Óscar de la Borbolla
22/01/2024 - 12:03 am
Breve historia de la verdad 2
«¿Qué pasa con la verdad ahora? Pues sencillamente que ya no se admite que pueda darse un decir adecuado a la naturaleza de las cosas».
Recapitulemos antes de responder a la pregunta: ¿qué pasa con la verdad hoy? En la Grecia clásica en tiempos prefilosóficos ya existía una palabra para referirse a la verdad. Esa palabra se encuentra en Homero: aletheia, que puede tener dos acepciones según se convenga en si viene de «lethos»: «velo», «lo oculto», o si procede de lethos, lathos: «olvido». Aletheia pude por tanto ser: «desvelar», «desocultar» o «desolvidar», «recordar». Estos dos sentidos, sin embargo, se mezclan en Homero: en innumerables pasajes Odiseo dice: «Voy a contar toda la verdad sin ocultar nada», y lo cuenta ante quienes lo desconocen (porque está oculto para ellos y, literalmente se los desvela) y lo cuenta tal y como lo recuerda. Con la aparición de la filosofía se abre paso un nuevo modo de entender la aletheia, no ya como un decir sincero que no oculta nada, subjetivo y respaldado por la honorabilidad de quien lo dice, sino como un decir que se distingue de los demás decires porque se refiere a la naturaleza misma de las cosas, un decir objetivo porque se vale de un método y, además, universal, pues lo que se dice es que de ese modo es todo y lo es para siempre. La verdad adquiere entonces el sentido de adecuación entre pensar y ser.
¿Qué pasa con la verdad ahora? Pues sencillamente que ya no se admite que pueda darse un decir adecuado a la naturaleza de las cosas, pues de haber sido cierta la pretensión filosófica o científica hoy la seguiríamos repitiendo, y no ha sido así. El hecho mismo de que exista una historia de la filosofia y una historia de la ciencia muestra que ninguna de las verdades encontradas resulto ser tan atinada como se suponía. En otras palabras, se descubrió la historicidad de la verdad, la relación que las teorías tenían con la metodología, con los datos con los que se contaba… en suma, con la perspectiva que permitía la época. Esto por supuesto no supone que fueran afirmaciones a las que pudiera imponérseles la calificación de errores crasos, en cada momento fue lo que se pudo con la metodología de la que se disponía. Hoy esto ha sido comprendido y, por ello, de forma más cauta, se ha abandonado prácticamente la idea de verdad definitiva y se ha sustituido por una suerte de «verdad» a la que podríamos llamar provisional.
Al no pretenderse, siquiera, que el dicho científico o filosófico corresponda con la naturaleza misma, ha cambiado el criterio para valorar las teorías: se valoran en función de su capacidad predictiva, de su efectividad tecnológica y, lo que resulta extraordinariamente revelador es que los distintos modelos —ahora se les denomina modelos— pueden ser irreductibles: contradecir el antiguo principio de no contradicción. Hoy la misma cosa puede ser onda o partícula, y el camino más corto puede ser la línea o la curva geodésica, por poner un par de ejemplos ampliamente conocidos. Ya no hay verdad en la acepción antigua, hay modelos cuyo valor depende, insisto, de su capacidad predictiva y de lo que nos propongamos producir tecnológicamente con ellos, los modelos se escogen según lo que se desee conseguir.
Estamos ante un cambio muy profundo que lo que deja ver es que se ha puesto en duda la elocuencia de los hechos: los hechos ya no hablan por sí mismos imponiéndonos lo que son, hace falta que los interpretemos. La interpretación hace hablar a los hechos. Las interpretaciones los hacen hablar de maneras diferentes. Ya no hay objetividad, los hechos se han subjetivizado. Y de ahí que no importe la verdad ni los hechos, sino lo que parece verdadero, la percepción de la gente: no lo que es, sino la creencia de que así como lo ven así es.
Cuando el asunto de la verdad se traslada a la percepción de la verdad, cuando los hechos se les considera mudos y se les hace hablar desde distintas interpretaciones, cuando se rompe la validez de la idea: «no lo digo yo, lo dice la razón», todo se vuelve una disputa retórica o, peor aún, de mercadotecnia. Hoy la verdad es patrimonio de la mercadotecnia.
@oscardelaborbol
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