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Antonio Salgado Borge

21/08/2015 - 12:00 am

Mamadas

¿Se ha preguntado usted cómo es posible que nuestros gobernantes ofrezcan explicaciones increíbles o completamente carentes de sentido, aún en los momentos más delicados? ¿Por qué nuestro Presidente se ocupa de aclarar que usó correctamente un par de calcetines, a pesar de la frivolidad que ello revela, pero no de dar respuesta inmediata y frontal […]

¿Se ha preguntado usted cómo es posible que nuestros gobernantes ofrezcan explicaciones increíbles o completamente carentes de sentido, aún en los momentos más delicados? ¿Por qué nuestro Presidente se ocupa de aclarar que usó correctamente un par de calcetines, a pesar de la frivolidad que ello revela, pero no de dar respuesta inmediata y frontal a una carta en la que casi medio millar de reconocidos individuos exigen garantías al ejercicio de la libertad de prensa en México?

Los discursos de nuestros representantes están repletos de despropósitos que, repetidos sin ton ni son, hacen convenientemente que la realidad se vuelva irrelevante. De acuerdo con el filósofo Harry Frankfurt, los despropósitos -coloquialmente denominados “bullshit” por los angloparlantes y, según la RAE, “mamadas” por los mexicanos- son distintos a las mentiras porque su fin no es exponer u ocultar una verdad, sino distraer de las verdaderas intenciones de los personajes que lo profesan. Por lo tanto, la verdad o falsedad contenida en un despropósito no tiene la menor importancia.  

 

Así, el gobernador de Veracruz puede hablarnos, quitado de la pena, sobre su respeto absoluto a la libertad de prensa –un despropósito evidentemente basado en una falsedad- o el gobierno federal puede presumir en un comercial de radio que México es el primer lugar mundial en exportación de pantallas planas y que las empresas extranjeras confían en nuestro país; información que podría ser cierta, pero que es difundida exclusivamente con fines propagandísticos y aparece desconectada de una realidad donde la empresa que comercializará estos aparatos no es nacional y donde la supuesta confianza extranjera se basa en la mano de obra barata.

En su libro titulado Enlighment 2.0Ilustracion 2.0– Joseph Heath, profesor de la Universidad de Toronto, afirma que la aceptación a los discursos huecos se debe a que el actual ambiente físico y social que los seres humanos hemos construido -marcadamente dominado por lo comercial y su característica plaga de distractores- ha generado en buena medida que un buen número de personas no puedan desarrollar su capacidad de razonar y, por ende, de distinguir entre argumentos racionales y mensajes sin sentido.

Heath pone como ejemplo a la valoración de lo intuitivo por encima de lo racional defendida por un movimiento del Partido Republicano estadounidense denominado conservadurismo de sentido común, cuya característica principal es que no necesita acudir a complejas demostraciones para probar sus puntos, sino que los asume como autoevidentemente correctos. “Un juicio intuitivo, afirma este filósofo, es el que haces sin poder explicar por qué lo hiciste. Los juicios racionales, por otra parte, siempre pueden ser explicados”.

El conservadurismo de sentido común es exitoso porque apela a un estilo cognitivo intuitivo que se produce de manera automática y sin esfuerzo. Por el contrario, la razón es un producto colateral del lenguaje; una de nuestras muchas adaptaciones evolutivas desarrolladas para poder conseguir nuestras metas. Es por ello que el razonamiento es siempre trabajoso, lento y requiere de muchos elementos entre los que destaca la concentración y un entorno físico y cultural propicio.

La más reciente encuesta levantada por el canal de televisión CNN, que coloca a Donald Trump 11 puntos porcentuales arriba de su más cercano perseguidor dentro del Partido Republicano es un ejemplo espectacular de esta circunstancia. Desde que comenzó a ser evidente, el ascenso de este millonario –un auténtico “bullshitter”-  ha generado una espectacular cobertura mediática a nivel mundial. Sus declaraciones racistas y sexistas, sus arrogantes exabruptos  y sus posturas firmes pero sin sentido han resultado atractivas para muchos electores norteamericanos. Por mucho trabajo que nos cueste admitirlo, Donald Trump es un asunto muy serio porque es el más acabado producto de un contexto embrutecedor fomentado por las grandes corporaciones y por los conservadores norteamericanos ante la incapacidad de los liberales de contrarrestarlo.

El contexto mexicano permite que la mesa está puesta para el surgimiento de personajes de ese tipo, aunque es bien sabido que las precariedades que padece nuestro país han permitido que la irracionalidad se encarne de formas muy distintas. Actualmente los despropósitos pueden ser encontrados en el discurso –o en la ausencia de discurso- de figuras huecas que basan sus campañas en spots repetidos ad nauseam o en el aluvión de todo tipo de posicionamientos oficiales sin sustancia. No debe sorprendernos que en las elecciones de este año hayamos presenciado un espectacular crecimiento en la cantidad de spots dedicados a canciones piratas enfocadas a repetir el nombre del candidato.

Es evidente que los  despropósitos han colonizado el discurso público en nuestro país, situación que ha operado en detrimento de la democracia y en beneficio de algunos políticos porque ya no es importante la calidad de los argumentos ni la verdad en los dichos de un candidato o de un representante. Contrario a lo que suele suponerse, la proliferación de este tipo de mensajes no se debe a la falta de recursos o a la baja estatura intelectual de un individuo o grupo en particular, sino que se origina a partir de un contexto tan claro como profundo: en parte gracias a los avances tecnológicos las mentiras son cada vez más difíciles de sostener y hemos llegado al punto en que es más fácil sustituirlas por mamadas.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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