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Diego Petersen Farah

21/09/2018 - 12:03 am

AMLO y las expectativas

Una de las manifestaciones más sublimes del poder es el poder de nombrar. Poner nombre a las cosas, definir qué es y qué significa esto o aquello es parte esencial del ejercicio de los poderosos. La construcción de discurso político define en buena medida no solo de qué se habla, sino cómo y en qué contextos.

Una de las manifestaciones más sublimes del poder es el poder de nombrar. Poner nombre a las cosas, definir qué es y qué significa esto o aquello es parte esencial del ejercicio de los poderosos. La construcción de discurso político define en buena medida no solo de qué se habla, sino cómo y en qué contextos.

¿El país está en bancarrota, como lo señaló López Obrador? Por supuesto que no, en términos técnicos un país en bancarrota es el que no puede hacer frente a sus obligaciones financieras, el que está quebrado. El país que recibirá Andrés Manuel está lejos de una situación financiera ruinosa. Podemos estar o no de acuerdo con las políticas económicas neoliberales, pero desde febrero de 1995, cuando el Congreso de Estados Unidos autorizó a Clinton otorgar a México un línea de crédito extraordinaria para que no cayera en suspensión de pagos, el país no ha vuelto a estar en un situación medianamente parecida a la bancarrota. Es cierto que el crecimiento es mucho menor del deseado y que el país requiere crecer más, pero no está en crisis, sin embargo, hoy los políticos, no solo Andrés Manuel, le dicen crisis a cualquier situación económica que no responde a las expectativas de la población, es decir, a todo.

El discurso favorito de todo político recién electo, particularmente cuando hay una alternancia de partido en el poder, es decir le dejaron el país, estado, municipio, en ruinas. Es una forma muy primaria pero eficiente de ganar tiempo y bajar el nivel de expectativa creado durante las campañas: “no soy yo el que les va a fallar; es el gobierno anterior que fue aún peor de lo imaginado y eso me impedirá cumplir como yo quería”.

Podríamos decir simple y llanamente que así es la política, que parte esencial del ejercicio en el poder es el manejo de las expectativas. Jugar con ellas afianza el poder. Pero cuando las palabras pierden su significado merced del manoseo político que se hace de ellas, la comunicación, más temprano que tarde, termina por romperse. No hay magia en esto, pero tampoco existe un político que haya salido medianamente bien librado del desgaste que significa la quiebra de las expectativas.

Alargar la luna de miel, mantener viva la expectativa del cambio, hacer ver como que todo lo de atrás es un lastre que el nuevo presidente tiene que cargar, es el gran reto de López Obrador y de cualquier presidente pasado o futuro. El problema es que lo único que ha crecido en la era de las redes sociales son las expectativas y lo que más se ha reducido es el tiempo. La duración de la luna de miel tiene poco o nada que ver con la honestidad del presidente sino con la capacidad de cumplir no solo con lo prometido en campaña, que es de por sí complicado, sino con la expectativa que los electores tienen en mente, y eso es imposible de lograr.

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