Mafia Doméstica

21/09/2012 - 12:03 am
  • Y sí te encargo, Mago, si puedes regar las plantas, pero no mucho, no se te vayan a ahogar como la vez pasada.
  • Señora, otro café corto, si es tan amable. Y que la fruta esté picada bien chiquita.
  • Oye no encuentro mi blusa blanca. ¿No la viste, segura?
  • Rosy, ¿si me escuchaste? El niño está enfermo, te encargo que vayas a la tintorería lo antes posible y que vuelvas volando para que le des las medicinas. También háblale a Susana, que no voy a poder ir al desayuno.

Institutriz, criada, sirvienta, cocinera, niñera… ¿Quién no ha escuchado estos términos? ¿Quién no los ha utilizado? Como Magdalena, que tire la primera piedra el que no se haya, alguna vez, pasado de lanza con alguna persona que trabaja en su casa u oficina.

El poder es un afrodisiaco muy peligroso a todos los niveles. Psicológicamente hablando[1], tener poder o poseer un rango jerárquico más alto que alguien (en la escala social, laboral, familiar) te da un sentimiento de grandiosidad, en cierta medida. Puedes controlarlo, manejarlo o simplemente asumirlo. También puedes ejercerlo según tu educación o contexto. Creo que todos en alguna ocasión nos hemos visto enfrentados a hacerlo, desde que pides algo en un restaurante hasta la forma en que tratas a tus pares o tus subordinados en el trabajo.

Pero pocas situaciones se prestan tanto al abuso verbal, y en ocasiones físico, como en el que se encuentran a las señoras y las jóvenes, a veces demasiado jóvenes, que trabajan como empleadas domésticas. Algunas incluso deben portar un uniforme rosa o azul, de esos con cofia muy bien planchada durante su jornada laboral. En la mayoría de los casos no están incluidas en el seguro social, no se les dan las vacaciones reglamentarias y terminan por hacer trabajos que no están contemplados. Esto es, si hubiera un perfil de puesto.

Los códigos que se manejan con ellas al interior de la casa son a veces deprimentes. Las empleadas domésticas comen aparte. En la mayoría de los casos, una vez que los “señores” y sus “hijos” hayan terminado de comer. Tienen un baño, por lo general, exclusivo para ellas y eso cuando me refiero a clase media y media alta en adelante, porque para la clase altísima pues supongo que contarán con un séquito de servidumbre, y lo digo sin ánimos de ofender, porque pareciera que así es la cosa y las tratan como si Jennifer López estuviera viajando a Brasil. La nana para la bebé, el chavo que conduce y saca del antro a los adolescentes, que por supuesto va a la hora que le digas y si el “niño” le habla mal, no puede poner denuncia. Él a aguantar y callar.

Y las chicas igual. Si el señor o el joven le hacen una propuesta, es decir, la acosan sexualmente, tienen dos opciones: denunciar o renunciar. En estos tiempos, muchas no renuncian, no quieren perder su trabajo. Si la señora de la casa le grita, tampoco renuncia. Está sobre entendido que es parte de su trabajo.

La clase media da por sentado que puede costear a alguien que ayude con las tareas del hogar y pagar este servicio. En otros países esto no sucede, es un lujo extraordinario. Sólo la clase alta, los millonarios, pueden permitirse tener una mucama “María”, una cocinera “Rosita”, o un jardinero “José”.

Las chicas y los jóvenes se van a Estados Unidos porque ahí tienen posibilidades de ser contratados.

En México, en cambio, algunas señoras de clase media suelen ver a “la muchacha” como una extensión de su patrimonio. Pero tendríamos que pensar que como cualquier otra, se trata de una relación laboral.

Porque simple y sencillamente tienen un salario y punto. Es importante cuestionar si este es justo, pensar que no tienen quién les pague las medicinas, los ahorros, los bonos, los estímulos, etc.

Pero además de laboral, se trata de una relación íntima, al interior de nuestro hogar. Nos vemos semanal o diariamente. Somos seres humanos idénticos. Muchas veces existe este trato desigual en el que no se le saluda más que de lejos, no se saben ni el nombre de su espos@, sus hijos, de dónde vienen. Como si estas pláticas no aplicaran entre jefe y empleado.

Como si entre la cocina y el lugar donde desayunas o te traen fruta picada existiera una barda, o peor aún, como si en nuestra propia casa hubiera una gripe aviar de las muy malas, malosas, y no pudiéramos hablar con las personas que lavan y barren la casa.

La igualdad de la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse.
Jean Jacques Rousseau

@mariagpalacios

http://marianagallardopalacios.wordpress.com/



[1] Si es cierto, según creemos hoy, que el individuo no es producto automático de su combinación genética, antes bien el resultado de su desarrollo, es decir, de su interacción con el medio en el que nace y crece, debemos admitir que la psicopatología individual cambia, del mismo modo que cambia el individuo humano, de acuerdo con el medio socio-cultural en el cual se forma. (Ranguell, 1975)

 

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