La muerte del mito revolucionario

21/08/2013 - 12:00 am

Tal vez la más grande ironía de lo que va del sexenio es ver cómo se busca defender una reforma medianamente liberalizadora, como es la energética, a partir de interpretar lo qué quiso o no quiso decir un presidente que diseño un sistema político vertical, corporativista y cerrado donde se pretendía que el Estado controlase toda actividad política, económica y social.

Dejemos a un lado la imagen de una clase política que busca promover un cambio que va a contracorriente con los dogmas que impuso por décadas. También ignoremos la poca capacidad que tiene la opinión por ver hacia adelante gracias a una historiografía de bronce que arrastra a sus espaldas como uno de tantos héroes imaginarios, como “El Pípila”.

Lo más interesante es ver cómo, a fuerza de tanto estirar un discurso político, el contexto histórico y la relevancia de la reforma se han vuelto casi irrelevantes. Somos testigos no sólo de la muerte de un mito, sino también de la urgencia por superarlo.

Si el PRI acuñó los mitos que hoy se está viendo forzado a romper en los hechos, y éstos eran centrales para su legitimidad, ¿qué tanta capacidad va a tener para superarlos sin que eso implique su fin? ¿Sobre qué nuevos discursos podremos sostener nuestra democracia?

La importancia de los mitos en política

Todo régimen político necesita generar imágenes y discursos para legitimarse. Por ello los gobernantes han recurrido por siglos a historiadores, filósofos, escritores y artistas para justificar su dominio y ganar aceptación. Esto no es algo bueno o malo: así es el poder. Quienes omiten hacer esto corren el riesgo de perderlo todo.

Estos discursos no sólo aplican para el gobernante, sino que también crean una imagen sobre los gobernados que de legitimidad al régimen. Gracias a esto se establecen y rigen, ya sea de manera formal o informal, las relaciones entre los actores. Naturalmente, una nación va a comportarse de manera distinta si la población se ve a sí misma de una forma determinada.

El nacionalismo revolucionario como mito político

El régimen que surgió de las guerras civiles que conocemos como la “Revolución Mexicana” se basó en un arreglo estatista, corporativista y centralizado, donde una persona (el presidente) tenía la capacidad para agrupar las lealtades al controlar el acceso a los cargos públicos. Las relaciones sociales se regían por este arreglo, pues la cercanía con el partido en el poder era indispensable para progresar. Sin embargo este sistema requería para sobrevivir de la menor movilidad social posible. Un cambio en las relaciones, la pluralidad o cultura podría llevar a su cuestionamiento.

Este sistema tenía su mito legitimador: el nacionalismo revolucionario. A grandes rasgos, se puede definir por cuatro grandes series de actitudes y postulados: 1) una desconfianza hacia las grandes potencias (especialmente Estados Unidos), acompañada de dosis variables de xenofobia y de antiimperialismo; 2) una afirmación de las nacionalizaciones como forma de limitación de la propiedad de la tierra, del control de los recursos naturales y de la concentración de capital; 3) un amplio Estado fuerte interventor, cuya fuerza excepcional es legitimada por su origen revolucionario; 4) una supervaloración de la identidad mexicana como fuente inagotable de energía política.

Para apuntalar este discurso se generó una historiografía maniquea, donde no sólo el actual régimen era la continuación y culminación de cuanto había sucedido desde principios del siglo XIX, sino que también se presentaba al mexicano como eterna víctima de conspiraciones extranjeras. Y precisamente la culminación de esa marcha histórica fue la expropiación de la industria petrolera de 1938. Por lo tanto Pemex se convirtió en el emblema del nacionalismo revolucionario: tocarlo era un delito de lesa patria.

Sin embargo los mitos pierden vigencia al modificarse los contextos para los que fueron creados, volviéndose atavismos si no se revisan. Hoy día el país es totalmente distinto al que existía en los años cuarenta del siglo pasado, pero todavía nos rigen algunos principios que se nos inculcaron para mantener a un régimen. Por lo tanto el regreso del PRI no puede implicar el regreso del pasado, aun cuando se intenten restaurar algunas instituciones.

El problema es que los mitos también definieron intereses de grupos. Y no van a renunciar a sus privilegios con facilidad. Por eso enarbolan los viejos discursos para movilizarse.

Sea cual fuere el desenlace, la discusión de la reforma energética refleja el agotamiento del nacionalismo revolucionario en el discurso. Quedan dos opciones:

La primera, creer que se puede poner vino viejo en un nuevo odre. Todo parecería indicar que el PRI va a seguir gobernando como lo ha hecho y que no va a soltar los intereses que se benefician de los mitos. El problema es que este discurso también lo promueve un sector importante de la izquierda, que salió de ese partido a finales de los años ochenta. Todavía más, el éxito de los grupos radicales de esa ala reside en la forma que los han promovido. Por lo tanto la inacción puede llevar a un mayor desgaste.

La segunda opción tampoco es fácil: liberarse de los mitos y comenzar a tejer un discurso más abierto y democrático. En vez de mirar al pasado como una carga, podría explicarse lo acontecido a partir de sus casusas, contextos y consecuencias. Pero eso implicaría también desarticular al PRI tal y como lo conocemos.

¿Cuál será el resultado? En mi opinión ese será el dilema que enfrentará el tricolor entre la segunda mitad de esta administración y la primera de la siguiente. En todo caso, buena parte del resultado dependerá de nuestra capacidad para construir con lo público, o a pesar de éste, los nuevos discrusos.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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