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Alma Delia Murillo

21/07/2018 - 12:00 am

Dios ha muerto

Leer la biografía de Nietzsche es una experiencia amarga.

Todo es relativo, nada es absoluto. Foto: Especial.

Leer la biografía de Nietzsche es una experiencia amarga.

Descoloca tanto sufrimiento. Su inteligencia de rayo hiriéndolo permanentemente y la condición mental que lo aislaba y atormentaba; son para encogerle el corazón a cualquiera.

Los periodos de demencia, las jaquecas, las alucinaciones, el mutismo en el que se encerró los últimos años de su vida.

Entre los dichos populares hay uno equivocado a todas luces, ese que dice que pensar no duele; yo creo que es todo lo contrario: pensar es dolorosísimo. Y Nietzsche pensó con el alma, no sólo desde la razón.

Al leer los documentos médicos y los intentos por diagnosticarlo, me quedo pensando si esto que llamamos demencia no es otra cosa que la capacidad de ciertas personas de establecer conexiones mentales diferentes.

Esta mañana durante un viaje me di un atracón de las dos biografías más difundidas sobre la vida de Friedrich. De Rüdiger Safranski, Nietzsche: biografía de su pensamiento (editorial Tusquets) y de Reginald Hollingdale, Nietzsche. El hombre y su filosofía (editorial Tecnos).

Cada línea es más dolorosa que la otra porque puede palparse la profunda pulsión vital que Nietzsche tenía, sus ganas de entender el ser y el mundo venían de una pasión erótica, gozosa, devoradora.

Pienso recurrentemente en él porque cada vez comprendo más que anticipó la posmodernidad, esta bacanal dosmilera en la que todos estamos ciertos de habernos elevado a dioses de la tolerancia, de las creencias gregarias y con las que —desde la pulverización, queremos convertirnos en una sociedad incluyente y alardeamos de ello sin detenernos a observar que a todas luces somos la serpiente mordiéndose la cola. Ironía pura.

Nosotros que adoctrinamos la tolerancia a punta de linchamientos y le conferimos la misma importancia al hecho de saber que miles de niños enjaulados fueron separados de sus padres al seguimiento del último episodio de una serie entretenida o al meme del momento. Trending topic parece ser la tabla rasa que le da paridad a las tragedias y las frivolidades.

Todo es relativo, nada es absoluto.

Esa muerte de los valores absolutos nos ha arrojado a esta feria de valores relativos donde afirmamos que vale más la vida de un perro que la de un ser humano y que en lugar de no pedir popotes para no contaminar el medio ambiente, sería mejor no tener hijos. Comparamos lo frívolo con lo estructural, confundimos lo urgente y temporal con las emergencias humanitarias, las opiniones con los actos.

La frase de Nietzsche se complementa más o menos así: “Dios ha muerto. Lo matamos nosotros que también lo habíamos creado”.

La humanidad crea y destruye sus dioses, no es novedad, pero qué fascinante y demencial se ha puesto la cosa ahora que todos creemos que somos dioses y que un público cautivo (redes sociales) escucha atento nuestros designios morales.

Dicen sus biógrafos que la locura y el silencio de Nietzsche empezó con el episodio del caballo de Turín castigado al que corrió a abrazar desde la más instintiva compasión y en una resonancia nítida con el dolor del animal.

Enmudeció hacia el final de su vida. Ese hombre atormentado y brillante que anticipó nuestra moralidad posmoderna con tal tino, al final guardó silencio.

A veces me pregunto por qué estaremos tan convencidos todos los demás de tener tanto que decir, tanto que vociferar. Y, sobre todo, de tener no sólo la razón, sino también a la bondad de nuestro lado.

 

@AlmaDeliaMurillo

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