años de TLC, con todo y que las estadísticas oficiales cuentan como empleados a una gran cantidad de personas con una ocupación mal remunerada que se incluye en las estadísticas. Entre la demanda de empleo y la oferta, el déficit acumulado es de seis millones de puestos. En síntesis, hoy más de la mitad de los mexicanos vive en la pobreza… y contando.

Exportamos más que hace veinte años, sí. Pero el propósito central del TLC no era sólo exportar, sino exportar para crecer. La meta no se logró porque el aumento consistió en la llegada de grandes empresas internacionales que importan sus insumos, lo cual les desvincula de la cadena productiva mexicana. Sin contar las maquiladoras, el contenido mexicano de las exportaciones de manufactura era del 80% a la firma del TLC y ahora es del 30%. Las exportaciones, recordemos, iban a ser el “motor del crecimiento”.

La inversión extranjera también aumentó, pero sus dos principales modalidades no nos beneficiaron mayormente: una es el dinero bursátil global, que sólo produce beneficios al inversionista extranjero; la otra fue la compra de empresas mexicanas por parte de extranjeras, cosa que no aumenta la capacidad de producción, por tratarse de operaciones meramente comerciales. No se generan empleos y las utilidades se van, como es lógico, al extranjero.

Las alteraciones recientes a la Constitución hacen que el petróleo, en automático, se rija por las normas del TLC. Si alguna vez los gobernantes de México ven la necesidad de cambiar un contrato de Pemex con una empresa extranjera, se enfrentarán con una cláusula del Capítulo 11: la obligación de pagarle a esa compañía una indemnización igual a las ganancias estimadas de los siguientes diez años. Aunque nos siguiéramos considerando “dueños del petróleo”, Pemex se iría a la ruina.

El TLC, esa ilusión vestida de novia que en su debut atrajo todos los sueños y los reflectores, hoy busca su relanzamiento en el imaginario mexicano. Estamos ante la re-edición de una promesa cuya única motivación oculta es un ascenso: que el dinero de abajo siga fluyendo hacia las alturas. Y cuando el país ya no aguante el hambre, vendrá otro vistoso pastel lleno de promesas… y de pobreza.

Fuente: Entrevista de Radio France Internationale a Alberto Arroyo Picard (10 enero 2014), investigador y docente de tiempo completo en la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa y miembro de la RMALC (Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio), analista especialista en tratados comerciales internacionales.

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