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Óscar de la Borbolla

21/08/2017 - 12:01 am

Las ilusiones alcanzadas

Es muy difícil, durante un largo tramo de la vida, admitir que “eso”, lo que sea que cada quien sea, es lo que uno es. De niño, uno dice “cuando sea grande”, y con esta fórmula prefigura un yo ideal que sirve de horizonte: lo que uno será no es todavía, y en la infancia se sueña con ese mañana cuando por fin se tengan en las manos las riendas de la vida y se haga y se deshaga al antojo de uno.

Tener aspiraciones es mantener el horizonte lejos, largo, larguísimo el tramo que aún falta por recorrer; no tenerlas es admitir que ya se llegó hasta donde se pudo. Foto: Óscar de la Borbolla

Es muy difícil, durante un largo tramo de la vida, admitir que “eso”, lo que sea que cada quien sea, es lo que uno es. De niño, uno dice “cuando sea grande”, y con esta fórmula prefigura un yo ideal que sirve de horizonte: lo que uno será no es todavía, y en la infancia se sueña con ese mañana cuando por fin se tengan en las manos las riendas de la vida y se haga y se deshaga al antojo de uno.

El niño siente que su ser todavía está lejos, y otro tanto ocurre con el adolescente, quien cuenta con una idea un poco más clara de sus preferencias y de sus capacidades, aunque todavía no las haya puesto a prueba para saber, ante el fracaso o el éxito, la verdadera proximidad de sus límites. La adolescencia es una etapa en la que por definición se poseen pocas experiencias -se están adquiriendo- y uno casi ni sospecha de los obstáculos que el mundo ofrece en cualquier dirección.

Lo que uno sea realmente no coincide con lo que uno cree que será, pues el tiempo, lo mucho que aún falta, sirve de aliado y de coartada para pensar que lo que ya se es es transitorio: una mera etapa que será superada para llegar a ser lo que uno sueña.

¿Cuándo reconoce uno que ya es?, ¿en la juventud?, ¿a los 30?, ¿a lo 40?, ¿a los 50? ¿Cuándo ocurre la fecha en la que a uno no le queda más remedio que aceptar que lo que uno ha sido, hecho y conseguido es lo que uno es? ¿Cuándo se comprende que uno ya no va a dar ninguna sorpresa? ¿Nunca mientras se mantenga uno vivo?, ¿a los 80?, ¿a los 92?

Supongo que es muy raro el joven sin aspiraciones; pero tan raro como el individuo maduro que sigue teniéndolas. Tener aspiraciones es mantener el horizonte lejos, largo, larguísimo el tramo que aún falta por recorrer; no tenerlas es admitir que ya se llegó hasta donde se pudo; es cerrar la brecha entre el soy y el seré.

¿Cuándo el sujeto se encara con su vida y se reconoce ahí? Porque, al margen de la edad, uno no es nada más que eso que es: el niño que sueña, el joven que promete, el adulto que, estacionado, espera un brinco…

Porque finalmente la vida de cada quien siempre llega adonde, en el forcejeo con las circunstancias, uno pudo, y un día no fue sino eso. Eso provisional, transitorio, inexplicable, inacabado, varios pasos atrás de lo que alguna vez se concibió.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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