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Tomás Calvillo Unna

21/10/2015 - 12:00 am

El fin del statu quo político

El dios ha muerto Extinguí hoy el espejismo del sábado el espejismo del viernes. He arrojado la máscara de mi gente la máscara de la casa. He cambiado al dios ciego de la piedra y al dios de los siete días, por un dios. Adonis. Canciones de Mihyar El de Damasco La alerta roja en […]

El dios ha muerto

Extinguí hoy el espejismo del sábado
el espejismo del viernes.
He arrojado la máscara de mi gente
la máscara de la casa.
He cambiado al dios ciego de la piedra
y al dios de los siete días,
por un dios.

Adonis. Canciones de Mihyar El de Damasco

La alerta roja en el Medio Oriente se ha encendido con frecuencia a lo largo de más de seis décadas. Se puede afirmar que las guerras de 1967 y 1973, así como los levantamientos palestinos de los años noventa y de este siglo XXI se convirtieron en una suerte de statu quo caracterizado por el conflicto permanente.

Hemos crecido con esas guerras intermitentes, a veces más álgidas, a veces de baja intensidad, pero de una u otra manera con ellas se construyó una cierta estabilidad en medio de la amenaza y de la atmósfera militar en la región que ciertamente no resolvió de fondo las confrontaciones, en todo caso sólo las acotó a un territorio determinado, postergando indefinidamente la independencia de Palestina.

No obstante la alarma que hoy escuchamos, advierte una característica de estos tiempos: el resquebrajamiento de los statu quo políticos; los conflictos violentos que emergen en la era democrática y que ponen en entre dicho los mismos cimientos del occidente y obliga a Europa a asumir el desafío de hacer valer sus principios políticos con los cuales se reconstruyo a partir de la Segunda Guerra Mundial, pero que tienen raíces en los orígenes de su propia construcción histórica en la llamada era moderna.

La defensa de los derechos humanos como fundamento del entramado político y el orden social se ve seriamente cuestionada ante la condición que viven los migrantes que escapan del infierno sirio; del cual Estados Unidos y Europa son parcialmente responsables al haber jugado un papel significativo en la llamada primavera árabe convertida hoy en el cruel invierno que cargan en sus espaldas miles de familias sirias buscando cruzar las fronteras de países europeas en busca de un refugio.

La democracia esperada y alentada por fuerzas internas y externas, fue borrada por una guerra civil donde la fragmentación étnica, los fundamentalísimos religiosos, los mercaderes de armas, las intransigencias políticas, los miedos, prejuicios y desconfianzas acumuladas así como la desigualdad social crearon una atmosfera de destrucción y mutuo aniquilamiento.

Una vez más Estados Unidos y algunos de sus aliados europeos se equivocaron en sus diagnósticos políticos y sembraron nuevas confrontaciones armadas  (Iraq, Libia y Siria) que dilatan las tradicionales fronteras del conflicto que solía girar en torno a Israel.

La alarma del Medio Oriente, advierte que el statu quo de más de 60 años ha desaparecido, que el conflicto se ha extendido a otros territorios y comienza a tensar a las propias sociedades europeas. La aparición de nuevos actores, no situados en el ámbito de los estados nacionales, la presencia militar abierta de Rusia, son sólo algunos de los nuevos factores que ponen a prueba la capacidad de la comunidad internacional.

Además de la violencia que retorna con formas extremas de crueldad, bruta y sofisticada, los temas que tienen que replantearse globalmente son los de la migración y la ciudadanía.

En México con otras características vivimos la violencia, la migración y la violación a los derechos humanos de nuestros hermanos centroamericanos, desplazados de otras guerras, las del crimen; familias enteras al igual que en otras regiones del mundo buscan donde encontrar refugio.

Estas diásporas de la era tecnológica nos enseñan la complicidad, confusión, pasividad, que vive la sociedad contemporánea (supuestamente la mejor comunicada e informada de la historia) que condiciona esta tragedia humanitaria que se expande por todos los continentes.

Las escenas de las familias sirias, como las afganas, o centroamericanas o somalíes, son un urgente llamado a modificar estructuras económicas y jurídicas donde la migración y el tema de la ciudadanía no se polaricen y contrapongan, sino encuentren un territorio común que trascienda los enfrentamientos étnicos y las diferencias religiosas que suelen ocultar el rostro de históricas desigualdades.

En el caso del Medio Oriente habrá que repetir, que la negociación internacional para construir paz y seguridad en la región tendrá que asumir a los actores estratégicos, sobre todo aquellos que han evitado sentarse en la misma mesa y hablar cara a cara, en lugar de insultarse y negarse.

La amenaza que está significando para la paz mundial, lo que sucede en Siria y su entorno puede ayudar a que se construya un acuerdo donde por primera vez en forma abierta participen Israel e Irán, junto con  Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, China, Arabia Saudita, así como Egipto, Jordania, Líbano, el Estado de Palestina y el régimen de Asad en Siria, y los grupos opositores a él señalados como democráticos. Todos ellos se enfrentan a un enemigo común, ISIS. Entre más tiempo se deje pasar sin encontrarse los causes para la paz y la seguridad, se dinamizaran las diversas variantes de la violencia.

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